La oración

Esteban Montilla | 30 julio, 2015

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Saludos deseándoles lo mejor para este día. Un día donde dediquemos tiempo a reflexionar sobre la importancia de la oración en la vida de un creyente. Los seres humanos estamos diseñados para vivir en intimidad con nosotros mismos, con nuestros semejantes, con la naturaleza y con nuestro Dios. Uno de los vehículos centrales para lograr este tipo de cercanía es el dialogo tanto verbal como no verbal. La oración entonces tiene que ver con este deseo profundo que tenemos de conectarnos con el Creador.

Jesús de Nazaret ante la petición de sus discípulos de que les enseñara a orar decidió partir de algo conocido como el concepto de familia para ilustrar el tipo de relación e intimidad que podemos tener con Dios. En el contexto hebreo ya se usaba la metáfora de Dios como padre y como madre. “Vendrán orando y llorando. Yo los llevaré a corrientes de agua, por un camino llano, donde no tropiecen. Pues soy el padre de Israel…Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo. (Jeremías 31:9; Isaías 66:13; Oseas 11:1; Jeremías 3:19). En ese contexto Jesús sugirió el referirse a Dios como padre (Mateo 6:9; 23:9).

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Claro es importante entender que una comparación o símbolo sirve como instrumento de enseñanza pero siempre se queda corta en la trasmisión de toda la verdad acerca de una realidad en particular. De allí que al continuar con la lección acerca de la oración el Gran Maestro nos recuerda que este Dios a quien podemos llamar Padre está en los cielos y es santo (Mateo 6:9; Lucas 11:2; Isaías 6:3; 1 Timoteo 6:16; Juan 17:11). Esto es para protegernos del peligro de olvidar que estamos hablando del Creador de este universo de más 100 mil millones de galaxias que trasciende a toda nuestra realidad. Es un ser más allá de toda compresión humana pero al mismo tiempo interesado en mantener una relación íntima con sus criaturas. Alguien muy distinto a nosotros y a todo lo que existe, por esto, es mejor ni siquiera imaginárnoslo o compararlo con nadie ni nada (Éxodos 20:4; 1 Samuel 2:2).

Que extraordinario es esto, que Dios, la Realidad Ultima de este universo, considere a cada ser humano su hijo o hija independientemente del contexto geo-político donde viva, sistemas de creencias que abrace y tipo de conducta que practique. Este Padre “es amoroso y justo para los que le honran…es bondadoso con los ingratos y malvados… y hace que el sol salga sobre malos y buenos y envía la lluvia sobre justos e injustos” (Salmos 103:8-22; Lucas 6:35-36; Mateo 5:43-48).

Por estas y muchas razones más queremos estar en conexión con este Dios trascendente que conoce y se interesa por nuestra necesidades biológicas como el pan de cada día (Mateo 6:11; Lucas 11:3; 12:29-30). Un Dios que entiende nuestras necesidades psicológicas como el sentirse perdonado y el perdonar (Mateo 6:12; Lucas 11:4). Un Dios que escucha nuestra plegaria y satisface nuestras necesidades sociales al identificarse con el oprimido (Éxodos 3:7; Salmos 9:9-10; Isaías 1:17). Un Dios que está dispuesto a capacitarnos para hacer el bien y protegernos de todo indicio de maldad (Mateo 6:13; Lucas 11:4). Un Dios con quien queremos estar en comunión. El dialogo u oración entonces es un medio por el cual podemos conectar lo de acá con lo de allá. Hoy una vez más le suplicamos a Jesucristo que nos enseñe cómo orar.

1 Tim 2 1-3