Celebrando la vida al reconocer la muerte

Esteban Montilla | 28 octubre, 2015

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El estar vivo es en sí mismo un gran logro en tanto enfrentamos toda clase de patógenos y peligros que pueden amenazar nuestra existencia y llevarnos hasta la muerte. El hecho de poder levantarse, ver la luz, sentir la brisa, escuchar los canticos de las aves y dialogar con otro ser humano son claras demostraciones de lo extraordinario que es el organismo humano. Es claro que estamos cableados para apreciar la vida y defenderla con todas nuestras fuerzas. El querer estar vivos se puede apreciar en la capacidad adaptativa que nos ha permitido sobreponernos a los más difíciles obstáculos que uno se pueda imaginar. Esto se puede ver en lo preciso y aguerrido de nuestro sistema auto-inmunitario al diariamente librarnos de tantas enfermedades y alteraciones metabólicas. Sin embargo, el otro aspecto central de nuestra existencia es que somos mortales. En el mejor de los casos la mayoría de las personas logran vivir entre 70 y 80 años.

El estar leyendo esta reflexión es un testimonio de que se cuenta con la vida, pero, lo más seguro es que haya enfrentado la pérdida de un familiar o amistad cercana. La muerte de un ser querido son oportunidades que tenemos para recordar nuestra mortalidad. Al perder a una persona amada entramos en un proceso de duelo donde podemos experimentar un abanico de emociones que pueden ir desde la tristeza hasta la alegría, desde la culpa hasta la vergüenza, desde la ira hasta la calma. En este proceso de duelo y pesar uno usa diferentes estrategias de afrontamiento tales como la fe, la conexión con la red de personas que nos aprecian, la búsqueda de sentido y las fortalezas personales.

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Una de las estrategias para afrontar la realidad de la separación permanente que experimentamos ante la muerte de un ser amado son los rituales propios del luto y el celebrar la vida la persona. Este celebrar u honrar comienza con el uso de las memorias de aquellas experiencias en común que se vivieron mientras la persona estuvo junto a nosotros. El honrar a nuestros amados que ya murieron también involucra el tratar de emular el buen camino y el ejemplo que nos dieron, el reconocer la influencia que tuvieron en nuestras vidas, el contarle de ellos a nuestra descendencia y el tomar tiempo para recordarles. Esto último se puede lograr al hacer memoria en ciertos eventos importantes de sus vidas (fecha de nacimiento, aniversario de muerte), establecer fundaciones, dedicar lugares a su nombre, el hacer donaciones en nombre de ellos y el mantener conexión con el resto de la familia. Estas maneras saludables de manejar nuestro dolor nos puede proteger de opciones destructivas de afrontamiento como el aislamiento, el uso de alcohol y drogas y el entregarse a la superstición tratando de invocar la presencia física de nuestros muertos.

Una estrategia de honrar a las personas que ya murieron y de mantener la relación con ellas se puede encontrar en la mayoría de las culturas de este mundo en tanto dedican uno o varios dias del año para recordar a sus muertos. En el contexto latinoamericano ese día memorial hasta ha llegado a ser un día festivo nacional como lo es “El Día de los Muertos”. En este día los cementerios se ven como una obra de arte y se puede notar como las personas siguen viviendo en el corazón de sus amados. Esto ratifica la idea de que muere la persona pero no la relación. Este honrar a las personas que han formado parte de nuestra historia y de nuestra vida puede abrir el camino para una salud mental equilibrada y en convivir más pleno. Quizá esta sea una de las razones que encontremos este tipo de expresión de amor en casi todas las culturas existentes.

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Esta fiesta también nos puede proteger de la arrogancia al recordarnos que como seres mortales solo estamos acá por poco tiempo (70-80 años). El estar consciente de nuestra muerte nos invita a vivir el presente de manera responsable y haciendo la diferencia para bien en este mundo. En la vida es fácil distraerse en actividades al punto de olvidar que la muerte es una realidad que nos espera a todos. El creer en el Dios de la vida nos da esperanza que en su bondad él pudiera llamarnos a vida después de la muerte. Sin embargo la invitación es a vivir el hoy centrados en el amor, la justicia, la paz, el gozo y la humildad. Celebremos pues la vida al reconocer la muerte. Celebremos la vida al dar la debida honra a las personas que murieron antes que nosotros. Celebremos la vida al caminar muy de cerca al Dios de los vivos y de los muertos (Romanos 14:8-9).

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La celebración de los muertos se asocia con el comer cosas dulces. El comer es símbolo de vida y el dulce representa felicidad. De allí que al celebrar la vida de nuestros antepasados le declaramos al mundo que nos movemos hacia el mañana con la esperanza en Dios y con la inspiración de aquellas personas que nos precedieron en la muerte. Al recordar en este día a nuestros familiares que ya han muerto también declaramos que hay vida eterna y que la muerte no tiene la última palabra. Este gozo de saborear un pan representa una invitación a vivir la vida de manera plena porque al final es lo que tenemos. En tanto a todos nos espera el sheol o sepulcro. Así que, como dice el Qohelet: Lo mejor en esta vida es comer bien, beber (agua pura, ja, ja), pasarla bien con las personas que te aprecian, hacer tu trabajo con alegría, asistir al oprimido, convivir en paz, practicar la justicia, condolerse con los enlutados, ser moderados en nuestro actuar, aprovechar las oportunidades que te ofrece la vida, buscar la sabiduría, apartarnos del mal y guardar los mandamientos de Dios (Eclesiastés 1-12).

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