El mejor regalo aún

Esteban Montilla | 3 junio, 2015

post-img

Ustedes desean buenos regalos. Sin embargo, les voy a mostrar algo mejor

Introducción

La costumbre cristiana de dar regalos en diciembre representa una ocasión familiar muy deseada y trasmitida de generación en generación. Sin embargo, no se sabe exactamente como comenzó ésta práctica decembrina, pero, lo importante es que esta costumbre de compartir lo que se tiene con las demás persona ha llegado a ser una disciplina central de ésta religión. Hubo un tiempo en que la iglesia se opuso a esta práctica decembrina aludiendo que tenia un origen romano pagano. Sin embargo, mas tarde, al revisar la historia se decidió conectar esta idea de dar regalos con Nicolás, un pastor y obispo del siglo IV quien vivió en la región que hoy se llama Turquía. Este varón de Dios acostumbraba en diciembre, junto a sus asistentes, darles regalos a las personas
menos afortunadas donde se incluían a los niños y las niñas, por supuesto, no sin antes preguntarles si se habían portado bien durante el año. Los regalos que compartía el Obispo Nicolás incluían comidas, dulces, panes, frutas, nueces, vestidos y abrigos. Una vez que el pastor Nicolás se muere, la iglesia decidió honrar su persona declarando el día 6 de diciembre como un día festivo, en el cual se celebra el espíritu dadivoso de este gran pastor y de la humanidad.

Por otro lado, la celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret el 25 de diciembre fue una práctica iniciada por la iglesia del segundo y tercer siglo. Los textos canónicos de la Biblia Cristiana no señalan cuando nació de Jesús de Nazaret. Empero, desde muy temprano escritores cristianos arguyeron que su nacimiento ocurrió el 25 de diciembre. Los argumentos que se daban en la iglesia temprana para sugerir esa fecha eran muy variados incluyendo la creencia en una teoría integral judía que indicaba que los grandes profetas eran concebidos en el mismo mes que morían. De allí que sugerían que si Jesus murió en la ultima semana del mes de marzo tuvo que haber sido concebido en ese mismo mes y por lo tanto nacido en diciembre. Tertuliano (c. 160—220), escritor cristiano de la ciudad de Cartago-África, postulaba también esta premisa. Otra postura, ésta sugerida por el historiador cristiano Sexto Julio Africano (c.160 – 240), era que Jesús de Nazaret como símbolo de una nueva creación nació el 25 de diciembre, en tanto, se pensaba que la creación inicial tomó lugar también en el mes de marzo coincidiendo así con la concepción de Jesús y el comienzo de un nuevo momento histórico o aeon.

Como se puede ver la iglesia temprana tenia varios argumentos para adoptar el 25 de diciembre como la fecha del cumpleaños de Jesús de Nazaret. Según, Juan Crisóstomo (c. 347–407), un predicador cristiano reconocido por su elocuencia, sugirió que ya en el 386 se celebraba ampliamente el 25 de diciembre como la fecha de nacimiento de Jesús. Parece ser que el interés de los primeros cristianos no era tanto establecer la fecha de su nacimiento sino la fecha de su muerte. De manera que, contrario a lo sugerido por el profesor de teología Paul Ernst Jablonski (1693-1757), quien dijo que la navidad o celebración del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre fue una acción que la iglesia hizo para consagrar una fiesta pagana de los romanos (el Sol Invicto) establecida por el Emperador Aurelio en el año 274, el celebrar la navidad el 25 de diciembre no tiene sus raíces en las fiestas romanas sino en una tradición cristiana que quería celebrar un nuevo comienzo. De allí que la celebración navideña está conectada con un nuevo comienzo, un renacimiento y un regreso a la luz. Los cristianos, decidieron celebrar la navidad para conmemorar lo que se considera el mayor regalo de Dios a la humanidad: Jesús de Nazaret quien por su vida, sus enseñanzas y su ministerio mostró el camino hacia una nueva humanidad
basada en el amor, la justicia y la compasión.

El mejor regalo aún.

El Apóstol Pablo les dice a las personas cristianas que vivían en Corinto que ellas deseaban buenos regalos pero que él tenia algo mejor, haciendo referencia a la preeminencia del amor (1 Corintios 12:31; 13). El cuentista cristiano de origen español Pedro P. Sacristán (2010) en el cuento “la princesa de fuego” nos enseña acerca del poder transformador del amor. “Erase una vez una princesa muy rica, bella y sabia. Al cansarse de pretendientes falsos que se acercaban a ella para conseguir sus riquezas, anunció que se casaría con quien le llevase el regalo más valioso, tierno y sincero a la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos y colores, de cartas de amor incomparables y de poesías encantadoras. Y entre todos aquellos regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a quien se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo: Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún otro.

El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos. Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la arena, y de aquella piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que ella misma tendría que ser como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.

Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra, dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con los excesos en su reino de manera que la gente de país tuvo comida y libros. Cuantos trataban con la princesa salían encantados por su carácter y cercanía, y su sola presencia transmitía tal calor humano y pasión por cuanto hacía, fue así que comenzaron a llamarla cariñosamente ‘La princesa de fuego’. Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como había prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días”.

El Apóstol Pablo indica que todo pensamiento, acción y conducta que se haga en ausencia del amor carece del poder transformador y de una sanidad que permanece. “Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso” (1 Corintios 13:1-3).

En la Biblia Cristiana se encuentran tres vocablos para referirse al amor: a) Ágape para referirse al amor que compartimos con personas a quienes no conocemos o personas extrañas. “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Jesús replicó: — ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la interpretas tú? Como respuesta el hombre citó: —‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente’ y: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ —Bien contestado —le dijo Jesús—. Haz eso y vivirás. Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo? Jesús respondió: —Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto” (Lucas 10:26-37, NVI). El segundo vocablo es Phileo para indicar el amor familiar y de la amistad. El amor que compartimos entre personas a quienes conocemos y consideramos familia o amistad. El amor que actúa para buscar el bienestar de nuestros familiares y amistades (Juan 3:35-36). “El Padre ama al Hijo, y ha puesto todo en sus manos. El que cree en el Hijo tiene vida eterna”. Y el tercer vocablo es Epithumia el cual hace
referencia al deseo fuerte por tener intimidad o cercanía con otra persona (Lucas 22:15). Esto diferentes vocablos no indican que hay diferentes tipos de amor sino que existen diversas maneras de mostrar el amor.

El amor como misterio no es algo tanto para entender sino para experimentar. De allí, que si bien es cierto, que es importante declarar el amor con palabras o por escrito la manera más evidente de vivirlo es por medio de acciones concretas. El amor como una experiencia social, colectiva y ecológica involucra a otras personas y al resto de la creación, siendo pues, el vínculo por medio del cual se puede lograr una convivencia transformadora y una verdadera comunión. El Apóstol Pablo, haciendo uso de un canto cristiano de la iglesia naciente, definió el amor en término de sus características al decir que: “El amor es paciente, es bondadoso, no tiene envidia, no es
jactancioso, no es arrogante, no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido, no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad, todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser… Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor. (1 Corintios 13:4-8, La Biblia de las Américas).

La invitación es a refugiarse en los brazos sanadores del amor. El gran poeta nicaragüense Ruben Darío (1867-1916), padre del modernismo literario en lengua española y conocido como el príncipe de las letras castellanas, en su poema “Amo, amas” habla de la experiencia integral del amor. “Amar, amar, amar, amar siempre, con todo el ser y con la tierra y con el cielo, con lo claro del sol y lo oscuro del lodo: amar por toda ciencia y amar por todo anhelo. —Y cuando la montaña de la vida nos sea dura y larga y alta y llena de abismos, amar la inmensidad que es de amor encendida ¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!”.

El comienzo y desarrollo del amor.

Jesús de Nazaret resumió la fe y la espiritualidad genuina en la siguiente declaración: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Y ama a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que éstos” (Marcos 12:30-31). Amar en este contexto hace referencia a la prioridad que ha de ocupar Dios en nuestras vidas y de la importancia del auto-cuidado. La segunda parte de esta declaración indica que para experimentar el amor en su plenitud se ha de comenzar con un interés genuino por nuestro propio bienestar integral y con un respeto a la dignidad humana que nos caracteriza. Es decir al uno valorar quien es y al celebrar las fortalezas con las cuales se está dotado es más fácil ver lo mejor en las demás personas. Este sentido de seguridad, auto-eficacia y claridad de identidad además nos permiten actuar con libertad en la construcción de una vida plena.

El amar y el sentirse amado es una de las experiencias más transcendentales que un ser humano pueda experimentar. Esta fuerza llamada amor es tan poderosa y tan abarcante que forma parte de las creencias centrales en la mayoría de las religiones del mundo. Los judíos y los cristianos consideran que amar a Dios, amar a los demás y amarse a sí mismo constituye el más alto compromiso existencial que tiene una persona. Estas dos religiones postulan que la salvación está conectada con la práctica de esta máxima del amor (Deuteronomio 6:4-5; Levíticos 19:18; Marcos 12:29-30; Lucas 10:27; 1 Juan 4:16) y postulan que el amor sana, une, restaura y
transforma.

Componentes del amor.

El amor como una experiencia que involucra al ser humano en su totalidad tiene características fisiológicas, cognitivas, emocionales y relacionales que al activarse generan en el ser humano una cadena de reacciones difíciles de medir y precisar. Sin embargo, por su naturaleza dinámica sabemos que puede crecer y expresarse a una magnitud cada vez mas profunda. Quizá una manera concreta para empezar a nutrirlo es conociendo y perfeccionando cada uno de sus elementos. El amor tiene siete componentes fundamentales: 1) El compromiso, 2) la intimidad, 3) la pasión, 4) el respeto, 5) la solidaridad, 6) la compasión y 7) la humildad. En cualquier relación seria y significativa se pueden notar estos siete factores. Estos componentes del amor se pueden observar en una relación de amistad, en una relación de pareja y en una relación familiar. La diferencia estaría en la intensidad y en la manera como se expresan cada uno de estos componentes. En este sentido, no hay varios tipos de amor sino uno sólo, pero, que se expresa de forma distinta dependiendo de la naturaleza de la relación.

El primer componente del amor es el compromiso presente en una relación. El compromiso puede ser con uno mismo, con los semejantes, con el resto de la creación y con Dios. Es responsabilidad de ambas partes el invertir a través de acciones concretas para la permanencia, el desarrollo y la proyección de la relación. El compromiso también implica un acuerdo al que se suscriben ambas partes donde se establece el marco o los linderos de la relación (Filipenses 1:9; 1 Timoteo 1:5).

El segundo componente del amor hace referencia a la intimidad o cercanía que se desarrolla en una relación. Este nivel de compenetración en lo corporal, intelectual, emocional, social y espiritual está altamente relacionado con la confianza y con el tipo de relación. Por ejemplo, la intimidad está presente en una relación madre-hija, esposa-esposo, amiga-amigo, sin embargo, el intercambio que ocurre en cada elemento de la intimidad es distinto en intensidad y estilo. El elemento común en estos tipos de relaciones es la disposición a compartir en un espíritu de mutualidad lo que uno piensa, siente, cree y tiene (Filipenses 2:2; Colosenses 2:2; 1 Pedro 5:14).

El tercer elemento del amor tiene que ver con la pasión o el entusiasmo con el que se expresa lo que se piensa, se cree y se siente por la otra persona. El fervor o vehemencia no se puede esconder, fundamentalmente, por las reacciones bioquímicas que ocurren en los cerebros de ambas partes las cuales producen sensaciones corporales fácilmente visibles. El acaloramiento o efervescencia también se puede notar en el lenguaje verbal y non-verbal. Sin embargo, es muy importante mantener en mente que los niveles de intensidad pasional de una relación van a depender del contexto socio-cultural (Hebreos 10:24; 1 Pedro 4:8).

El cuarto elemento del amor es el respeto o consideración a la dignidad intrínseca de cada persona que compone la relación. El respetar a un ser humano implica reconocer los derechos, el valor y los privilegios que tiene como persona. Además, respetar implica el aceptar las libertades inherentes en los demás y el estar dispuesto a ser lo posible para que la persona pueda ejercer su derecho a vivir la vida de manera plena. Este componente del amor, al igual que los demás, tiene un impacto social que va más allá de la relación, en tanto, involucra a la comunidad en la cual se vive. El respeto entonces viene a ser como el agua que hidrata la vida de las personas involucradas en la relación. Es decir el respeto es el conductor universal del amor (Efesios 4:15; 2 Pedro 1:7).

El quinto elemento del amor es la solidaridad o fraternidad presente en una relación. La solidaridad tiene mucho que ver con el ser sensible a las necesidades y realidades de los demás. En una relación padre-hijo, esposo-esposa, novio-novia, amigo-amiga la empatía, o esfuerzo genuino por entender como la otra persona piensa, se siente y vive, representa el eje que determinará la permanencia y la satisfacción en la relación. La solidaridad implica también el ser leal tanto a la persona como a sus valores. Este ambiente de fidelidad se nutre de la transparencia e integridad presente en ambas partes. En este sentido, la solidaridad se caracteriza por un
espíritu de mutualidad y compañerismo afectivo, intelectual, espiritual y social (Lucas 10:27; 1 Tesalonicenses 4:9; Filemón 1:6-8).

El sexto elemento del amor es la compasión o la actitud comprensiva que mueve a una persona a actuar con la intención de aliviar o remediar una aflicción. Una postura compasiva implica el reconocer que los seres humanos, así como poseen fortalezas, también tienen grandes limitaciones que pueden afectar la vida relacional. Es aquí donde el regalo del perdón hace su aparición. La persona herida o afectada al estar movida por un espíritu de bondad y benignidad, decide no ignorar o minimizar el daño ocurrido, pero, si al hecho de renunciar a su derecho de vengarse y, por lo contrario, otorga el don del perdón. La compasión además está conectada con la delicadeza y ternura con la que se hace el reparo de la situación (1 Corintios 13:4-7; Efesios 4:2).

Jesús de Nazaret nos libera nos libera del deseo de vengarnos, y ahora, en esta nueva humanidad no necesitamos seguir en rencillas unos con otros sino, más bien, aceptándonos con un espíritu compasivo y presto para perdonar (Juan 20:23). Esta salvación implica el dejar a un lado la violencia verbal y física que son combustible para las disensiones y las guerras (Colosenses 3).

El autor del Evangelio según Mateo enfatiza la frase “reino de los cielos” (basileia ton ouranon) al usarla unas 32 veces en su libro. Este reino, donde el poder es compartido y nunca usado para reprimir u oprimir, se puede comenzar a vivir acá al abrazar un estilo de vida marcado por la misericordia, la compasión y la humildad. “Por eso el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al comenzar a hacerlo, se le presentó uno que le debía miles y miles de monedas de oro. Como él no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su esposa y a sus hijos, y todo lo que tenía, para así saldar la deuda. El siervo se postró delante de él. Tenga paciencia conmigo —le rogó—, y se lo pagaré todo. El señor se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y lo dejó en libertad. Al salir, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien monedas de plata. Lo agarró por el cuello y comenzó a estrangularlo. “¡Págame lo que me debes!”, le exigió. Su compañero se postró delante de él. Ten paciencia conmigo —le rogó—, y te lo pagaré. Pero él se negó. Más bien fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda. Cuando los demás siervos vieron lo ocurrido, se entristecieron mucho y fueron a contarle a su señor todo lo que había sucedido. Entonces el señor mandó llamar al siervo. ¡Siervo malvado! —le increpó—. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti? Y enojado, su señor lo entregó a los carceleros para que lo torturaran hasta que pagara todo lo que debía. Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano” (Mateo 18:23-35, NVI).

El séptimo elemento del amor es la humildad o la disposición en un ser humano a ayudar a crecer y florecer a las personas que le rodean. Una persona humilde es entonces aquella que promueve el crecimiento integral en las demás personas. Por ejemplo, en una relación de pareja ambas partes llegan con sus propias metas y al formar la relación crean otras metas maritales o colectivas, pero esto, no significa que tengan que renunciar sus metas como individuos. La humildad en los miembros de esta relación les ayudará a proseguir la meta como pareja pero sin descuidar sus planes particulares como individuos. Este elemento del amor, al igual que los demás, está interconectado con la compasión y la solidaridad. Una persona humilde hace lo mejor de sí para evitar opacar a los demás y está presto a reconocer cuando ha traspasado los límites acordados para la relación (Romanos 12:10; 1 Corintios 13:4).

Conclusión

El amor se caracteriza por su naturaleza dinámica y fluida. En este sentido el amor puede crecer o estancarse a través del curso de la vida. La responsabilidad de nutrir la relación es mutua y descansa en las manos de ambas partes. Las relaciones humanas que permanecen y florecen están caracterizadas por la presencia consistente de estos siete elementos del amor. No es realista pensar que los niveles de intensidad de estos elementos del amor serán los mismos a través del ciclo de la relación; éstos deben evolucionar en función de la dinámica cambiante y
transformadora implicadas en la voluntad, disposición y diálogo entre las partes, asimismo, dichos elementos variarán en base al contexto socio-cultural e histórico. Lo que sí es importante es que estos elementos han de estar presentes en todo momento de la relación. El amor es el broche o cinturón que hace completa cualquier relación humana (Colosenses 3:14; 1 Corintios 16:4).

Como la princesa de fuego separemos lo inútil de lo importante. Acabemos con los excesos y exuberancias de nuestras vidas y decidamos dar y recibir el mejor regalo dado a la humanidad: el don del amor. El Creador en su bondad infinita nos envío a Jesús de Nazaret para mostrarnos el camino existencial que lleva a la plenitud. Hoy es una buena oportunidad para apropiarnos de ese modelo de vida basado en la intimidad, la pasión, el compromiso, el respeto, la solidaridad, la compasión y la humildad. Si vivimos el amor a este nivel de profundidad, como pasó con la princesa de fuego, las personas que se nos acerquen o a quienes nos acerquemos podrán recibir el calor humano y la intensidad de nuestro amor. “Por esta razón me arrodillo delante del Padre, de quien recibe nombre toda familia en el cielo y en la tierra. Le pido que, por medio del Espíritu y con el poder que procede de sus gloriosas riquezas, nos fortalezca en lo íntimo de nuestro ser, para que por fe Cristo habite en nuestros corazones. Y pido que el amor sea la raíz y el fundamento de nuestras vidas de manera que podamos comprender, junto con todos los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo. Pido, pues, que conozcamos ese amor, que es mucho más grande que todo cuanto podemos conocer, para que así seamos colmados de la plenitud total de Dios” (Efesios 3: 14-19).