Comer para vivir en plenitud: una nutrición balanceada para la salud integral
Esteban Montilla | 13 septiembre, 2017
Comer para vivir en plenitud: una nutrición balanceada para la salud integral
R. Esteban Montilla, Ph.D.
La comida, además de proveer los nutrientes necesarios para que nuestro organismo funcione a cabalidad, representa muchos aspectos del diario vivir. Una comida puede ser una expresión de amor y compasión al compartir los alimentos con un huésped, una oportunidad de reconciliación social, una experiencia religiosa al partir el pan y el vino en honor a Jesús de Nazaret, una ocasión de celebración al ofrecer un banquete a las personas invitadas a la fiesta, una demostración de solidaridad en el duelo al compartir la comida con una persona que esté de luto, una ocasión para llevar a cabo una transacción de negocio o simplemente una oportunidad para expresar afecto. En fin, la comida es un vehículo para compartir pensamientos, sentimientos, anhelos, pesares, oportunidades de negocios y valores culturales.
En los libros sagrados se narra acerca de la comida como uno de los medios para conectarse con Dios y con nuestros semejantes. La Biblia Hebrea tiene una interesante narrativa en la cual se expone que Abraham pudo compartir una comida de medio día con Dios mismo y dos de sus acompañantes. Para esta comida, la cual tomó lugar debajo de un árbol, Abraham les ofreció pan acabado de salir del horno, leche completa recién ordeñada, ricota y carne de ternera. Según los estándares nutricionales de hoy se puede notar que este almuerzo al estilo de la dieta mediterránea fue muy balanceado al proveer todos los nutrientes necesarios para el buen funcionamiento del organismo humano.
Esta comida que compartieron Dios y Abraham ilustra las diferentes funciones que puede tener el compartir el pan con las demás personas. Inicialmente Abraham le dijo a Dios y sus acompañantes que “les traería algo de comer para que repusieran sus fuerzas antes de seguir su camino” (Génesis 18: 5); pero, luego fue propicia la oportunidad para discutir aspectos relacionados a la familia y al manejo de conflictos con otras naciones.
En el Nuevo Testamento se relata ocasiones festivas donde la comida y la bebida eran símbolos de alegría, felicidad, presencia divina y compasión humana (Juan 2:1-10; Mateo 14:13-21; Juan 6:33). De manera que, la comida se ha usado como fuente de nutrición; pero, también como un acto que apunta a diferentes aspectos de la conducta humana.
Teologia y psicología de la comida
El poeta que escribe el enigmático e interesante libro de Eclesiastés considera que lo mejor que el ser humano puede hacer en esta vida es “recrearse y disfrutar el comer con alegría y gratitud a Dios” (Eclesiastés 2:24; 3:13; 5:18; 8:15). El comer bien, según las Escrituras Sagradas, implicaba el seguir una dieta balanceada que incluyera peces, carne vacuna, bovina, caprina y carnes de aves de corral (pollo, gallina), granos, frijoles, frutas, vegetales, miel, leche, queso, ricota, aceites vegetales y vino (Genesis 1:29; Levíticos 11:1-13; Deuteronomio 14:13-21, Ezequiel 4:9; Salmos 104:14-15; 1 Timoteo 5:23). Estos escritos también señalan los aspectos necesarios para tener una buena digestión tales como el comer con alegría, con amor, el desarrollar el hábito de comer a la misma hora y el evitar la voracidad o el comer en exceso (Deuteronomio 27:7; Proverbios 15:17; Eclesiastés 10:17). La sugerencia era comer entre dos y tres comidas por día, una en la mañana, otra al mediodía y la última al atardecer (Éxodos 16:8; 1 Reyes 17:6; Lucas 14:12; Genesis 43:25).
El teólogo Hal Taussig (2009) sugiere que el surgimiento del cristianismo hay que entenderlo en relación con la comida; porque fue en estas ocasiones donde Jesús de Nazaret dio las pautas que sus seguidores habrían de incorporar a fin de avanzar el proyecto del nuevo reino y sus respectivas enseñanzas. Jesús de Nazaret también usó los eventos relacionados con la comida como un medio de denuncia, resistencia y protesta ante la opresión económica que ejercían los sistemas de poderes de ese entonces. Es en ese contexto que transforma el agua en vino (Juan 2), motiva a los discípulos a compartir los alimentos para que pudieran alcanzar a todas las personas con hambre (Mateo 14:16-21; Marcos 6:37-44; Lucas 9:13-17).
El Apóstol Pablo creía que la comida podría ser una oportunidad para que el creyente pudiera practicar una fe intercultural al respetar las diferentes costumbres dietéticas abrazadas por los seguidores de Jesús de Nazaret en otras naciones diferente a la judía (Romanos 14: 1-23). Es importante notar que la invitación a unirse al reino de Dios es hecha en el contexto de un banquete o festín que el rey ha preparado para que las personas invitadas puedan disfrutar de la carne, el pan, los vegetales, los granos y las bebidas; “Digan a los invitados que ya tengo preparada la comida” (Mateo 22: 4, DHH).
En las personas cristianas el incorporar hábitos del buen comer está conectado también con una teología del cuerpo donde el mismo se entiende metafóricamente como el templo de Dios; por lo tanto, ha de cuidarse (1 Corintios 3:16). La base de este cuidado integral del organismo humano, está en la práctica de la moderación y en la renuncia a la glotonería o a los excesos en la comida. Las teólogas Lisa Isherwood y Elizabeth Stuart (1998) proponen que el cuerpo, además de abordarlo desde el ángulo biológico, hay que mirarlo como un símbolo de la cultura humana por medio del cual se expresan la persona y la comunidad. En el contexto judeo-cristiano inicial no había cabida para visualizar de manera separada el pensamiento (mente), del sentimiento (cuerpo) y de la aspiración (espíritu) porque en ese entonces se percibía al ser humano como un todo, como una unidad indivisible ante el cual Dios había declarado que era bueno en gran manera. La metáfora griega de explicar la capacidad cognitiva del ser humano como la mente y de referirse a la habilidad de sentir como el cuerpo fue adoptada más tarde por los cristianos. Las metáforas son grandes herramientas para la enseñanza, pero tienen su problema en tanto las personas la pueden hacer reales. Por ejemplo, es lamentable que con el tiempo se llegó a creer que el pensamiento y los sentimientos ocurrían de manera independiente del organismo humano.
El componente psicológico de la comida comienza desde el mismo nacimiento; los pequeños al ser amamantados reciben los nutrientes esenciales como las grasas, los carbohidratos, las proteínas, las vitaminas, los minerales y el agua; además, reciben el afecto y sentido de protección por parte de la madre o cuidadora. Desde allí en adelante, seguimos asociando la comida con la satisfacción de nuestras necesidades afectivas, sociales y de resguardo. Esta conexión sigue a través del ciclo vital donde el alimento nos puede proveer un refugio, fuente de consuelo y oportunidad de expresar nuestra personalidad.
Así que el comer nos permite nutrirnos de forma integrada; por un lado, constituye una forma de resguardo de la vida; por otro lado, nos aporta una experiencia de placer. En tal caso, es posible indicar que una persona triste al degustar un buen plato puede sentir que la alegría regresa a su vida. Este cambio de ánimo se debe a factores biológicos, pero, sobre todo a las construcciones psicológicas que se hacen en torno a lo que significa el alimento y la experiencia de comer. De manera que hay diversas razones que dotan de significado la experiencia de comer, tanto individual como colectivamente; en consecuencia, es importante reconocer la oportunidad de compartir con otras personas que está implícito en el acto de comer. Así mismo, valorar y agradecer el tener comida nos conecta con nuestra fe; también, nos recuerda nuestra historia y cultura, nos da paz, expresamos nuestra identidad cultural, nos aviva la creencia de activar nuestra libido; o, simplemente, nos da la ocasión de disfrutar. Para leer la reflexion completa haga click aqui.