Hablar bien acerca de Dios

Esteban Montilla | 12 febrero, 2020

Hablar bien acerca de Dios: No tomaras el nombre de Dios en vano

 El ser humano es un ser social que para sobrevivir y florecer necesita vivir en relación con las demás personas, con los animales, con las plantas y con Dios. La fortaleza de cualquiera de estas relaciones está muy relacionada con el conocer bien al otro ser. Gracias a las ciencias biológicas, médicas, y psicosociales hoy se conoce de manera mas profunda al ser humano, a la fauna y a la flora. El conocer a Dios es un tanto mas complejo porque el entendimiento de la divinidad tiene mucho que ver con la geografía y con la cultura en la cual se nace o se crece. En esta reflexión entonces solo se abordará la idea de Dios desde la perspectiva judeocristiana. La postura acerca de Dios por parte de los judíos y los cristianos no ha sido estática en tanto se ha enriquecido con las exposiciones a las culturas con cercanía geográfica y a las culturas dominantes de la región.  

Es por esto que es necesario entender que en el judaísmo inicial y actual hay muchas maneras de comprender la divinidad. En los momentos iniciales del pueblo hebreo y más tarde judaísmo tenía una compresión de la deidad muy parecida a la sostenida por las personas nativas de los pueblos que le habían dado espacio en sus territorios. Entonces se habla de un Dios (El, Elohim), amigable, bondadoso, hospitalario, conversador y muy social. Este Dios El, El Shaddai (El de la montaña), El Elyon (El Dios altísimo) se presenta como alguien muy accesible quien hasta en ocasiones comía y forcejeaba con los seres humanos (Genesis 18:1-8; 32:22-30). La adopción de esta comprensión acerca de Dios les permitió convivir de manera pacífica con las personas indígenas de ese territorio.

La realidad política y económica cambia en este nuevo pueblo y es así como en el proceso de desarrollar su identidad como nación o país incorporan una perspectiva más única y propia acerca de la divinidad. Ahora en ese nuevo momento político se refieren a Dios como Yahveh, Yahveh Sebaot (Dios de los ejércitos) un Dios único, guerrero, feroz, defensor y celoso (Éxodo 3, 19; Deuteronomio 5, 6; Josué). Esta manera de ver Yahveh sugería que era mejor ni atreverse a pronunciar ese tetragrama (יהוה, YHWH), y en su lugar usaban más bien la palabra señor (Adonaí) o HaShem (El Nombre). Esta percepción de Yahveh fue evolucionando y en otros momentos históricos se presenta a Yahveh también como bondadoso, hospitalario y amigable (Isaías 1, 63).   

Los cristianos partieron de esta percepción de un Dios poderoso y al mismo tiempo amigable. Un Dios atento al quehacer humano pero respetuoso de las decisiones de los seres humanos. Un Dios centrado en la justicia, pero en esencia amor (Mateo 6:33; Marcos 12:29-31; 1 Juan 4:7-8). La misericordia y la compasión de Dios constituían el corazón de las enseñanzas de Jesús de Nazaret y sus discípulos más cercanos (Mateo 9:13-36; Efesios 2:4-5; Hebreos 4:16; 1 Pedro 3:8).  Un Dios trascendente pero muy cercano a la realidad humana. Esta cercanía trae mucha dicha a las personas creyentes, pero al mismo tiempo representa un desafío en tanto el ser humano pueda creer que entienda o conozca a Dios de manera profunda. Esa ilusión de cercanía puede llevar a pensar que se puede manipular a Dios y eso es la esencia de la blasfemia. Se corre el mismo riesgo de proyectar las realidades humanas a Dios y de esta manera el pretender que se pueda describirlo y darle órdenes. Es por lo que la invitación a no imaginarse como es Dios ha de seguir muy vigente hasta hoy (Éxodo 20:4). El que es lo que es, el que será lo que será y el sin nombre (Yo Soy el que Soy (אֶהְיֶה אֲשֶׁר אֶהְיֶה, ehyeh asher ehyeh) dice que es mejor no tratar de imaginarlo ni mucho menos compararlo con algo creado (Éxodo 3:14).

Este mandamiento de evitar imaginarse a Dios está directamente conectado con el siguiente que invita a no usar de manera equivocada el “nombre” de Dios (Éxodo 20: 7). Este mandamiento explícitamente indica los problemas sociales, religiosos y psicológicos que surgen del pretender utilizar a Dios para abusar de la confianza de las demás personas. Es común en ciertos ambientes religiosos el invocar a Dios para justificar conductas opresivas, explotadoras y fraudulentas. Estas estrategias de engaño o coerción religiosa se llevan a cabo con la intención de mantener el dominio y el control sobre los creyentes. Se puede notar como ciertas personas religiosas aducen que están hablando de parte de Dios para así esconder sus actitudes de odio y sus conductas crueles e injustas. Expresiones tales como “la Biblia dice”, “Dios dice”, “la Palabra de Dios dice”, “pongo a Dios por testigo”, “es la voluntad de Dios”, “eso es el castigo de Dios”, pueden verse como pistas para identificar si se está usando el nombre de Dios en vano.

El compromiso, entonces es, a no usar el ‘nombre de Dios’ de manera indebida. El invocar el ‘nombre de Dios’ implica hablar de su parte, ser el vocero de su identidad y de su carácter. En el relato de Job a los tres amigos de Job se les exhorta porque ellos pretendieron hablar de parte de Dios y lo hicieron mal. “Estoy muy enojado contigo y con tus dos amigos, porque no hablaron bien de mí, como lo hizo mi siervo Job” (Job 42:7). Es bueno hablar no como gestores de Dios más bien como seres humanos concretos. Las personas han de hablar en nombre propio tomando así responsabilidad por la manera de pensar, sentir y actuar. El comportamiento humano que se guía por los principios del amor y de la justicia es un testimonio de que se respeta, se valora y se adora a Dios. De hecho, el mencionar mucho a Dios puede ser un obstáculo para experimentar su presencia y celebrar sus acciones en tanto al hacerlo se le está limitando al esperar que se ajuste a los moldes establecidos por la sociedad.

El presentar ideas y creencias personales como si fueran de parte de Dios puede ser un reflejo de la arrogancia y soberbia humana. El peligro de estas declaraciones es que se use el nombre de Dios para esconder los deseos de enseñorearse y dominar las voluntades de las demás personas. Es común escuchar “esta es la voluntad de Dios”, “vino palabra de Dios a mí”, “necesitamos obedecer”, este es designio de Dios”, con la intención de lo que se diga después sea intocable, indiscutible y esté más allá de todo cuestionamiento. Las mayores atrocidades y agresiones se cometen cuando se usa una causa noble para legitimar proyectos egoístas y ambiciones personales.

El Profeta Ezequiel comparte lo triste y devastador que es cuando los lideres religiosos usan el nombre de Dios de manera indebida. Estas personas ven a los creyentes como presa, a quienes, a través de estrategias de miedo, culpa y vergüenza usan y explotan la comunidad de fe apacentándose entonces a sí mismo en vez de asistir a cada miembro en su crecimiento integral (Ezequiel 34: 7-16).   

El Apóstol Pablo sugiere que las personas no creyentes blasfeman contra Dios por causa de las inconsistencias conductuales de los creyentes (Romanos 2:24). A estas personas no creyentes les cuesta aceptar las cargas de culpa y de vergüenza sugeridas por líderes religiosos y encubiertas bajo el nombre de Dios. Esta persecución religiosa en ocasiones es mas frecuente en las peticiones de diezmos y donaciones donde se usan textos bíblicos para acosar a los creyentes. Estos líderes tienden a “atar cargas tan pesadas que es imposible soportarlas, y las echan sobre los hombros de los demás, mientras que ellos mismos no quieren tocarlas ni siquiera con un dedo” (Mateo 23:4). La advertencia de Jesús de Nazaret sigue muy vigente: “Cuídense de los escribas a quienes les gusta andar con vestiduras largas, y aman los saludos respetuosos en las plazas, los primeros asientos en las sinagogas y los lugares de honor en los banquetes; que despojan de sus bienes a las personas más desposeídas y para disimular sus intenciones hacen largas oraciones” (Marcos 12:40).

El gran maestro y teólogo Anselmo de Canterbury (1033—1109) se refería a Dios como el “ser mayor que no puede pensarse y además superior a todo lo que se puede pensar” (Proslogion 1077). Esta referencia a Dios puede salvaguardar contra la tentación de asumir que se entiende a Dios y por lo tanto hablar en su lugar. El teólogo alemán Karl Rahner (1904—1984,) sugería que Dios es “el misterio sagrado, la última meta, el punto de partida de la humanidad, lo indisponible e innominado, así como lo más amable y libre posible” (Curso Fundamental de la Fe, 1978, p.74). El filósofo judío Martin Buber (1878—1965) consideró que “la palabra Dios es la más vilipendiada de las palabras humanas. Ninguna está tan manchada ni tan dilacerada… Las generaciones humanas han desgarrado esta palabra…han matado y se han dejado matar por ella…se asesinan unos a otros, y dicen: lo hacemos en nombre de Dios” (Fragmentos Autobiográficos, 1961, p. 43). Estas declaraciones teológicas hacen eco de los dos mandamientos señalados arriba donde se recomienda que es mejor no imaginarse y mucho menos hablar en nombre de Dios.  

La teologia (el dialogar de manera responsable sobre Dios) ha de ser un ejercicio intelectual y espiritual caracterizado por la humildad. Es así como frente a este misterio insondable es mejor vivirlo antes que entenderlo. La recomendación que hacen los autores de los textos bíblicos es más que hablar de Dios a que se centren en vivir los mandamientos al amar a Dios y amar al prójimo (Mateo 22:37-39) y, a “Practicar la justicia, amar la misericordia y andar humildemente ante Dios” (Miqueas 6:8; 1 Pedro 5:8). Este actuar modesto sin vanidad y sin creerse superior a las demás personas puede ser el antídoto para evitar usar el nombre de Dios en vano (Filipenses 2:3). Una hermenéutica sana animará a los lectores de los libros bíblicos a que “aprendan a hacer el bien, busquen la justicia, reprendan al opresor, defiendan al huérfano y que aboquen por la viuda” (Isaías 1:7).

El ser humano como un ser espiritual, es decir como un ser que busca transcender al ponerle una pausa a sus necesidades y realidades personales para así concentrarse en el de las demás personas, añora estar en relación con Dios a través del curso de vida. Las palabras del poeta y salmista expresan de manera cándida este anhelo: “Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así te busca, oh, Dios, todo mi ser. Tengo sed de Dios, del Dios de la vida” (Salmos 42:1-2). Este añorar sencillo y humilde puede asistir al ser humano en su búsqueda de sentido y propósito existencial. En esa relación con el Eterno, con el Creador, con el Todo, con el Indescriptible y con El que Es y Siempre Sera, puede radicar la posibilidad de vivir en plenitud, amor y paz. “Oh Dios, tú eres mi Dios; yo te busco intensamente. Mi alma tiene sed de ti; todo mi ser te anhela, cual tierra seca, extenuada y sedienta” (Salmos 63:1, NVI).

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