El bautismo
Esteban Montilla | 16 agosto, 2015
Saludos deseándoles lo mejor para este día. Un día donde reflexionemos sobre el sacramento u ordenanza que conocemos como el bautismo. Los sacramentos u ordenanzas representan uno de los vehículos más preciados de los cristianos para entrar en comunión con Dios. La importancia de estos símbolos radica en la necesidad que los seres humanos tienen de usar medios concretos para conectarse con lo intangible, con lo que trasciende, con lo indescriptible, con lo infinito, con los misterios, con la Realidad Última, con Dios. Estos signos de fe o misterios, como se les llamaba inicialmente, minimizan la brecha existente entre lo humano y lo divino y permiten experimentar una cercanía e intimidad con Dios, quien ha prometido estar con sus criaturas a través del curso de la vida y hasta el fin del mundo. Esta promesa se hace evidente en la compañía diaria del Espíritu Santo quien está disponible para guiarnos, consolarnos, instruirnos, redargüirnos y resguardarnos (Juan 14:26; 16:6-8; 20:22). Sin embargo, la manifestación concreta de esta presencia divina se puede palpar en los símbolos de fe. Esta palabra símbolo (sim-bolo=unir, ir en la misma dirección) implica “poner juntos” lo intangible con lo concreto.
El termino sacramento (voto de fidelidad) se usaba en la milicia de Roma para referirse al juramento que los soldados hacían al entrar al servicio militar, y, también tenía que ver con el depósito de dinero hecho por ambos litigantes para llevar a cabo un juicio. Tertuliano (ca. 160—ca. 220), el “padre de la teología latina” quien vivía en Cartago en el Norte de África y autor cristiano prolífico, en su obra Ad Martyras, usó la palabra sacramento, en el sentido de jurar, para ilustrar la experiencia de conversión de una persona al cristianismo quien jura pertenecer al ejercito de Dios. Tertuliano también escribió extensamente acerca de los dos misterios (mysterion) principales, la eucaristía y el bautismo, pero, además hizo referencia al matrimonio cristiano como otro misterio de la fe. La lista de estos misterios creció a través de los años y, posteriormente, se incluyeron, entre otros: la eucaristía o santa comunión, el bautismo, el lavamiento de los pies, el matrimonio cristiano, el ayuno, la señal de la cruz, la unción con oleo consagrado, unción de los enfermos, la ordenación pastoral, la confirmación, el perdón de los pecados, la penitencia, la renuncia al mal, la ceniza y el agua bendita.
San Jerónimo (c. 347-420), cuando tradujo la Biblia al latín llamada la Vulgata usó la palabra sacramento para traducir la palabra griega mysterion y, fue así como el término sacramento se comenzó a usar en la iglesia cristiana latina para referirse a los signos de fe tales como la santa cena, el bautismo y el matrimonio cristiano. Sin embargo, la iglesia cristiana ortodoxa griega siguió usando la palabra mysterion. Poco a poco estos signos de fe, llamados ahora sacramentos, llegaron a interpretarse como vehículos de la gracia de Dios. Hugo de San Víctor (c. 1096—1141), en su obra “De Sacramentis christianae fidei” (ca. 1134) y Pedro Lombardo (c. 1100—1164) sistematizaron la lista de los sacramentos limitándolos a siete: El bautismo, la confirmación, la penitencia, la eucaristía, la unción de los enfermos, el orden sacerdotal y el matrimonio. Finalmente en el Concilio de Trento (1545-1563) la iglesia Católica Romana afirmó que eran siete sacramentos, “ni más ni menos”.
Entre los reformadores, es Martín Lutero (1483-1546), quien se opuso a la idea de siete sacramentos y consideró que el valor de ellos provenía de la fe; Huldrych Zwinglio (1484-1531), por su parte, argumentó que Jesús nunca usó la palabra sacramento y que éstos eran simplemente signos y no vehículos de la gracia de Dios y, luego, Calvino (1509—1564), manifestó que no había causalidad instrumental en los sacramentos. Estos tres reformadores protestantes decidieron hablar de dos signos de fe a los cuales le llamaron ordenanzas: la eucaristía y el bautismo, aludiendo que estos mysterion fueron los únicos ordenados por Jesus de Nazaret. Ellos sugirieron que estos ritos eran señales visibles de la verdad liberadora de Dios.
El bautismo como práctica de iniciación en un nuevo modelo de vida se inicia con Juan el Bautista cerca del 25 d.C. Es difícil saber de dónde él tomó la idea para este rito pero se asume que se inspiró en los lavamientos de las manos y los pies que hacían los judíos antes de ciertas ceremonias religiosas. Se sugiere que esta práctica, muy particular de Juan el Bautista, era también una protesta contra las costumbres del Templo donde los líderes religiosos cobraban por permitirle a los visitantes que se sumergieran en una piscina que tenían en ese lugar antes de que pudieran entrar a entregar sus ofrendas. Juan el Bautista por su lado ofrece la posibilidad de sumergirse (bautismo) en aguas vivas libres de la contaminación y de manera gratuita.
De cualquier manera este rito fue sugerido por Juan el Bautista como una demostración pública de que la persona que lo hacía estaba arrepentida de haber vivido de una manera egoísta caracterizada por la crueldad, la injusticia, la corrupción y la arrogancia. Entonces el sumergirse era símbolo que se estaba dejando atrás esa manera de pensar y actuar para así al resurgir del agua comenzar un vivir centrado en los principios del reino de Dios como lo son el amor, la justicia, la integridad y la humildad (Marcos 1:4-5; Lucas 3:8, 10-14). Jesús de Nazaret, quien creyó en el proyecto de su primo, decidió participar en este rito de iniciación para así dar fe de su compromiso con la misión liberadora de Dios (Marcos 1:15). De allí que Jesús de Nazaret siguiendo a su maestro bautizó a muchas personas (Juan 3:26) y les sugirió a sus discípulos que continuaran esa práctica (Mateo 28:19-20). Después de la muerte de Jesucristo sus seguidores mantuvieron esa práctica haciéndolo en Su honor o nombre (Hechos 2:38; 10:48; 19:5). El Apóstol Pablo se refirió al bautismo como una demostración pública de unirse al mismo pensar y sentir de Jesucristo (Gálatas 3:27) y como señal de compromiso a vivir una vida centrada en la caridad y la justicia (Romanos 6:1-11). Hoy pues reafirmamos nuestro cometido a seguir el modelo de vida sugerido por Jesús de Nazaret.