El silencio y la quietud
Esteban Montilla | 21 agosto, 2015
Saludos deseándoles lo mejor para este día. Un día donde reflexionemos sobre la importancia del silencio, la quietud y el vaciarse como una práctica espiritual. El “quedarse quietos” (Salmos 46:10) para escuchar la voz interna y el susurro de Dios nos puede llevar a un nivel de tranquilidad y prolongada paz. Este estar quietos implica entrar en el descanso que nos libera de las cargas que agobian y ahogan al espíritu; vale decir, el descanso que quita las preocupaciones ilógicas y no permite que la desesperación haga morada permanente en nuestras vidas.
El hecho de que el mandamiento que se refiere al descanso comience con la palabra, “acuérdate” implica que es fácil olvidarse de la importancia de descansar (Éxodo 20:8). Los afanes y exigencias de producción de esta era demandan de mucho tiempo, esfuerzo y dedicación. Muchas personas se dejan consumir por estas exigencias y terminan agobiados con cargas que sobrepasan sus capacidades de resistencia. La invitación de Jesus de Nazaret sigue en pie “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso (Mateo 11:28-29). El descanso físico, mental, social y espiritual además de restaurar las energías pérdidas y sanar las dolencias físicas, también nos provee una protección para con los excesos de la vida (Eclesiastés 7:18).
El Rabino Abraham Joshua Heschel (1951), dice que el descanso o sábado es un momento en el tiempo donde la meta es ser y no tanto tener, ser un dador más que un propietario, ser servicial en vez de dominar, ser conciliador en vez de imponente. El poder restaurador del descanso como un tiempo de tranquilidad, serenidad, reposo, libertad y deleite se puede experimentar, diaria y semanalmente, al permitir que la presencia o shekinah de Dios invada cada aspecto de nuestras vidas. El quedarse quieto y apreciar la belleza del silencio implica también el vaciarse de las ansiedades que enturbian el mover libre del Espíritu. Las grandes ideas y los sueños visionarios requieren de una vida en quietud, porque, es allí donde es más fácil que la imaginación y la creatividad se expresen con mayor libertad.
Una vida quieta tiene que ver también con el estar dispuesto a vaciarse de toda pretensión, éxito comprobado y situación de privilegios en tanto estos pueden estorbar la paz interior, la armonía social y la plenitud existencial. Este proceso de vaciarse (kenosis) lo refleja la carta paulina al invitarnos a que haya en nosotros “la misma actitud que tuvo Cristo Jesús, quien siendo de condición divina no quiso hacer ostentación, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los seres humanos; y hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Filipenses 2:5-8).
Este kenosis es una invitación a sembrar la semilla de la esperanza al darnos el permiso de dejar cosas y planes, por muy preciosos que sean para nosotros, a fin de que algo mejor pueda surgir. En ocasiones alcanzamos poco en la vida porque estamos muy aferrados a lo que tenemos ahora, a nuestros sueños y a los beneficios del momento. Jesús de Nazaret nos llama a plantar para el mañana. “Ciertamente les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo. Pero si muere, produce mucho fruto” (Juan 12: 24, NVI). Quizá haya muchas cosas en nuestras vidas, tales como resentimientos, heridas emocionales, desilusiones, relaciones enfermizas y deseos de venganza, que tienen que morir para que las “buenas nuevas de liberación” puedan ser experimentadas a su plenitud.