La vida eterna y el cielo

Esteban Montilla | 27 agosto, 2015

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Saludos deseándoles lo mejor para este día. Un día donde reflexionemos sobre la vida eterna y el cielo. La fe cristiana tiene la resurrección como punto de partida para el estudio de la vida más allá de la muerte. La resurrección no niega ni minimiza la realidad de la muerte sino que se entiende como la avenida que Dios usa para regresarles la vida a los mortales. Después de la muerte de Jesús de Nazaret sus discípulos y discípulas decidieron seguir su proyecto llamado reino de los cielos o reino de Dios el cual implicaba la adaptación de un modelo de relación, interacción y convivencia humana centrada en tener a Dios como prioridad en la vida y en amar al prójimo (Lucas 10:25-37).

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El compromiso de seguir a Jesucristo implicaba el integrar los principios centrales de su reino tales como el amor, la justicia, la humildad, la integridad y la paz en cada aspecto de la vida. La incorporación de este proyecto de vida señalado por Él asistiría al cristiano a llevar una buena vida acá y de esta manera estar también preparado para llevar una buena vida allá. En este sentido Jesús hablada del reino que está y el reino que viene, de que las cosas se hagan acá como también se hacen allá (Marcos 1:15; Mateo 3:2; Lucas 17:21). De manera que el cristiano atento vive con la realidad de estos dos “mundos” o “reinos” en mente.

La concepción lineal del tiempo sostenida por la perspectiva judeo-cristiana propone que la vida y las cosas ocurren dentro de un marco histórico donde Dios tiene la primera y la última palabra. En este contexto lineal y no circular todo tiene su comienzo y su final, y el mismo, está guiado así como también sostenido por el Creador. El ser humano desde esta óptica entonces tiene esta vida para integrar los principios de vida propios de este reino o modelo existencial. De allí que las decisiones que tome acá tienen implicaciones para el allá, para el hoy y para el mañana, para el presente y para la eternidad (Deuteronomio 30:19-20; Lucas 14:25-35). En este sentido el destino de la persona está en las manos de Dios pero a la misma vez éste depende de la decisión voluntaria de vivir a la altura de la expectativa divina. Un vivir pleno entonces deja huellas acá y sigue haciendo la diferencia allá. Este vivir en abundancia acá es tan bueno que vale la pena el continuarlo allá.

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Un elemento de la vida eterna que ha inquietado al ser humano que sigue la postura judeo-cristiana es el lugar donde tomará lugar la eternidad. Una vez que Jesús de Nazaret muere surgen diferentes expositores de su proyecto. De manera que el grupo cristiano inicial, al igual que hoy, no era monolítico u homogéneo en tanto se caracterizaba por su diversidad de pensamiento aunque estaban claros y unidos en la misión de propagar un modelo de convivencia comprometido con el amor y la paz. Con respecto a lo que constituía el cielo había diferentes posturas pero tenían en común la idea expresada por el Apóstol Pablo, que en el cielo “Dios tenía preparado para los que lo aman cosas que nadie ha visto ni oído, y ni siquiera pensado” (1 Corintios 2:9).

Es así que la palabra cielo o paraíso es una metáfora para referirse a algo que está muy por encima de nuestra capacidad de comprender. El cielo apunta a lugar donde mora Dios, a una dimensión de existencia infinita, a un estado de plenitud, a un convivir armónico, a una experiencia de conocimiento perfecto, a un nivel de satisfacción ilimitado, a la vida eterna, a un descanso sinigual, a la entrada a un nuevo mundo y a un modo de vivir centrado en el amor de Dios. Es por esto que se habla del cielo que viene y del cielo que es (Lucas 17:21; Mateo 3:2; 5:16; 19:16; Lucas 10:20; 1 Corintios 13:12; Filipenses 3:20). Ciertamente no estamos hablando desde la disciplina que conocemos como astronomía sino de una realidad ulterior que escapa al saber humano. De allí que es vano y quizás arrogante el pretender de hablar referente a este tema con palabras tan concretas en tanto minimizan la esencia de lo que hablamos. Es por esto que recurrimos a la poesía sagrada y a la riqueza de la estética para dialogar al respecto. El cielo es aquello que nos imaginamos y ciertamente mucho más.

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La invitación que nos hizo Jesús de Nazaret no fue a descifrar las minucias de lo que constituye la vida eterna y el cielo sino a vivir una vida empapada por el amor de Dios y así mientras actuamos en justicia, bondad, humildad y paz podemos saborear la eternidad acá con la seguridad en su promesa que la tendremos también allá. El creer en la vida eterna nos libera de la angustia que produce la ambivalencia, nos fortalece la confianza que tenemos en nuestro Creador, nos quita aquello que perturba nuestra paz, nos capacita para hacer uso sabios de los miedos que experimentamos y nos mueve a un vivir más equilibrado. La creencia en el cielo nos anima a caminar tomado de la mano de Dios y de Jesucristo y de esta forma tener una garantía de que podemos saborear la vida plena acá y así seguirla en la eternidad. La invitación sigue en pie, “Mira, yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Apocalipsis 3:20). Oramos para que Dios ponga en nosotros el mismo espíritu de necesidad de ser llenos en Él y digamos como los dos caminantes a Emaús, por favor “quédate con nosotros” (Lucas 24:29). A la oferta de vida eterna decimos sí.