El juicio final

Esteban Montilla | 8 septiembre, 2015

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Saludos deseándoles lo mejor para este día. Un día donde reflexionemos sobre la doctrina cristiana acerca del juicio final. La Biblia desde el comienzo al final coloca la justicia como uno de los principios más preciados para Dios. “Pero Dios los espera, para tener compasión de ustedes; él está ansioso por mostrarles su amor, porque Yahveh es un Dios de justicia. ¡Dichosos todos los que esperan en él!” (Isaías 30:18). En una conversación que tuvo con Dios, el padre de nuestra fe Abraham, le expresaba “Tu, que eres el Juez supremo” no puedes castigar al inocente junto con el culpable (Genesis 18:23-25). El último libro de la Torá declara a Dios como soberano, Juez que no se deja corromper con regalos y que hace justicia al huérfano, a la viuda y al extranjero (Deuteronomio 10:17-18).

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Las sociedades con la intención de promover una convivencia sana y armónica establecen un sistema político el cual establece las leyes que rigen la conducta y un sistema judicial (policías, abogados y jueces) para que se haga una aplicación justa de estas leyes. De manera que la persona que violente estas normas de convivencia pueda ser disciplinada ya sea con multas si está relacionada con aspectos civiles administrativos o con privación de libertad si tiene que ver con el aspecto penal. La sentencia que aplique el juez o jueza ha de estar conectada directamente con las acciones llevadas a cabo por la persona. Es sabido que a través de las edades estos sistemas judiciales han estado manchado con la tinta de la corrupción donde en ocasiones los inocentes terminan pagando condenas por crímenes que no cometieron y los culpables triunfan impunes. Los Escritos Sagrados entonces enfatizan la importancia de que se haga justicia, se aplauda a las personas de buena voluntad y se corrijan a las que decidan actuar con maldad. Los que actúan como jueces son llamados a imitar al Juez Supremo porque en el juicio final divino cada ser humano será juzgado según la ley de libertad, amor, compasión, justicia, humildad e integridad (1 Pedro 2:23; Santiago 2:12; 2 Timoteo 4:1; 1 Pedro 4:5).

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Los Escritos Apostólicos o Nuevo Testamento señalan que los seres humanos después de su muerte y de la resurrección general de los muertos participaran en el juicio final de Dios donde se le mostrará a cada persona el resultado de su decisión de vivir para siempre o morir por la eternidad (Hebreos 9:27; 1 Pedro 1:17; Mateo 16:27; Juan 5:28-29; 2 Corintios 5:10; Apocalipsis 20:11-15). El Apóstol Pablo señala que Dios juzgará a cada persona y le dará la recompensa que se merezca (1 Corintios 4:4-5; 2 Corintios 5:10; Romanos 2:5-10; 14:10, 12; Hechos 10:42). Él aclara que el juicio de Dios, a diferencia de muchos de los de acá, será justo e imparcial (Romanos 2:11). Los escritos canónicos cristianos además señalan que Dios ha escogido a Jesucristo como juez de este juicio final (Juan 5:22, 27; Hechos 17:31; 1 Corintios 4:4-5) y que los ángeles fieles juntos a un grupo selecto de seres humanos le asistirán en este evento (Mateo 13:41-42; 24:31; 19:28; Lucas 22:30; 1 Corintios 6:2-3).

El estándar o criterio que se usará para evaluar cuál ha sido la elección de la persona será sus acciones mientras vivía en la tierra. Las personas que escogieron la vida lo demostraron en sus motivaciones y conductas de bondad y justicia: “Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron… Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí” (Mateo 25:34-40). Las personas que escogieron la muerte eterna hicieron lo propio al vivir de manera egoísta, avara, cruel e injusta (Mateo 25:41-46). Es interesante notar que el cristianismo adoptó la postura apocalíptica de que la tierra era un escenario de una guerra cósmica entre el bien y el mal. De allí que además de los seres humanos también los seres sobrehumanos o ángeles serian juzgados para así vindicar el carácter de justicia y de bondad de Dios (2 Pedro 2:4; Judas 6).

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La manera de prepararse para este juicio final y asegurarnos de que nuestros nombres estén escritos en el libro de la vida (Filipenses 4:3; Apocalipsis 3:5; 20:11-15) implica el conocer a Dios y a Jesucristo a quien envió (Juan 17:3), el comprometerse a buscar el reino de Dios en cada aspecto de nuestras vidas (Mateo 6:33), el arrepentirse de los daños que hemos hecho (Lucas 13:3), el aceptar el regalo de la salvación ofrecido por Dios (Tito 3:5; 1 Juan 2:1), el revestirse de sentimientos de compasión, bondad, humildad y paciencia (Colosenses 3:12-15), el pensar en sintonía con la mente de Cristo (1 Corintios 2:16), el relacionarse con las demás personas no para buscar únicamente beneficio propio sino también el bien para ellas (Filipenses 2:4), el vivir como Dios manda en rectitud, integridad, dominio propio, sabiduría, perseverancia y con mucha fe (2 Pedro 1:3-7; Lucas 11:28), el estar listos para recibir y ofrecer el perdón (Lucas 6:36; Colosenses 3:13), el centrar la existencia en el Autor y Consumador de la fe (Hebreos 12:1-2) y el estar dispuesto a seguir creciendo teniendo como meta la plenitud existencial que exhibía Cristo (Efesios 4:13; Filipenses 3:12-14). En resumen al caminar en intimidad con Dios le decimos si a la vida y le abrimos la puerta al Espíritu de Dios para produzca en nosotros su amor, alegría, paciencia, fidelidad, humildad, dominio propio y paz (Gálatas 5:22-26).