Desentrañando la lealtad: cómo los apóstoles varones traicionaron a Jesús de Nazaret
Esteban Montilla | 14 abril, 2025

La lealtad
La lealtad es un principio que influye en la manera como uno se relaciona con las personas e instituciones aliadas y mantiene los compromisos con ellas. Uno decide ser leal a una persona, a una institución o a una causa, mostrando fidelidad al estar de su parte, apoyarse, cuidarle, protegerle en las buenas y en las malas.
Esta lealtad puede desafiarse si la persona o institución aliada se aparta de los lineamientos universales referentes a los derechos humanos, las expectativas legales de la nación, los marcos éticos profesionales y el compás moral de las partes involucradas.
Las relaciones se pueden fortalecer con actos concretos que muestren lealtad. Sin embargo, es importante subrayar la fragilidad de la lealtad y la perfectibilidad humana que se puede ver aún en relaciones muy cercanas que han estado presentes a lo largo del curso de la vida. La deslealtad puede llevar a la ruptura relacional, pero también se puede escoger reparar la relación por medio del reconocimiento del daño, el diálogo, la búsqueda de justicia, la identificación de los asuntos subyacentes y la reconstrucción de la confianza.
Por otro lado, el quebrantar las promesas, el desentenderse del compromiso mutuo, el romper el contrato relacional o abandonar a la persona en su necesidad se puede entender como una traición, lo que lleva al deterioro y distanciamiento de una relación. Un acto de traición puede causar dolor y una sinfonía de emociones como la tristeza y la ira. Lo que sigue después de una traición, por lo general, incluye decepción, resentimiento y desconexión.
La traición de los discípulos varones de Jesús de Nazaret
En el contexto cristiano es común escuchar que Judas Iscariote traicionó a Jesús de Nazaret, pero al hacer una lectura exhaustiva de los relatos de la pasión se puede notar que todos los demás discípulos varones le traicionaron y le abandonaron.
“Luego fueron a un lugar llamado Getsemaní. Jesús dijo a sus discípulos: —Siéntense aquí, mientras yo voy a orar. Y se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, y comenzó a sentirse muy afligido y angustiado. Les dijo: —Siento en mi alma una tristeza de muerte. Quédense ustedes aquí, y permanezcan despiertos” (Marcos 14:32-33, DHH).
El relato muestra que esta revelación de emociones profundas que Jesús de Nazaret estaba experimentado no movió el corazón compasivo de sus apóstoles. “Luego volvió a donde ellos estaban, y los encontró dormidos… Cuando volvió, encontró otra vez dormidos a los discípulos…” (Marcos 14:37, 40, DHH).
Es muy claro que todos los discípulos varones traicionaron y abandonaron a Jesús de Nazaret. “Todos los discípulos dejaron solo a Jesús, y huyeron” (Marcos 14:50, DHH). Más tarde, una joven esclava precisó a unos discípulos cómo dándole la oportunidad de declarar su lealtad a Jesús de Nazaret. “Pedro estaba abajo, en el patio. En esto llegó una de las sirvientas del sumo sacerdote; y al ver a Pedro, que se estaba calentando junto al fuego, se quedó mirándolo y le dijo: —Tú también andabas con Jesús, el de Nazaret. Pedro lo negó, diciendo: —No lo conozco, ni sé de qué estás hablando… La sirvienta vio otra vez a Pedro y comenzó a decir a los demás: —Éste es uno de ellos…Poco después, los que estaban allí dijeron de nuevo a Pedro: —Seguro que tú eres uno de ellos, pues también eres de Galilea. Entonces Pedro comenzó a jurar y perjurar, diciendo: —¡No conozco a ese hombre de quien ustedes están hablando!” (Marcos 14:66-70, DHH).
Las discípulas mostraron lealtad a Jesús de Nazaret
Otro aspecto curioso y muy a tono con la persona y las enseñanzas de Jesús de Nazaret es que las mujeres discípulas estuvieron con él desde el mismo comienzo de su ministerio hasta su final. “También había algunas mujeres mirando de lejos; entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé. Estas mujeres habían seguido a Jesús y lo habían ayudado cuando él estaba en Galilea. Además, había allí muchas otras que habían ido con él a Jerusalén” (Marcos 15:40-41, DHH).
El Evangelio según Juan, señala que Jesús, antes de entrar a Jerusalén, había decidido pasar un tiempo en Betania en casa de sus amistades Marta, María y Lázaro, a quienes apreciaba mucho y les tenía en alta estima. Esta familia, para celebrar la visita de este amigo tan especial, decide preparar una cena para él y sus discípulos. En esa cena, María “tomó entonces como medio litro de nardo puro, que era un perfume muy caro, y lo derramó sobre los pies de Jesús, secándoselos luego con sus cabellos. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume” (Juan 12: 1-8).
Este acto de “ungimiento” por parte de su amiga fue muy significativo, en tanto le prepararía para la semana más difícil y decisiva de su ministerio. El detalle de que fuera una mujer quien ungió a Jesús de Nazaret, cuando esto por lo general lo hacía un varón y sacerdote, refleja una vez más lo intencional y la inclusividad del proyecto del nuevo reino.
El Evangelio según Lucas, sugiere que esta misma amiga María le escuchó atentamente mientras él le comentaba, quizá sus preocupaciones, miedos, así como también sus esperanzas. Jesús había intentado comunicarles a sus discípulos más cercanos de su plan de ir a Jerusalén y del peligro que esta visita representaba para su ministerio y para su vida.
Sin embargo, parece que sus seguidores varones no estaban dispuestos a escuchar estas palabras que ellos consideraban pesimistas. “Iban de camino subiendo a Jerusalén, Los discípulos estaban asombrados, y los otros que venían detrás tenían miedo. De nuevo tomó aparte a los doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder” (Marcos 10:32-34). Pero los discípulos se negaban a escucharle hasta el punto de decirle que se callara (Mateo 16:22).
Con una gran necesidad de que alguien le escuchara, “Jesús se hizo el firme propósito de ir a Jerusalén… y mientras iba de camino con sus discípulos, entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba lo que él decía” (Lucas 9:51; 10:38-41). Al final de la visita, Jesús le dice a Marta que su hermana María había escogido lo mejor: el escuchar a un ser humano que pronto experimentaría la crisis más importante de su vida. ¡Qué privilegio tan gran grande tuvo esta mujer, ministrar a Jesús de Nazaret antes de que saliera para Jerusalén! Además, fue una mujer, una persona que en ese contexto no contaba, quien no tuvo miedo de escuchar con atención y de manera solidaria a un ser humano en necesidad.
Conclusión
En los relatos que se encuentran en la Biblia uno puede aprender por contraste o imitación. En este caso es a seguir el ejemplo que sus discípulas mostraron al estar con Jesús de Nazaret tanto en los buenos momentos como en las adversidades. Hoy día escogemos el no traicionar a Jesús de Nazaret y sus enseñanzas al seguir comprometidos con actitudes, paradigmas y conductas que reflejen la justicia, el amor, la humildad y la paz.
Hosanna. El reino de Jesús de Nazaret ya está entre nosotros (Lucas 17:21). Vivamos como personas leales que pertenecen a ese reino de justicia y de bondad. Oremos para que en esta Pascua nuestro Dios nos dé un corazón nuevo, nos infunda un espíritu renovado, nos alcance con su sabiduría, nos levante del letargo, nos quite la pesadumbre, nos libre de la indiferencia, nos guarde del mal, nos acompañe en las tribulaciones (descienda a nuestros infiernos), nos quite todo espíritu de venganza, nos llene de su paz y nos cobije en su soberana presencia (Ezequiel 36:24-28; Salmos 86:15).