El ayuno
Esteban Montilla | 3 agosto, 2015
Saludos deseándoles lo mejor para este día. Un día donde reflexionemos sobre el ayuno como una práctica espiritual la cual puede contribuir en el logro de una unión íntima con Dios; el desarrollo de una actitud más esperanzadora y la intensificación del compromiso social para el establecimiento de un mundo mejor. Esta práctica espiritual, llevada a cabo de manera sabia, conduce a mirar más allá de las necesidades biológicas y psicológicas de uno para centrarse en las realidades de las demás personas. Por ejemplo, una persona al negarse, voluntariamente, a tomar alimentos durante uno o dos días, puede empatizar con 1000 millones de seres humanos que cada día se acuestan con hambre. Esta experiencia de concientización nos puede mover a la solidaridad y al trabajo por la eliminación de las hambrunas que ocurren a nuestro alrededor.
Las razones para ayunar son muchas; entre otras, se encuentra el aprendizaje del dominio propio, el empoderamiento personal al demostrarse que aún las necesidades biológicas pueden ser doblegadas, la invitación a la simplicidad, el demostrar el alcance de nuestra determinación, el darle un espacio al cuerpo para que se restaure, el rendirse antes Dios dejando a un lado las preocupaciones de este mundo, el adquirir las fuerzas para actuar de manera ética, el prepararse para una ocasión especial, para expresar el duelo que se siente, el estar listo para recibir revelaciones especiales de Dios y el mostrar la extensión de nuestro compromiso con la causa justas de este mundo.
La Biblia menciona varios tipos de ayunos que varían en días de duración, en maneras de llevarlo a cabo y en el número de participantes. Hay ayunos de un día los cuales toman lugar cuando se quiere consultar a Dios en la toma de decisiones trascendentales para la vida de la persona o de una comunidad (Jueces 20:26-28). También, se encuentran registrados ayunos de tres días, una semana y hasta de cuarenta días (Ester 4:16; 1 Samuel 31:13). Sin embargo, es importante aclarar, que los ayunos que se llevaban a cabo en tiempos bíblicos consistían en suspender la ingesta de alimentos durante el día, pero, una vez que se ocultaba el sol, las personas podían comer. De manera que el contexto bíblico al decir ayunar por cuarenta dias significa que por eso tiempo no se ingiere alimentos mientras el sol este fuera pero al llegar la noche se procede a comer.
En cualquier caso, el ayuno no es herramienta para impresionar a Dios, ni para manipular su voluntad, ni para esconder el egoísmo y la falta de solidaridad, ni como excusas para explotar a los demás, ni como estrategia para martirizarse, ni como medio para influir la voluntad de Dios (Mateo 6:15-17; Lucas 18:11-13). El Profeta Isaías propone que el verdadero ayuno consiste en “romper las cadenas de injusticas, desatar las correas del yugo, poner en libertad a los oprimidos, romper todas las ataduras, compartir el pan con el hambriento, dar refugio a los pobres sin techo, vestir al desnudo, no dejar de lado a los semejantes” (Isaías 58:6-12). Las personas que ponen en práctica este tipo de ayuno, dice el Profeta, tendrán una luz que despuntará como la aurora, recibirán sanidad, se les abrirá muchas oportunidades en la vida y les seguirá la gloria de Dios. Para Isaías el ayuno implicaba doblegar el espíritu para que la presencia de Dios pudiera llenar a la persona. Esta presencia les llevaría a renunciar al deseo de dominio de los demás, a dejar un lado las actitudes discriminatorias, a suspender los prejuicios y el evitar hablar mal de las demás personas.
Jesús de Nazaret, siguiendo una tradición de la Biblia Hebrea, conectó el ayuno con el luto, el duelo y la pérdida. Algunas personas notaron que los discípulos de Jesús no ayunaban y fueron ante Él para averiguar la razón detrás de esa actitud. Él, les respondió diciéndoles, que su presencia representaba una oportunidad para la alegría, el gozo y la felicidad. Jesús, les enfatizó que el momento era para celebrar y no para estar de luto y en duelo. Eventualmente, les dijo, cuando él no estuviera, entonces, es cuando les tocaría ayunar otra vez (Marcos 2:18-22).
Curiosamente la práctica del ayuno no se menciona en ninguna de las epístolas. Los registros de los cristianos del segundo siglo hablan de un ayuno voluntario que se llevaba a cabo los días miércoles y viernes y, del ayuno antes del bautismo (Didache 8:1-3; 7:1-7). Es interesante que en este documento antiguo de la iglesia cristiana primitiva, se encuentre una nota indicando que sólo ayunaran las personas que estaban en capacidad de hacerlo. Hoy días sabemos que personas con ciertas enfermedades crónicas tales como la diabetes, la hipertensión y otras enfermedades cardiovasculares, así como también las personas adultas mayores y mujeres embarazadas no deberían suspender la ingesta de alimento porque esto puede representar para ellas un peligro de vida o muerte.