La adoración en el cristianismo

Esteban Montilla | 26 noviembre, 2022

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Introducción

Las religiones ofrecen a las personas un sistema de creencias, un set de prácticas espirituales y una comunidad de fe, las cuales les sirven para dar sentido a su existencia, lidiar con las vicisitudes de la vida y para regular su conducta. Entre ellas, la religión cristiana, como una fe teísta, propone que la acción de Dios en la historia es clave para el sostenimiento del universo y para el buen vivir en el planeta tierra. La conceptualización de lo divino, de aquello que se conecta con la justicia, el amor y la paz, es de capital importancia en el entendimiento de muchos aspectos de la conducta humana, en tanto la ética, o manera de comportarse, puede reflejar los paradigmas culturales y religiosos donde la persona se desenvuelve.

La adoración

Una práctica común en la mayoría de las religiones es la adoración, desde lo cual se espera que los seres humanos reconozcan la soberanía del Creador al rendirle homenaje, mostrar humildad ante Él, disponerse a servirle y ofrecerle ofrendas. Las oblaciones por lo general estaban relacionadas con la alimentación, tales como darle de beber, preferiblemente sangre, y el ofrecerle de comer, incluyendo pan y carne. Es así como en ciertas religiones se degollaban animales a fin de recoger la sangre en un envase para rociarla en las cortinas del templo, o sobre la piedra fundacional en el templo. La mejor carne de los animales se asaba para así ofrendársela a la deidad. Esta práctica de ofrecerle sacrificio a la divinidad tenía que ver con la idea muy primitiva de que una de las funciones de los seres humanos era alimentar a los dioses.

  

En el cristianismo, Jesús de Nazaret y sus primeros discípulos hicieron una propuesta religiosa muy diferente en la cual no había templo, ni sacerdotes, ni sacrificios de animales, y tampoco los seguidores tenían que darle ofrendas a Dios: “El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él es Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos construidos por hombres, ni se deja servir por manos humanas, como si necesitara de algo. Por el contrario, Él es quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas” (Hechos 17:24-25, NVI). Es así que por los primeros siglos de la historia del cristianismo no existieron templos o santuarios.

 

En lugar de ir a templos, los primeros seguidores de Jesús de Nazaret se reunían en los mercados, las plazas, los campos, a la orilla del río y en casas de particulares. Estas reuniones (la palabra ekklesia—iglesia quiere decir reunión o asamblea) no eran para adorar a Dios, sino para animarse, comer juntos, edificarse, solidarizarse y planificar para ir a adorar a Dios actuando en su lugar. Los cristianos iniciales consideraban que el templo de Dios era el ser humano. De manera que no se iba a un edificio para encontrarse con Dios porque Él andaba muy de cerca y de mano de las personas: “¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?” (1 Corintios 3:16, NVI). Jesús de Nazaret prometió a sus seguidores que estaría con ellos todos los días: “Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20, DHH). La promesa de Dios es que nunca los dejará solos: “porque Dios ha dicho: Nunca te dejaré ni te abandonaré” (Hebreos 13:5, DHH).  

El adorar a Dios en este sentido era más que bajar la cabeza en señal de reverencia (proskuneo), incluía el comprometerse a actuar como Dios lo haría. La adoración no se llevaba a cabo en un lugar, ni en un edificio, ni por un tiempo o día determinado, sino más bien implicaba vivir en todo momento, las 24 horas del día y los 7 días a la semana, con la presencia y compañía de Dios: “Jesús le contestó: —Créeme, mujer, que llega la hora en que ustedes adorarán al Padre sin tener que venir a este monte ni ir a Jerusalén… Pero llega la hora, y es ahora mismo, cuando los que de veras adoran al Padre lo harán de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios. Pues el Padre quiere que así lo hagan los que lo adoran. Dios es Espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios” (Juan 4:23-24, DHH).

Esta forma de adorar a Dios hace referencia a colocarlo como prioridad en la vida. La etimología u origen de la palabra adoración (ad-orare-cion) apunta al hablar y al actuar de la misma manera que Dios actuaría. Es decir, el identificarse con los pensamientos, sentimientos y conducta de Dios, a fin de reproducir e imitar ese modelo de existir. Esta alineación con la voluntad de Dios (practicar la justicia, actuar en amor y vivir con humildad—Miqueas 6:8), representa la esencia de la adoración.

En esta nueva fe, se propuso que el ser humano fuera la ofrenda, viviendo a la altura de los principios del reino—justicia y amor— reflejando el carácter de Dios en los diferentes contextos en los cuales se desenvuelve y existe: “Por tanto, hermanos míos, les ruego por la misericordia de Dios que se presenten ustedes mismos como ofrenda viva, santa y agradable a Dios. Éste es el verdadero culto que deben ofrecer. No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto” (Romanos 12:1-2, DHH).

Los seguidores se reunían, no para adorar, sino para equiparse y animarse, a fin de seguir viviendo una vida de adoración al estar listos para asistir a cualquier persona en necesidad y a tratar a las demás personas con gentileza, respeto, justicia y bondad. En este contexto, Dios no necesita que le den ofrenda “ni necesita que nadie haga nada por él” (Hechos 17:25), sino más bien que de forma concreta se les brinde el apoyo a sus criaturas en necesidad: “Y le contestarán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos? El Rey les responderá: Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí” (Mateo 25:37-40, NVI).

Esta misma perspectiva de adorar siempre y en todo lugar se aplicó a la oración; mientras en otras religiones se sugería que oraran 3 o 5 veces al día, en el cristianismo se propuso que la vida de la persona fuese una oración, que a cada momento se estuviese comunicando con las palabras, las conductas y la vestidura acerca del amor, la compasión y la justicia de Dios: “Oren en todo momento” (1 Tesalonicenses 5:17, DHH). En otras palabras, se propuso adorar y orar como una forma de vida.  

La adoración a Dios es muy práctica, y tiene que ver con la conducta humana: “Por lo tanto, cuiden mucho su comportamiento. No vivan neciamente, sino con sabiduría. Aprovechen bien este momento decisivo, porque los días son malos. No actúen tontamente; procuren entender cuál es la voluntad del Señor. No se emborrachen, pues eso lleva al desenfreno; al contrario, llénense del Espíritu Santo. Háblense unos a otros con salmos, himnos y cantos espirituales, y canten y alaben de todo corazón al Señor. Den siempre gracias a Dios el Padre por todas las cosas, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5:15-20, DHH).

En el Evangelio de Juan se encuentra una narrativa donde, de manera irónica, Jesús de Nazaret señala el peligro de confundir la adoración con las actividades que se hacen en un santuario o templo. Este relato cuenta de un hombre paralítico o con discapacidad motriz que había estado en esa condición por 38 años (toda una generación, dado que esa era la expectativa de vida de las personas de ese tiempo). En el camino hacia el templo, había un estanque que tenía varios pórticos donde acudían muchas personas que padecían enfermedades crónicas y discapacidades, las cuales eran movidas por la creencia de que si lograban entrar al estanque en el mismo momento en que se moviera el agua (movida por un ángel), entonces serían sanadas. 

Respecto del hombre paralítico, “cuando Jesús lo vio allí acostado y se enteró del mucho tiempo que llevaba así, le preguntó: —¿Quieres recobrar la salud? El enfermo le contestó: —Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se remueve el agua. Cada vez que quiero meterme, otro lo hace primero” (Juan 5:6-7). Esta declaración de este hombre sufriente es muy triste en tanto refleja cuán fácil es pasar de largo y no detenerse para asistir a un ser humano en necesidad. El relato comienza diciendo que el encuentro de Jesús de Nazaret con este hombre enfermo tomó lugar durante una de las grandes fiestas que tenían los judíos. Esta observación se coloca probablemente para hacer énfasis de que, durante ese tiempo, muchas personas pasaban por allí para “adorar” en el templo. Sin embargo, por estar ocupados en el llegar a las afueras del templo para “adorar”, dejaron pasar la oportunidad de “adorar en espíritu y en verdad”.  

Este relato muestra que, en la vida, se requiere, además del querer y el decidir de una persona, el apoyo de otros individuos que nos provean la oportunidad. Este hombre quería recobrar su salud, y cada día con extremo esfuerzo llegaba al lugar para esperar el momento de lanzarse al estanque cuando el agua se moviera. Pero por su discapacidad y la altura del estanque no podía entrar al agua y tener la oportunidad de ser sano. Sus palabras, “no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se remueve el agua”, reflejan la importancia de contar con el apoyo de otras personas aliadas que se interesen por nuestro bienestar. Es así que, para incrementar el desarrollo humano, se amerita que la persona desee, tome la decisión, pero también se amerita de oportunidades que otros seres humanos o agencias le puedan brindar. Reparemos en cuántas personas hoy quieren estar sanos, pero no tienen seguro médico, no cuentan con los recursos para los exámenes, no tienen manera de transporte para llegar a los centros médicos, o simplemente están solos en este mundo.

Es muy curioso que el relato señale también que los líderes religiosos, en vez de celebrar la sanidad que este hombre finalmente recibió después de 38 años de espera, decidieron más bien molestarse porque había ocurrido en el día sagrado, y porque este hombre estaba cargando su camilla en sábado. Claramente, como algunos hoy, los líderes religiosos y sus seguidores habían confundido el medio con el fin. Las reuniones, las cuales pueden llevarse a cabo en cualquier lugar, tienen como función el animarse para salir a servir, el educarse para asistir a las personas necesitadas de manera más eficiente, y el organizarse para hacer uso apropiado de los recursos con que se cuentan, a fin de alcanzar a los grupos más necesitados de la comunidad. La adoración toma lugar cuando nos disponemos a asistir a las personas en sus diversas necesidades. Conviene no confundir los lugares (como los edificios) donde se lleva a cabo la reunión con la iglesia o templo. La iglesia ocurre cuando el grupo se reúne.

Se adora a Dios al crear oportunidades de sanidad, al darle de comer al hambriento, al proveer un refugio a las personas desamparadas: “Los justos preguntarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y te dimos de comer? ¿O cuándo te vimos con sed, y te dimos de beber? ¿O cuándo te vimos como forastero, y te dimos alojamiento, o sin ropa, y te la dimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” El Rey les contestará: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron” (Mateo 25:37-40, DHH).

La adoración como medio para ser personas de bien

La meta existencial, en resumen, es llegar a ser una persona de bien, para así vivir a plenitud acá en este mundo y con la esperanza de continuar esa vida de paz por la eternidad. Una persona de bien aprecia la diversidad humana, y no excluye por razones de nacionalidad, religión, estilo de vida, condición social, identidad sexual, sexo o género, sino por las conductas antisociales e ilegales: “En esta nueva naturaleza no hay griego ni judío, circunciso ni incircunciso, culto ni inculto, esclavo ni libre, sino que Cristo es todo y está en todos” (Colosenses 3:11, NVI). Los discípulos de la iglesia inicial tomaron esta postura de inclusión muy en serio: “Así que no importa si son judíos o no lo son, si son esclavos o libres, o si son hombres o mujeres. Si están unidos a Jesucristo, todos son iguales” (Gálatas 3:28, TLA).

Una persona de bien es compasiva, es amable, es humilde, es mansa y es paciente: “Dios los ama a ustedes y los ha escogido para que pertenezcan al pueblo santo. Revístanse de sentimientos de compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia” (Colosenses 3:12, DHH). Una persona de bien actúa de manera justa, íntegra y recta: “Pero ustedes no conocieron a Cristo para vivir así, pues ciertamente oyeron el mensaje acerca de él y aprendieron a vivir como Él lo quiere, según la verdad que está en Jesús. Por eso, deben ustedes renunciar a su antigua manera de vivir y despojarse de lo que antes eran, ya que todo eso se ha corrompido, a causa de los deseos engañosos. Deben renovarse espiritualmente en su manera de juzgar, y revestirse de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios y que se distingue por una vida recta y pura, basada en la verdad” (Efesios 4:20-24, DHH). Una persona de bien se muestra alegre, vive en paz, hace bien a las demás personas, tiene dominio propio y es leal: “En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gálatas 5:22, NVI).

Es así como Jesús de Nazaret introduce un concepto muy distinto sobre Dios y la debida adoración. Él, además de considerar obsoleta la idea de ir al templo para adorar, propuso que Dios no necesitaba de regalos como la comida y la bebida para poder ser movido a bendecir a las personas. Es por ello que el sacrificio de animales, para dar sangre de beber y carne para comer a Dios, ya no tenía sentido. Además, la idea de un templo donde las personas, excepto el sacerdote, pudieran entrar, no reflejaba la concepción que Jesús de Nazaret tenía acerca de Dios.

Esto es por lo que en el proyecto de Jesús de Nazaret no había cabida a un templo, ni tampoco a sacerdotes. El sacerdocio era necesario para los sacrificios de animales y los demás quehaceres del templo relacionados con el ofrecimiento de animales. Pero en lugar de un sacerdocio, Él designó seguidores o discípulos para que educaran, sanaran, sirvieran, y liberaran a la comunidad de las opresiones físicas, sociales, psicológicas y religiosas que les ataban y que impedían desarrollar sus potenciales: “Les respondió Jesús: Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas” (Mateo 11:4-5, NVI).

El mejor lugar para adorar a Dios son las interacciones que se llevan a diario con las demás personas, los animales, las plantas y el resto de la creación: “Al oír esto, la mujer le dijo: —Señor, ya veo que eres un profeta. Nuestros antepasados, los samaritanos, adoraron a Dios aquí, en este monte; pero ustedes los de Judea dicen que Jerusalén es el lugar donde debemos adorarlo. Jesús le contestó: —Créeme, mujer, que llega la hora en que ustedes adorarán al Padre sin tener que venir a este monte ni ir a Jerusalén… Pero llega la hora, y es ahora mismo, cuando los que de veras adoran al Padre lo harán de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios. Pues el Padre quiere que así lo hagan los que lo adoran. Dios es Espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios” (Juan 4:19-24, NVI).

La relevancia de las reuniones (iglesia, asamblea, congregarse)

Esta nueva propuesta de fe tenía muy claros distintivos en lo que se refería a creencias, rituales y modelos de liderazgo. El set de creencias cristianas era completamente novedoso (Dios, muerte, resurrección, salvación, tierra nueva, diablo, segunda venida), así como los rituales (bautismo, comunión, oración), y un liderazgo religioso inédito, en el contexto paulino constituido por apóstoles, diáconos, presbíteros y obispos y desde el grupo joánico simplemente todos eran discipulos. Otro nuevo planteamiento fue que se reunieran a menudo para animarse el uno con el otro, edificarse con enseñanzas vivificantes y equiparse para servir a las demás personas: “Busquemos la manera de ayudarnos unos a otros a tener más amor y a hacer el bien. No dejemos de asistir a nuestras reuniones, como hacen algunos, sino animémonos unos a otros; y tanto más cuanto que vemos que el día del Señor se acerca” (Hebreos 10:24-25, DHH).

En una reunión general que tomó lugar en el año 381 (Concilio de Constantinopla I), los líderes cristianos, al resumir las creencias cristianas, sugirieron los siguientes cuatro distintivos: que la iglesia fuese una en visión, santa, o distinta a las demás propuestas de modo de vida, católica, o que incluyera a todas las personas, y apostólica, en el sentido que se siguieran los postulados o enseñanzas de Jesús de Nazaret. Las reuniones (iglesias) eran entonces un recordatorio de la importancia de reproducir estos atributos en el diario vivir.

Estas reuniones (iglesias) incluían la música para animarse, la comida para crecer en cohesión, las enseñanzas para educarse, así como el culturizarse, escuchar testimonios, consultar el uno con el otro, y la oración para solidarse con las personas dolientes.  En esas asambleas (iglesias), las personas se contagiaban de la pasión y el deseo para ser personas de bien, al ser compasivos, amables, humildes, mansos, pacientes y estar prestos para asistir a las personas más necesitadas. Allí aprendían acerca de Dios y acerca de cómo reflejarlo mejor en la vida diaria: “Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo, a la cual fueron llamados en un solo cuerpo. Y sean agradecidos. Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza: instrúyanse y aconséjense unos a otros con toda sabiduría; canten salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón. Y todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él” (Colosenses 3:15-17, NVI).

La alabanza (hablar bien)

El autor de la Carta de Santiago se refiere al hablar bien (alabar) de las demás personas, como el punto central de los ejercicios espirituales: “Si alguien se cree religioso, pero no le pone freno a su lengua, se engaña a sí mismo, y su religión no sirve para nada. La religión pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre es ésta: atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y conservarse limpio de la corrupción del mundo” (Santiago 1:26-27, NVI).

El hablar bien de Dios (alabarle) se hace al vivir como personas de bien. La idea de reunirse para estar diciéndole a Dios cuán grande y bueno es, puede reflejar una compresión no saludable acerca del poder. Es común que una persona con visos dictatoriales espere que sus súbditos o subalternos le digan a menudo cuán extraordinario es, a fin de que él los pueda recompensar. Estos líderes autocráticos dispensan la bendición o recompensa en función de cuánto se le adule. Es así como esta propuesta de Jesús de Nazaret sobre la adoración y la alabanza puede servir como un antídoto contra el abuso del poder.

En el cristianismo actual, es fácil confundir la adulación (el alabar o hablar bien de alguien de manera excesiva) con la adoración a Dios. Entonces las personas confunden el reunirse para cantar (alabanzas o himnos) con la adoración a Dios. Esa idea de que Dios es un ser que le gusta que le adulen, que le digan cuán bueno es, cuán extraordinario es y cuán hermoso es, puede representar una proyección humana que se ha aprendido de los líderes políticos, religiosos y empresarios de la sociedad. Es decir, esta percepción de Dios parece muy sesgada y controversial acerca de Dios sugiriendo que le alaben de manera excesiva, que siempre estén hablando de Él, que lo consideren como lo mejor, que le admiren incondicionalmente, y que le cumplan todas sus demandas. Los reyes y los líderes religiosos se suscribían a esa idea de Dios porque así les era fácil persuadir a los súbditos y seguidores que hicieran lo mismo para con ellos.

Además, el confundir la adoración con el cantar en un lugar (templo, iglesia, santuario) representa un escondite seguro para los líderes religiosos, para así desentenderse de las necesidades concretas de las personas de su comunidad. Además, el no tener que lidiar con las personas que viven en pobreza extrema y pobreza, ahorra dinero y representa mayor ingreso económico a la institución religiosa. De esta manera se hace fácil a las personas o a los miembros de la comunidad religiosa contagiarse de esa apatía, al pensar que, si te reúnes y cantas, entonces no tienes que incomodarte para asistir al ser humano en su necesidad.    

La música en las reuniones (iglesia, asamblea, congregación)

El ser humano canta para expresar alegría: “¿Está alguno alegre? Cante” (Santiago 5:13); para mostrar gratitud, “canten salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón” (Colosenses 3:16); para dialogar con nuestros semejantes y expresar nuestro sentir: “Háblense unos a otros con salmos, himnos y cantos espirituales” (Efesios 5:19); para manejar la ansiedad y las preocupaciones: “A eso de la medianoche, Pablo y Silas se pusieron a orar y a cantar himnos a Dios” (Hechos 16:25). Además, la música se usa para expresar cariño, amor, repudio y añoros.  

Entonces, el cantar solo o en comunidad puede asistir a regular el estado de ánimo, sincronizarse con la voluntad de Dios y disponerse a reflejar su misma cultura (culto). Así, el cantar puede animar a salir de la reunión (iglesia) con la buena disposición de servir a las personas en sus diversas necesidades. El creer que en el edificio donde toma lugar la reunión (iglesia) habita Dios o se adora a Dios, representa el ignorar una enseñanza central de Jesús de Nazaret y sus discípulos iniciales: Dios “No vive en templos construidos por los seres humanos” (Hechos 17:24-25).

La música tiene muchas funciones incluyendo el alegrarse, el entristecerse, el animarse, el inspirarse, el concentrarse y el relajarse: “Entre tanto, el hijo mayor estaba en el campo. Cuando regresó y llegó cerca de la casa, oyó la música y el baile (Lucas 15:25 DHH). En ocasiones asiste para unirse en el pesar de las demás personas: “Cuando Jesús llegó a casa del jefe de los judíos, y vio que los músicos estaban preparados ya para el entierro y que la gente lloraba a gritos” (Mateo 9:23 DHH). La música se usa para celebrar y para solidarse en el duelo: “Tocamos la flauta, pero ustedes no bailaron; cantamos canciones tristes, pero ustedes no lloraron” (Mateo 11:17 DHH). El unirse en la tristeza de una persona puede ser un acto de compasión tal cual lo hizo Jesús de Nazaret: “Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará el corazón” (Eclesiastés 7:3, JBS).

La música también tiene funciones no muy loables, en tanto se puede usar para denigrar a una persona o grupo por su identidad sexual, género o discapacidad. La música se puede usar para hipnotizar, sugestionar y controlar a una persona o un grupo. Los ritmos, la letra, las repeticiones y los tonos se pueden usar para jugar o manejar los pensamientos y emociones de las personas. Se puede llevar a las personas a que estén más prestas a seguir una sugestión.

Esta última función de la música se ha hecho popular en el cristianismo de finales del Siglo XX y comienzos del Siglo XXI, donde por primera vez se propuso que adorar era cantar. Esta constituye una propuesta muy nueva, y ajena a la Biblia y a la historia de la cristiandad. Además, hoy día, la música cristiana es una gran industria y un gran negocio con un cabildeo y mercadeo muy agresivo. Es triste notar este desvío histórico al proponerse el canto como adoración. El predominio de específicos géneros musicales, y las letras que se usan, van en una misma dirección: hacer creer a la gente que está teniendo una experiencia religiosa, y así estar lista para seguir las instrucciones de los líderes.

Conclusión

Esta perspectiva de Jesús de Nazaret sobre el adorar (el hacer a Dios una prioridad en la vida de uno), representa una manera novedosa de entender lo que significa conocer a Dios. Entonces, una conexión con Dios, que viene a nuestro encuentro, que no se rinde hasta encontrarnos, y que celebra cuando somos liberados para vivir a plenitud, nos llena de paz: “O bien, ¿qué mujer que tiene diez monedas y pierde una de ellas, no enciende una lámpara y barre la casa buscando con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice: “Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que había perdido” (Lucas 15: 8-9, DHH).

La propuesta cristiana de ver a Dios como un papá amoroso (Abbá), quien movido por su compasión perdona, quien cree en sus hijos e hijas, quien espera sin desesperación, quien corre para alcanzarnos con su bondad, quien nos abraza como reflejo de su alegría por habernos visto otra vez, nos besa con aceptación y pasión, nos limpia y nos viste para que luzcamos bien, y quien nos ayuda a recuperar nuestra dignidad humana, simplemente transforma.

Adorar, para ser transformado, implica honrar y darle el debido lugar a Dios en nuestras vidas. En esta relación con el Padre quien ofrece el cuidado paternal y maternal, que protege, y que provee afecto, se crean las condiciones ideales para el desarrollo integral de todos los potenciales humanos. Esta propuesta, novedosa y atrevida, ve a Dios como un papá que respeta la autonomía de sus criaturas, que no asfixia, que acompaña en el riesgo, y que está disponible, pero sin dominar; es un Padre que anhela que se le represente bien. Es así como el propósito último de adorar a Dios es conocerlo, y el fin de conocerlo es imitarle, al ser personas de bien, amables, justas, humildes y agentes de paz: “Por consiguiente, sed buenos del todo como es bueno vuestro Padre celestial” (Mateo 5:48). Y “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lucas 6:36).