La codicia como raíz de muchos males sociales y espirituales

Esteban Montilla | 19 noviembre, 2015

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El ser humano ha sido diseñado con un potencial de desarrollo extraordinario. La inmensa capacidad cognitiva y creativa que posee lo ha llevado a sobrevivir las más temibles amenazas como las hambrunas, las epidemias y los desastres naturales. Este talento explorador además le ha servido como medio eficaz para la creación de un buen modo de vida que incluya la producción de alimentos sanos, la construcción de viviendas seguras, la confección de vestidos adecuados, la incorporación de prácticas médicas saludables y el establecimientos de instituciones sociales que garanticen el buen vivir. Es así que la generación y adquisición de conocimiento le ha permitido a la humanidad subsistir, florecer y avanzar hasta niveles más elevados de existencia donde además de comodidad se formen relaciones sociales caracterizadas por la justicia, la bondad, la compasión, la solidaridad y la paz.

Esta capacidad soñadora, como toda otra, ha de ser usada con sabiduría y moderación en tanto es posible llevarla al extremo al punto de afectar a nuestros semejantes y al resto de la creación. Es por esto que las narrativas en la mayoría de los libros sagrados nos hablan del peligro de la codicia la cual se puede definir como ese deseo excesivo y exagerado de poseerlo todo. Por ejemplo en la Biblia Hebrea se encuentran las narrativas de Génesis 2 y 3 donde se nos enseña que la codicia es el camino seguro a la violencia y la muerte. El texto indica que a Eva y Adán, simbolizando a la humanidad entera, se les puso en este jardín que llamamos planeta Tierra para que lo cultivara y lo cuidara (Genesis 2:15), pero, siempre teniendo en mente que la vida plena es posible cuando se vive dentro de los límites. “Puedes comer del fruto de todos los árboles del jardín, menos del árbol del bien y del mal. No comas del fruto de ese árbol, porque si lo comes, ciertamente morirás” (Génesis 2: 16-17). Este relato sagrado nos dice claramente que para tener paz integral, vivir bien y contar con buenas relaciones es menester que respetemos los limites (representados por el árbol en el centro del jardín). Esto es, que renunciemos al deseo excesivo de tenerlo todo o codicia.

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En este relato de Genesis se nos invita a no asumir una postura de dueño de los animales, de las plantas, de la naturaleza y mucho menos de las demás personas. Lo que se espera es que aceptemos la responsabilidad de cuidadores y cuidadoras. Esta invitación a una convivencia armoniosa es posible ejerciendo el dominio propio al respetar los límites establecidos por el Creador, la naturaleza y nuestros semejantes. Este Escrito Sagrado sugiere que el ser humano es capaz de desarrollar este autocontrol y además goza de las habilidades necesarias para vivir dentro de los límites. Este dominio propio o saber hasta dónde llegar se puede fortalecer con la diaria disciplina desde el comienzo hasta el final de nuestras vidas. La segunda epístola petrina indica que Dios nos equipa con lo que necesitamos para ejercer el auto control: “Dios, por su poder, nos ha concedido todo lo que necesitamos para llevar una vida digna. Él nos ha dado sus preciosas y magníficas promesas a fin de que al ser partícipes de la naturaleza divina podamos escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a la codicia o deseos desordenados. Precisamente por eso, esfuércense por añadir a su fe, virtud; a su virtud, entendimiento; y al entendimiento, dominio propio… (2 Pedro 1:3-6).

En la narrativa de Génesis 3 el autor ilustra acerca del peligro existencial que representa el deseo excesivo de tenerlo todo o la codicia. Este relato hace referencia a una conversación que el ser humano tiene con sí mismo. La tentación a querer ir más allá de lo necesario para poseerlo todo viene de adentro. “Cuando alguno se sienta tentado a hacer lo malo, no piense que es tentado por Dios, porque Dios ni siente la tentación de hacer lo malo, ni tienta a nadie para que lo haga. Cada uno es puesto a prueba por su propia codicia o pasión desordenada, que lo arrastra y lo seduce. Semejante pasión concibe y da a luz al pecado; y este, una vez cometido, origina la muerte” (Santiago 1:13-14). Jesús de Nazaret también se refirió a que del interior del ser humano salen todo aquello que destruye a la persona y a la comunidad como lo es el desenfreno, la avaricia, la codicia y la arrogancia (Marcos 7:20-23).

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Es así que la codicia representada en Génesis 3 por una serpiente, de manera engañosa le habla a la mujer diciéndole que Dios había dicho que no comieran del fruto de ningún árbol del jardín. La mujer le aclara que podían comer de cualquier árbol menos del árbol que está en medio del jardín porque si lo hacían morirían (Genesis 3:1-3). El solo hecho de comenzar a dialogar con la codicia es peligroso. Esto se puede notar en la distorsión que el ser humano hace de las indicaciones por parte de Dios referente a los límites. Conviene desde un principio decirle no a ese deseo insaciable de querer tenerlo todo, a ese deseo de adueñarnos de todo. La racionalización de la codicia, como por ejemplo, ‘después de todo tener ambición no es malo’, ‘no soy el único que tiene codicia’, ‘la avaricia no destruye a nadie’ y ‘que para avanzar en la vida necesitamos la avidez’ puede dar lugar al adormecimiento de la voluntad. Estos caminos de la codicia son engañosos como lo refleja la aseveración, “No es cierto. No morirán. Dios sabe muy bien que, cuando coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal.” (Génesis 3: 4). La codicia es tan perversa que nos puede llevar a olvidar nuestra identidad y al no recordarnos quienes somos. Lo cierto es que ya el ser humano había sido creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26-27).

Es importante notar que el autor inspirado presenta esta narrativa usando lo más elemental para la vida; la alimentación. La ingesta diaria de alimentos nos permite subsistir al adquirir por medio de ellos la cantidad de grasa, carbohidratos, proteína, vitaminas y minerales necesarios para el debido sostenimiento de nuestro organismo. Es decir sin la debida nutrición nos enfermamos y eventualmente morimos. De manera que para poder existir y vivir de manera plena necesitamos comer. Sin embargo, no podemos comer de todo o lo que queramos en tanto necesitamos establecer límites tanto en la cantidad como en la calidad de calorías que ingerimos a diario. El consumir más caloría de no lo necesitado nos puede llevar a la obesidad y a un sinnúmero de enfermedades crónicas tales como la diabetes y la hipertensión. La importancia de respetar los límites entonces comienza con la comida pero se extiende a cada aspecto de nuestra existencia. El punto del relato de Génesis 3 es que en la vida necesitamos actuar con moderación o templanza.

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La codicia o el darle rienda suelta a nuestros deseos al ir más allá de los límites nos puede tentar a considerar a nuestros semejantes como objetos que podemos usar para lograr el objetivo de tenerlo todo. Esta negación de la persona anula lo sagrado del ser humano para convertirlo en simplemente una cosa. Lo que puede seguir después de esta deshumanización es la explotación, la exclusión, la opresión, la agresión, la violencia y hasta la muerte. La codicia entonces nos desvía del camino a una vida sensata. El afán desenfrenado por obtener conocimiento, estatus social, bienes y poder más allá del que uno necesita puede terminar con la paz y el bienestar de un ser humano. El escrito paulino lo describen de esta manera: “La avaricia, en efecto, es la raíz de todos los males y, arrastrados por ella, algunos han perdido la fe y ahora son presa de múltiples remordimientos” (1 Timoteo 6:10, BLPH).

Lo pernicioso de la codicia también tiene que ver con la constante necesidad de tener tanto o más que el vecino al punto de ignorar las leyes establecidas por la sociedad, las expectativas ética de la comunidad, las buenas enseñanzas de la familia y los principios del Reino de Dios. Este falso sentido de insatisfacción puede llevar a violentar los derechos de otra persona a fin de quitarle lo que debidamente le pertenece. Esto es cierto tanto para las personas, las familias, las comunidades, las instituciones y las naciones. La codicia genera la impresión de que la carencia nunca se colma y de que no es posible confiar en la otra persona. El desenfreno por tenerlo todo, por acapararlo todo, por tener toda la atención puede dar pie a la arrogancia y al creerse superior que las demás personas, generando así justificaciones absurdas para dominar y subyugar a nuestros semejantes.

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La invitación del relato bíblico en Génesis 3 es a vivir la vida con moderación valorando la importancia de desear conocimiento, comida, reconocimiento, bienes y poder pero no más del que necesitamos. Los extremos, el no desear como el desearlo todo, son puntos que pueden llevar al crimen, a la destrucción, al pecado, al aislamiento y hasta la muerte. El desafío es encontrar ese equilibrio que nos permita disfrutar el don pero sin olvidar las restricciones. Es trabajar con diligencia para satisfacer nuestras necesidades integrales pero sin violentar los derechos de las demás personas y mientras cumplimos con la función cuidadora de todo. La moderación y el dominio propio representan la salida ante la codicia y la avaricia. Decirle no a la codicia es decirle si a las relaciones armoniosas, si a la intimidad y si a la vida.