La conversión
Esteban Montilla | 19 junio, 2015

Saludos deseándoles lo mejor para este día. Un día donde exploremos el impacto en nuestras vidas del arrepentimiento y la conversión cristiana. El proceso de la salvación se inicia entonces con la búsqueda de intimidad por parte de Dios y la respuesta positiva de nuestro lado a ese gesto de amor. Esto da comienzo al desarrollo humano integral donde poco a poco vamos integrando nuestros pensamientos, sentimientos y conductas con los principios de vida que caracterizan a Dios tales como el amor, la justicia, la humildad y la paz. El crecimiento en dirección a esta vida plena en Dios no es siempre progresivo en tanto podemos distraernos de esa visión sanadora adoptando actitudes dominadas por el odio y la arrogancia y en consecuencia practicar conductas destructivas tanto para uno como para nuestros semejantes y resto de la creación (Colosenses 3:5-9; Efesios 4:17-24).
Pero debido a que Dios sabe que podemos reproducir su carácter de amor nos llama al arrepentimiento y la conversión, “Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse (metanoesate) y conviértanse (epistrepsate) a Dios” (Hechos 3:19; 26:20). El arrepentimiento y la conversión involucran un proceso cognitivo y afectivo donde uno reconoce que hizo daño, se siente triste por el perjuicio que llevó a cabo y se compromete a dar un giro conductual. Este proceso de renovación comienza con la adopción de un pensar y sentir distinto (Romanos 12:2, 16) así como un “nacer de nuevo o de lo alto”, es decir el abrazar una manera de ver la vida y un comportarse que corresponda con las expectativas de Dios para con nosotros (Juan 3:3; Santiago 1:18). En esta nueva condición humana entonces somos incluyentes, compasivos, pacientes, humildes, pacíficos y amorosos (Colosenses 3:10-15; Efesios 3:22-31; Ezequiel 11:19-21).