La muerte

Esteban Montilla | 24 agosto, 2015

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Saludos deseándoles lo mejor para este día. Un día donde reflexionemos sobre la muerte y la mortalidad. La muerte o el cese permanente e irreversible del funcionamiento del organismo viviente representa una de las realidades más difícil de digerir para el ser humano. Entre los seres vivos tenemos arboles de unos 5000 años de vida, moluscos de casi 400 años, ballenas de 200 años, tortugas con cerca de 190 años y seres humanos que lograron vivir hasta 122 años (La francesa Jeanne Louise Calment, 1875-1997). El salmista usando una edad promedio para el ser humano sugiere: “Setenta son los años que vivimos; los más fuertes llegan hasta ochenta” (Salmos 90:10). Esto se acerca a la expectativa de vida de hoy día en los EEUU de 81 para las mujeres y 76 para los hombres con un promedio 78.5 años de vida (CDC o Centers for Disease Control and Prevention, 2012).

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La Biblia nos indica claramente que somos mortales como lo dice la declaración del salmista “¡Vuélvanse al polvo, mortales!” (Salmos 90:3), el primer libro de las Escrituras hebreas afirma, “Porque polvo eres, y al polvo volverás (Genesis 3:19), el poeta del Quohelet nos recuerda que hay “Un momento para nacer, y un momento para morir” (Eclesiastés 3:2), la afirmación de Job donde apunta, “Ya sé que tú quieres llevarme a la muerte, al destino reservado a todo ser viviente” (Job 30:23) y las epístolas del Nuevo Testamento donde encontramos que, “está establecido que los seres humanos mueran una sola vez” (Hebreos 9:27) y que “todo ser humano es mortal y su grandeza como la flor de la hierba la cual se seca y se cae (1 Pedro 1:24). Sin embargo, nuestro anhelo de trascender la muerte nos ha llevado a explorar maneras de seguir viviendo.

Los beneficios de estar consciente de nuestra mortalidad son varios incluyendo un mejor vivir en el presente, un existir esperanzado, un comportarse despojado de la arrogancia, una realidad existencial no basada en la avaricia, una convivencia más pacífica, un conducirse más planificado, un andar más humilde, un actuar centrado en el amor y un digno morir. De allí que se dice que cuando uno aprende a morir entonces comienza el camino a la plenitud. La aceptación de que somos mortales se convierte en una de las mayores motivaciones para buscar el estar conectado con Dios, “el único inmortal, que vive en luz inaccesible, a quien nadie ha visto ni puede ver, a él sea el honor y el poder eternamente” (1 Timoteo 6:16). La conexión con “el único que es inmortal” nos da la esperanza de vida eterna, la oportunidad de seguir existiendo más allá de la muerte y la seguridad de que esta vida como la conocemos no es todo.

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Desde el punto de vista biológico la muerte ocurre por mucho factores incluyendo el deterioro genético (ADN), la alteración de las mutaciones celulares, los radicales libres, la modificación del sistema auto-inmunitario, la presencia de diferentes enfermedades, los accidentes y muchas otras razones. En los EEUU la primera razón de muerte siguen siendo las enfermedades crónicas (como las cardiovasculares) seguidas del cáncer, las afecciones respiratorias y los accidentes (CDC, 2013). No obstante, como seres que le buscamos y le damos sentido a todo lo que nos ocurre nuestra comprensión de la muerte vas más allá de este evento natural para involucrar la dimensión psicológica, social y espiritual desde donde interpretamos la mortalidad como un proceso. La muerte desde esta perspectiva integral constituye uno de las motivaciones existenciales que definen nuestro vivir en el presente, mientras valoramos el ayer y nos proyectamos en el mañana. Un mañana que descansa en las manos de nuestro Dios Compasivo y Eterno. “Mi esperanza he puesto en Dios” (Salmos 42:5).

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