La muerte eterna y el infierno
Esteban Montilla | 27 agosto, 2015

Saludos deseándoles lo mejor para este día. Un día donde reflexionemos sobre la muerte eterna y el infierno. La religión cristiana se basa en dos premisas centrales: el amar Dios con todo nuestro ser y en el amar al prójimo como a nosotros mismos (Marcos 12:28-31). Toda otra creencia tiene su raíz y está supeditada a esta máxima de fe en tanto como seguidores de Dios el punto es reproducir su carácter que es amor en todas las interacciones que llevemos a cabo en este mundo (1 Juan 4:16). Al momento que una persona decide identificarse con la fe cristiana lo que está indicando es que ha sido transformada por el amor de Dios y así capacitada para vivir una vida centrada en la caridad (2 Corintios 5:17). Esta decisión voluntaria de caminar junto al Dador de la vida para reflejar su bondad, justicia y humildad representa el inicio de lo que llamamos vida eterna y el no a lo que denominamos infierno. Una persona cristiana entonces es alguien que ha decidido decirle si a la vida y no al infierno.
Los autores de los escritos cristianos sagrados o Nuevo Testamento usan como figura literaria la referencia a dos mundos. Un mundo allá donde las relaciones humanas se caracterizan por la presencia del amor, la justicia, la honestidad, la libertad y la humildad. Ese es un mundo donde todas las criaturas que lo componen vive en comunión y en armonía entre ellos y con el resto de la creación. Ese es un mundo donde cada criatura tiene su propósito y conoce sus deberes así como sus privilegios. Es un mundo que tiene a Dios como líder quien gobierna con sabiduría, compasión y equidad. El otro mundo es el de acá donde a los seres humanos se les ha dado la oportunidad de dirigir los asuntos pertinentes a esta Tierra. Se espera que las relaciones con el prójimo y con el resto de la creación sean un reflejo de las interacciones del mundo de allá. La expectativa de liderazgo para este mundo es que se siga el estilo de gobierno transformador y dignificante demostrado por Dios y los demás seres celestiales. El mundo de allá entonces sirve como modelo a seguir para el mundo de acá, “Hágase tu voluntad en la tierra lo mismo que se hace en el cielo” (Mateo 6:10; 18:18).
En el mundo de allá hay un sistema de justicia donde se sigue el debido proceso y si un ser de allá, haciendo uso de su libertad, decide vivir diferente a las expectativas de ese mundo entonces tendría que mudarse o ser transferido al infierno o mundo de las profundidades. Ese mundo de las profundidades implica también el vivir lejos de Dios. En el mundo de acá también hay un sistema de justicia que debería seguir el modelo de allá. Si la justicia de acá falla la divina seguiría en pie y haría lo que es correcto. De allí que una persona de este mundo que decida vivir movido por la maldad está escogiendo también vivir eventualmente en el mundo de las profundidades o infierno (Hebreos 10:26-27). Es por esto que el vivir acá define el vivir allá. Entonces es en esta vida donde uno escoge su morada eterna. Las acciones de hoy tienen entonces un impacto eterno. La persona que le diga si a la vida eterna vivirá bien acá y allá. La persona que diga si a la maldad y a la muerte vivirá mal acá y allá.
Jesús de Nazaret les dijo a sus discípulos que las personas que le digan si a la vida “serán resucitadas para tener vida eterna y las que dijeron no entonces resucitaran para la condenación o muerte eterna” (Juan 5:28-29; Mateo 25:46; Daniel 12:2). Así como la vida eterna o cielo puede comenzarse a experimentarse acá así también el infierno puede saborearse en este lado del mundo. En el momento que una persona decide actuar con crueldad, violencia, arrogancia, odio, avaricia y deshonestidad comienza a experimentar el impacto del infierno acá. Estas conductas hacen daño tanto al que las lleva a cabo como a los recipientes de las mismas. El infierno es una metáfora que apunta a todo aquello que daña, destruye, excluye, corroe y minimiza la paz de una persona, grupo, comunidad y sociedad. Una vida dominada por la maldad, el egoísmo, la exclusión y la explotación es el claro reflejo de que se está escogiendo la muerte eterna y el infierno. Una vida arropada por estos males no vale la pena que se siga viviendo. De allí la sugerencia de Daniel y Jesucristo de que las personas que han escogido el mal serán resucitadas solo para ser juzgadas y así entender que no volverán a vivir. Los seguidores de Jesucristo además de entender como en el judaísmo tradicional que el Sheol o Sepulcro era el lugar de reposo para los buenos y los malos, echaron mano de la literatura apocalíptica (por ejemplo el Libro de Enoc) para explicar que las personas que escogieran el camino de la maldad tendrían como destino eterno el infierno o la gehena.
La Buena Noticia es que mientras estemos acá en este mundo podemos escoger decirle no al infierno al abrazar el modelo de vida señalado por Dios y ejemplificado en la persona de Jesús de Nazaret. Esta metáfora del infierno como un lugar debajo de la tierra donde hay un fuego ardiente que no se apaga (Marcos 9:43; Mateo 13:50; 25:41) hace referencia a un existir carente de toda paz y tranquilidad. Esta imagen del infierno la usamos como figura, porque siempre hemos sabido por el vapor ardiente que surgen de las grietas y del fuego proveniente del cráter de los volcanes, que las profundidades del suelo alcanzan temperaturas muy elevadas. Por ejemplo si decidimos cavar unos pocos kilómetros en la corteza terrestre podemos fácil llegar a los 400 grados centígrados (752°F) pero si cavamos un poco más podemos llegar hasta los 870 grados centígrados (1600 °F). Ciertamente allí el fuego nunca se acaba y la temperatura permanece haciendo posible la estabilidad de nuestro planeta. Esta imagen ilustra muy bien el hecho que las acciones de hoy (así como el fuego) tienen un impacto eterno o permanente.
Este símbolo de infierno apunta a lo que quema (Hebreo 10:27), a lo que aprisiona (1 Pedro 3:19), a lo que lleva al lamento (Mateo 8:12), a lo que oscurece (Mateo 22:13), a lo que corroe (Marcos 9:48), a lo que separa y lleva a la segunda muerte o muerte eterna (Apocalipsis 2:11). El infierno como destino final representa la desesperanza plena y lo irreversible. De allí que es está vida donde podemos decidir no terminar en el mundo de la miseria y de la desesperación total. Esto se ve ilustrado en una fábula que Jesucristo usó para mostrar la importancia de decidir mientras estemos acá porque una vez que lleguemos allá el destino es irreversible. La alegoría hace referencia a dos personas: por un lado un hombre que llevaba una vida llena de arrogancia, avaricia y vanidad y por el otro lado un hombre pobre, enfermo y desvalido. Un día el hombre pobre murió y recibió como recompensa el vivir en el cielo en paz, sano y en tranquilidad. Después el hombre avaro muere y recibe como recompensa el vivir en el lugar donde el fuego no se apaga (infierno). Este hombre egoísta le pide al Patriarca Abraham, quien también vivía en el lugar de paz y servía como cuidador, que le dijera al hombre pobre que le diera agua para refrescarse del calor que tenía pero Abraham le responde que eso no era posible porque ya la suerte o decisión la había hecho él mismo en vida. El hombre avaro entonces le dice a Abraham que por favor envíe entonces mensajeros a sus hermanos que todavía viven en la tierra para que ellos no terminen como él (Lucas 16:19-30). Es así que la manera que vivamos hoy tiene repercusiones para el presente, para el mañana y para la eternidad.
La esperanza cristiana se resume en que gracias a la acción de Dios en la persona de Jesús de Nazaret el infierno no tiene la última palabra, “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sheol, tu victoria?… Más gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos míos muy queridos, manténganse firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que el empeño que ponen en el trabajo no es en vano (1 Corintios 15:55). Jesucristo en una de sus últimas enseñanzas nos indicó que la manera más clara de demostrar que hemos escogido a Dios, la vida y por lo tanto rechazado al infierno es un vivir actuando en compasión y en solidaridad con el resto de la creación. “Les aseguro que todo lo que no hicieron por el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron por mí. Aquéllos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mateo 25:45-46). Amado Dios hoy decimos si a la vida, si a tu invitación de vivir en amor, si a reflejar tu carácter, si a practicar la compasión con nuestro prójimo, si a Ti.