La perspectiva cristiana acerca del ser humano

Esteban Montilla | 29 noviembre, 2015

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El estudio acerca del ser humano es fascinante y, al mismo tiempo por su complejidad, una tarea bien difícil. Este estudiar quien es uno y quienes son los demás, sin embargo, es de capital importancia en tanto la identidad es central para la salud y el bienestar integral del hombre y de la mujer. Un lugar para comenzar esta empinada labor pudiera ser la exploración de la realidad biológica. En lo biológico todo comienza con la unión del espermatozoide que dona el hombre con el óvulo que concede la mujer dando origen así a un embrión que, eventualmente, se alojará en el útero donde continuará la división celular hasta formar cada tejido, órgano y sistema del organismo humano. Este delicado y preciso desarrollo evolutivo que toma lugar en el útero y donde interactúan la información genética, las descargas hormonales y el ordenamiento cerebral generalmente termina cerca de las 38 o 40 semanas cuando se produce el nacimiento de ese nuevo ser humano. Una vez nacido el bebé sigue su curso de maduración biológica hasta los 21 años de edad. Sin embargo, el desarrollo cognitivo, afectivo, social y espiritual toma lugar a lo largo del curso vital.

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Este desarrollo del ser humano parece sencillo pero realmente es bastante complicado en tanto, además de lo biológico depende de muchos factores como lo son la disponibilidad de nutrientes tanto para la madre como para el bebé, el manejo de enfermedades, el contexto geográfico, las condiciones ecológicas y las prácticas culturales del grupo familiar. De cualquier manera, lo extraordinario es que, en la mayoría de los casos, este desarrollo toma lugar sin mucho contratiempo. Esto da fe de la sorprendente capacidad adaptativa del ser humano y del hecho de que haya enfrentado con éxito las más difíciles amenazas como son las hambrunas, las epidemias, los desastres naturales y los enfrentamientos bélicos. Los estudios científicos en el campo biológico y antropológico que se han llevado a cabo en los últimos cien años nos han permitido tener una mejor comprensión de este desarrollo integral del ser humano. Sin embargo, nos conviene hacer uso de la humildad intelectual en tanto apenas comenzamos a entender el misterioso e increíble mundo del ser humano.

Al abordar el ámbito cognitivo del desarrollo, nos podemos dar cuenta de lo maravilloso del ingenio humano; realidad que puede observarse en los avances de los saberes, en los descubrimientos tecnológicos y en los diversos acuerdos de cooperación mundial para trabajar en conjunto en la formación de sociedades más pacíficas. Esta capacidad de inventiva y de condición adaptativa, junto al espíritu explorador que le caracteriza, llevó al ser humano a moverse del continente africano hacia el medio oriente y eventualmente hasta poblar toda Asia, Europa, Oceanía y las Américas. Hemos cumplido la comisión encargada por Dios de “multiplicarnos, ser fecundos y de llenar toda la tierra” (Génesis 1:28). Hoy día con más de 7200 millones de hombres y mujeres que habitan este planeta, seguimos impresionados con los logros alcanzados por nuestra especie. Ahora nos corresponde llevar a cabo la segunda parte del encargo del Creador de “cultivar y cuidar” la Tierra (Génesis 2:15). La sobrevivencia y la resiliencia del ser humano se pueden ver como indicativos de que si es posible construirnos un mundo mejor; es decir, un mundo en donde podamos vivir en armonía con nuestros semejantes y con los demás seres vivos en los diferentes ecosistemas: los animales, las plantas y el resto de la creación.

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Este organismo humano en su esencia biológica, es un ser que piensa, siente, aspira y trasciende. El ser humano, entonces, al hacer uso de la razón (análisis cognitivo) y de las emociones (descargas hormonales), puede comportarse de manera adaptativa e interrelacional a fin de sobrevivir y florecer en la vida. El tener esta capacidad es lo que ha permitido el hacer productivo humano al desarrollar la agricultura, la ganadería, la industria y las necesarias instituciones sociales; siendo estos medios y formas de evolución para lograr un buen vivir. Adicionalmente, también es necesario considerar el avance en lo lingüístico como condición que ha generado los grandes logros humanos. Hacemos uso de estos procesos comunicacionales para expresar la importancia de buscar satisfacer las necesidades individuales; pero, reconociendo la importancia de que no se debe faltar el respeto a las expectativas del grupo.

Desde este contexto de análisis para referirnos al ser humano como persona, es que llegamos al uso de las metáforas. Usar esta imagen de persona, metafóricamente, significa decir que el ser humano es principalmente un ser digno del más elevado respeto. El ser persona, apunta hacia la dignidad inherente la cual es intransferible e independiente de la condición demográfica. El ser persona, es ser libre; pero, libre ¿de qué? Libre para pensar, libre para sentir y libre para relacionarse. El ser persona (per-sonare o sonar a través), también implica el tener una voz para expresar lo que se piensa, se siente y se aspira. En la antigüedad los artistas y las actrices que actuaban en los teatros, usaban máscaras (persona) para que el volumen de la voz aumentara y así pudieran ser escuchados por la gente que asistía a los teatros. De allí, la idea de referirse al ser humano como una persona que tiene una voz, que merece ser escuchada y que con esta voz puede crear y deshacer acuerdos. El ser persona, incluye tener poder o influencia para generar cambios en uno, en los demás seres humanos y en el resto de la creación. El ser persona, comprende la necesidad y capacidad de vivir en intimidad con los semejantes y con el Creador.

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Los poetas griegos haciendo un uso maestro de las metáforas, sugirieron que el ser humano tenía una mente (capacidad de razonar), un cuerpo (capacidad de sentir y expresar afecto) y un espíritu (capacidad de trascender y de soñar). Por supuesto, esta división no era real u ontológica; sino, más bien, una estrategia pedagógica para señalar lo complejo de la existencia humana. Esto es, la mente no es un órgano, sino un proceso de captación, análisis, uso y acumulación de información que ocurre en el organismo humano a fin de llevar a cabo todas sus funciones como ser viviente. La referencia a la palabra cuerpo, denota que el organismo humano cuenta con una estructura ósea, una armadura anatómica y un acoplamiento fisiológico. Eventualmente, los filósofos elaboraron más acerca de esta metáfora al incorporar la idea de la posibilidad de existencia más allá de la realidad biológica. Fue así, que se introdujo el concepto de alma como esa chispa divina que es capaz de vivir eternamente. Esta perspectiva antropológica sugería que había dos tipos de existencia: una biológica y otra etérea. La biológica, con la muerte dejaba de ser; pero, la espiritual, seguía existiendo en una forma incorpórea y en otra dimensión más allá de lo terreno.

Por su lado, los poetas hebreos conceptúan al ser humano como una unidad indisoluble con capacidad de pensar (mente), para razonar y sentir (corazón), para conectarse con Dios (espíritu) y para percibir (carne). Sin embargo, ellos enfatizaban que bajo ninguna circunstancia se podía decir que el ser humano podía dividirse en tanto lo veían como una unidad indivisible que dejaba de existir al momento de la muerte y, que la única manera de perpetuarse en la historia, era a través del legado que repitieran los hijos e hijas. Para los hebreos el alma (Nefes) no era una parte de la persona sino el ser humano en sí. “Y Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida [nismat jayyim], y el hombre se convirtió en un ser viviente [nefes jayyá]” (Génesis 2:7). No se tenía un alma sino que se era un alma. No recibe un alma sino que se convierte en un alma o ser. Al morir el hombre o la mujer era, simplemente, un ser o alma muerta (Ezequiel 18:4) y, este ser, podía llegar a vivir otra vez solo si Dios intervenía para darle de nuevo su aliento de vida.

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La vida se entiende como un don de Dios quien provee el aliento o soplo vital [nismat jayyim/rúaj jayyim] a todo ser viviente (Genesis 2:7, 6:3; Job 33:4, 34:14-15). Este aliento de vida es lo que mantiene vivo también a las plantas, a los animales y a todo ser viviente (Eclesiastés 3:19-21; Salmo 104:29-30). De manera que, el ser humano estaba comprometido a vivir en armonía con el resto de la creación y a desarrollar relaciones enmarcadas dentro del respeto y de la admiración. La preeminencia se le daba al ser humano porque había sido creado a la imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:27, 31); en el sentido, de que tenía una voz, poder y capacidad de vivir en comunión. Es así que ante la pregunta ¿Qué es el ser humano? el Salmista responde que fue creado un poco menos que Dios mismo e investido de honor y dignidad (8:5). Se le dio la responsabilidad de ser el representante de Dios y de cuidar la tierra. Podía dominar los animales y las plantas pero nunca a otra persona, porque el ser humano había sido creado a semejanza de Dios (Génesis 9:6).

Los cristianos adoptaron una antropología que trata de integrar estos dos puntos de vista acerca del ser humano. Esta tarea de integración no es nada fácil porque el alma (nefes) de los hebreos se refiere al ser como un todo y el alma (psyjé) de los griegos señala una realidad capaz de existir por si sola. Los escritores cristianos valiéndose de los múltiples significados que le daban los judíos a la palabra alma (nefes), donde en ocasiones se usaba para designar partes del organismo humano como la garganta, el cuello, el corazón (Salmo 6:5; 69:2; Jonás 2:6; Isaías 29:8) o lo más íntimo del ser humano (Deuteronomio 4:29; 6:5; Salmo 33:20; 130:5), decidieron añadir también la idea de alma como aquella parte que sigue viviendo más allá de la muerte (Mateo 10:28; 2 Corintios 12:1-4).

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Es muy importante acotar que al igual que los escritores hebreos acá se está usando la idea de cuerpo, mente, espíritu, corazón y alma en sentido metafórico. Es decir el ser humano se sigue viendo como una unidad biológica indisoluble con capacidad de pensar, aspirar, sentir y trascender. “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón (kardias), con toda tu alma (psyches), con toda tu mente (dianoias) y con todas tus fuerzas (ischyos)” (Marcos 12:30; Lucas 10:27). Este ser humano como un todo es mortal capaz de llegar a la inmortalidad mientras se mantenga en conexión con Dios, “el único inmortal” (1 Timoteo 6:16). Un ser humano concreto con el anhelo de vivir en intimidad con el Creador y su creación hoy y por la eternidad. “Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser—espíritu, alma y cuerpo—irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo. (1 Tesalonicenses 5:23). Un ser humano que se enferma como un todo (estructura biológica, funcionamiento cognitivo, reacción emocional, experiencia relacional, manifestaciones conductuales y trascendencia espiritual) y así mismo se puede sanar, salvar o restaurar plenamente (sozein).

Es así, que el hombre y la mujer como seres concretos movidos por procesos biológicos tienen una expectativa de vida (halad) breve, la cual, gracias a los saberes científicos ha aumentado desde los 44 hasta llegar en la actualidad a los 78 años de edad. “Muy breve es la vida que me has dado…Un soplo nada más es el mortal…Setenta años dura nuestra vida, durará ochenta si se es fuerte” (Salmo 39:5-6; 90:10). No obstante, el ser humano como soñador y criatura de Dios en su anhelo de seguir viviendo echa mano de la esperanza en el Dador de la vida: Ciertamente como una sombra es el hombre; Ciertamente en vano se afana; Amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá. Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti” (Salmo 39:6-7; Miqueas 7:7; Isaías 8:17). El que da y quita la vida puede en su misericordia permitir que sigamos viviendo aun después de la muerte.

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Este ser humano que razona, siente y trasciende tiene la capacidad de conducirse a la altura de sus potenciales y así crear relaciones marcadas por la paz, la justicia, la humildad, el gozo y la bondad (Colosenses 3:12-14;Galatas 5:22). Este ser humano cableado para estar en conexión con Dios como lo dice el salmista, “Como la gacela suspira por torrentes de agua así, Dios mío, suspiro yo por ti. Estoy sediento de Dios, del Dios vivo” (Salmos 42:2-3), puede reflejar el carácter de su Creador. Pero, al mismo tiempo, como ser libre puede elegir usar su poder creativo para hacer daño y así actuar en la vida movido por la codicia, la arrogancia, la corrupción y la crueldad (Colosenses 3:5-9). La buena noticia cristiana es que un ser humano que decida darse la oportunidad de vivir conforme a la expectativa de Dios por medio de la renovación espiritual y el revestimiento de su Imago Dei puede llevar una vida recta, compasiva y pura (Efesios 4:23-24, 32). Esto fue demostrado por Jesús de Nazaret quien como ser humano honró la imagen de Dios en cada una de sus transacciones personales (Hebreos 4:15).

Entonces, los hombres y las mujeres por igual, como seres creados a la imagen de Dios, tienen voz, poder, capacidad para vivir en intimidad y habilidad adaptiva. Gracias a estas características ha sobrevivido a través de los siglos y milenios. Desde su humilde comienzo en las tierras africanas, la humanidad se ha expandido para llegar a ser lo que es hoy; una comunidad mundial compuesta por personas de distintos colores, diferentes tamaños, diversos lenguajes, múltiples culturas, varias etnicidades e innumerables idiosincrasias. “Una gran multitud de todas las naciones, razas, lenguas y pueblos” (Apocalipsis 7:9). En este mundo diverso de hombres y mujeres creado por Dios, se nos ha dado la sagrada responsabilidad de cuidar el Planeta, de cuidarnos unos a otros y de asistir a Dios en su labor como creador y sustentador de la vida en esta tierra (Génesis 2:15; 4:8; Romanos 12:10; 1 Corintios 3:9). Al cumplir con estas expectativas se nos garantizaría una buena vida acá y, con ello, recrear la esperanza de reproducirla en la vida del más allá.

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El aceptar y respetar las diferencias presentes en la humanidad representa el principio de esa convivencia pacífica y transformadora para la cual hemos sido dotados todos los seres humanos. Las diferencias no pueden usarse como excusas para excluir, ni para sentirse superior. El apreciar estas diferencias, además de honrar la dignidad y derechos humanos, constituye el medio hacia una vida plena. Dios nos capacita con sabiduría y compasión a fin de respetar las libertades del ser humano, la dignidad que posee, valorar su calidad creativa, celebrar sus aportes para el bien de la humanidad, colaborar en el cuidado de la naturaleza y convivir con nuestros semejantes. En las palabras paulinas, “les ruego que lleven una vida en consonancia con el llamamiento que han recibido. Sean humildes, amables, comprensivos. Sopórtense unos a otros con amor. No ahorren esfuerzos para consolidar, con ataduras de paz, la unidad, que es fruto del Espíritu” (Efesios 4:1).

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Referencias para profundizar

Malina, B. J. (2001). El mundo del Nuevo Testamento. Perspectiva desde la antropología cultural. Navarra, España: Editorial Verbo Divino.

Pikaza, X. (2006). Antropología bíblica. Tiempos de gracia. Salamanca, España: Ediciones Sigueme.

Rahner, K. y Overhage, P. (1973). El problema de la hominización. Sobre el origen biológico del hombre. Madrid, España: Ediciones Cristiandad.

Steenberg, M. C. (2009). Of God and Man. Theology as Anthropology from Irenaeus to Athanasius. New York, NY: T&T Clark.

Wolff, H. W. (1970). Antropología del Antiguo Testamento. Salamanca, España: Ediciones Sigueme.