La resurrección de los muertos

Esteban Montilla | 26 agosto, 2015

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Saludos deseándoles lo mejor para este día. Un día donde reflexionemos sobre la resurrección de los muertos y vida después de la muerte. Un elemento central de la existencia humana es el deseo de seguir viviendo lo cual nos ha llevado a explorar maneras de enfrentar el impacto real y definitivo de la muerte. La primera herramienta a la cual recurrimos para afrontar el hecho de nuestra mortalidad es la importancia de asegurarnos de dejar descendencia para que así ellos puedan seguir reproduciendo nuestra “vida”, nuestros pensamientos, ideas, creencias, valores, tecnologías, conocimiento y sueños. El legado entonces nos ayuda a vivir en la eternidad.

Esta fue la perspectiva que abrazaron los hebreos de la antigüedad es por esto que la Biblia Hebrea o Antiguo Testamento menciona que la vida eterna consistía en tener hijos e hijas a quienes había que formarles en la esencia de la fe para que así mostraran el carácter de Dios en sus transacciones y compartieran sus sueños con la humanidad (Genesis 1:28; Deuteronomio 6:4-9; Salmos 127:3-5; 2 Samuel 18:18). De allí que uno de los principales deberes de los hombres y mujeres de ese tiempo era tener hijos e hijas. Una persona que no tuviera descendencia se miraba como alguien renuente al mandamiento divino. Si esto no se remediaba las personas terminaban siendo marginadas (Genesis 20:17-18; 30:1-2; Deuteronomio 27:18; 1 Samuel 1:5; 2 Samuel 6:23).

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Este enfoque que los hebreos tenían de la vida eterna, aunque era el más común, no era el único, en tanto gracias a los judíos que se habían expuesto a la cultura persa, egipcia y griega se comenzaron a entretener otras ideas acerca de la vida después de la muerte. Fue así como a partir del año 200 a.C. ciertos grupos minoritarios judios comenzaron a manejar la posibilidad de seguir viviendo por medio de la resurrección, el pasar después de la muerte a otro mundo habitado, el continuar la vida después de la muerte en un lugar llamado paraíso y el irse a vivir junto al Eterno en las moradas celestiales. Estas perspectivas se pueden ver en Daniel 12:2 (161 a.C.), 2 Macabeos 7: 11-29 (cerca del 100 a.C.) y otros escritos judíos de ese tiempo como La Vida de Adan y Eva (Cerca del 50 a.C.).

Uno de los dilemas, para estos creyentes judíos que abrazaron estos nuevos conceptos, era responder a preguntas tales como: en qué forma y cuando uno entra en esa vida eterna. Los judíos creían que el ser humano era una unidad indivisible donde el morir implicaba simplemente eso, la muerte de la persona. Ellos no manejaban la división del espíritu, alma y el cuerpo (de hecho esta palabra cuerpo era desconocida entre ellos) como se interpretaba en otras culturas. Se habla de que en la muerte el aliento de vida volvía a Dios quien lo da a todo ser viviente (Eclesiastés 3:19; 12:7) pero la persona entera y completa al morir iba al sepulcro o sheol que era el lugar de reposo definitivo para todos los seres humanos. “¿Quién hay que viva y no muera jamás, o que pueda escapar del poder del sepulcro?” (Salmos 89:48). Entonces para ellos la resurrección era de la persona entera quien sería traída de vuelta a vida por el poder vivificante de Dios.

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Este grupo de judíos consideraron la idea de la resurrección de los muertos a vida eterna como parte de la revelación progresiva de Dios. Antes la postura clásica, de que “los muertos no saben nada ni esperan nada, pues su memoria cae en el olvido. Sus amores, odios y pasiones llegan a su fin, y nunca más vuelven a tener parte en nada de lo que se hace en esta vida” (Eclesiastés 9:5, 10), ellos decidieron adoptar la resurrección provista por el Dador de la vida como una salida ante la muerte. Esta resurrección no es simplemente una reanimación transitoria sino una entrada a una vida nueva, completa y permanente. Es la demostración de que el Poder Vivificante de Dios está por encima aún de la realidad más común en la humanidad; la muerte. Entonces el ser humano puede llegar a vivir otra vez después de la muerte no porque tiene algo que sea eterno o porque sea inmortal sino precisamente porque al permanecer junto al Dador de la vida tiene la esperanza de resucitar para vida eterna. La muerte es real y definitiva pero también Aquel que le da comienzo a todo puede devolvernos la vida.

Jesús de Nazaret (5 a.C. —c. 30 d.C.) y luego sus discípulos, ademas de la postura de alcanzar la vida eterna por medio de la descendencia, decidieron tambien endorsar la creencia en la resurrección de los muertos. Ellos tomaron la idea de la muerte como un sueño donde los muertos o los que duermen serian despertados al retorno de la Segunda Venida de Cristo. Jesucristo se refirió a la muerte de su amigo Lázaro, quien había estado muerto y en el sepulcro por cuatro dias, diciendo, “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy a despertarlo” (Juan 11:11). Jesús de Nazaret enseño que a su regreso tanto los justos como los pecadores resucitarían, “No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán de allí. Los que han hecho el bien resucitarán para tener vida, pero los que han practicado el mal resucitarán para ser juzgados” (Juan 5:28-29).

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El Apóstol Pablo también al tratar de consolar a sus feligreses se refiere a la muerte como un sueño del cual despertaran en el día de la resurrección y venida de Jesucristo (1 Tesalonicenses 4:13-18). Él propuso que “Con su poder Dios resucitó al Señor, y nos resucitará también a nosotros” (1 Corintios 6:14). Además añadió que el no creer en la resurrección para vida eterna era una pena, “Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera sólo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales” (1 Corintios 15:19). Para los apóstoles la resurrección significaba la más clara evidencia de la grandeza y soberanía de Dios. La demostración de que ante la presencia de Dios la muerte cede su lugar a la vida.

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