Las enfermedades mentales en el Siglo XXI: Un enfoque cristiano dignificante
Esteban Montilla | 10 mayo, 2020
“Querido hermano, pido a Dios que, así como te va bien espiritualmente, te vaya bien en todos tus asuntos y goces de buena salud” (3 Juan 2).
Introducción
El ser humano como todo ser vivo está propenso a enfermarse. Debido a ello, se dice que, para estar enfermo, lo único que se necesita es estar vivo. Se puede estar bien en este instante y, minutos más tarde, estar en un estado de gravedad. De manera que, la enfermedad es un fiel acompañante del ser humano desde su comienzo hasta la muerte. En el transcurrir histórico de la humanidad, la enfermedad se ha ido entendiendo de manera más amplia; y, esto ha permitido que las personas puedan asistir al organismo humano en la recuperación de su equilibro o paz existencial.
La enfermedad se entiende como una alteración de la paz integral de la persona donde el funcionamiento pleno se ve limitado. Se trata de alteraciones fisiológicas del organismo a nivel biológico, pero, éstas influyen en la manera como la persona interpreta la vida y cómo se comporta en la sociedad. Estas perturbaciones del bienestar integral de la persona, pueden ocurrir debido a una multitud de factores tales como: bacterias nocivas, hongos, virus, priones, mutaciones genéticas, problemas metabólicos, deficiencias nutricionales, déficit o excesos de minerales, carencia o indisponibilidad de vitaminas, alteraciones enzimáticas, lesiones, divisiones celulares incontroladas, el funcionamiento anormal del sistema inmunitario, alteraciones neurológicas, opresión social, aprendizajes de conducta no adaptativas, desregulación de las emociones y perspectivas cognitivas distorsionadas.
El ser humano como una unidad indivisible
El ser humano es una unidad integral que no se puede dividir. Es un ser biológico donde cada célula, cada tejido, cada órgano y cada sistema trabaja al unísono para mantener el milagro de la vida. Este funcionamiento biológico, le permite al ser humano sentir y pensar; es una integración de funciones que capacita al ser humano para tomar decisiones y actuar en la vida. Entonces, es importante entender que el sentir y el pensar son procesos que ocurren debido al funcionamiento biológico del organismo humano. La capacidad de tener sensaciones y de poder percibir es posible gracias al buen funcionamiento de cada sistema que compone al organismo humano. Dentro de ese funcionamiento, ocurren las emociones, las cuales constituyen un mecanismo que se activa con la dirección del sistema nervioso que, a su vez, da la orden al sistema endocrino para que libere ciertos compuestos químicos u hormonas que preparan a la persona para una acción específica.
Por ejemplo, si una persona percibe una amenaza hay descargas hormonales que le llevan a experimentar miedo o ira, lo que permite una respuesta asociada de supervivencia para responder de manera apropiada. Por otro lado, si se observa a una persona en sufrimiento, el sistema nervioso descarga en el organismo otras hormonas que dan origen a la emoción que conocemos como tristeza. Esa realidad del funcionamiento biológico en los seres humanos nos identifica como iguales y, por ello, las personas somos capaces de ser solidarios y ser movidos hacia la compasión.
Los pensamientos también toman lugar debido a ese mecanismo de impulsos eléctricos del sistema nervioso y las posteriores descargas hormonales guiadas por el sistema endocrino. Esta preparación biológica informa el análisis o razonamiento a fin de que el ser humano tome la decisión de actuar de manera adaptativa. La capacidad cognitiva y habilidad de análisis tiene que ver además con los aprendizajes adquiridos de los agentes de socialización; y, por las experiencias a las cuales uno se ha expuesto. Es así, como la combinación de la biología con los aprendizajes y el contexto sociocultural le permiten al ser humano formular ideas, construir creencias y adoptar actitudes que influyen directamente las conductas a seguir en la vida.
Estos aprendizajes, entonces, tienen mucho que ver con el uso que se les dé a las fuerzas biológicas que llamamos emociones. La autorregulación de los sentimientos, entendiéndose los mismos como la intensidad de las emociones, es un mecanismo de control que vamos aprendiendo a medida que crecemos y tiene mucho que ver con las estructuras cognitivas o maneras de pensar que hemos adoptado a través del trascurso de la vida. Es así que, conviene evitar hablar de primacía de la razón o de las emociones, porque estas dos fuerzas, primariamente biológicas, toman lugar al mismo tiempo y trabajan juntas para dirigir la conducta humana.
En tal sentido, el ser humano como un ente biológico: siente, piensa y aspira. Esta capacidad de hacer análisis profundo antes de tomar una decisión y actuar constituye una manera particular que le ha permitido al ser humano sobrevivir y florecer. La habilidad de reflexionar sobre los eventos pasados para aprender cómo comportarse en el futuro, le han dado los hombres y mujeres la oportunidad de una mejor vida en el presente. Como un ser que aspira, le busca sentido a lo que vive en el hoy a fin de tener un mejor mañana. De allí que, el ser humano en un ser biológico con una naturaleza espiritual; en tanto, no solo le concierne su vida y el hoy, sino también, la realidad de sus semejantes, los animales, las plantas, las rocas, las estrellas, el Creador del universo, el Dador de la vida y el futuro.
El organismo humano funciona de manera integrada, por lo que, cada célula, tejido, órgano y sistema trabajan de forma concatenada para hacer posible la continuación de la vida; y el goce de un bienestar integral. El grupo de científicos especializados en el campo de la medicina, por razones pedagógicas, y a fin de entender como mejor cuidar al organismo humano, lo han dividido en sistemas. Estos sistemas son: el sistema cardiovascular, el sistema respiratorio, el sistema óseo, el sistema digestivo, el sistema muscular, el sistema linfático, el sistema inmunitario, el sistema reproductor, el sistema excretor o urinario, el sistema tegumentario o la piel, el sistema endocrino y el sistema nervioso. Es peligroso pensar que estos sistemas trabajan de manera desconectada o independiente; la división es sólo una estrategia didáctica. Así que, las enfermedades psicológicas o mentales que afectan el pensar, sentir y actuar tienen que ver con todo el organismo. Sin embargo, tradicionalmente por el funcionamiento integrador y coordinador del sistema endocrino y del sistema nervioso, los especialistas del campo médico y psicológico, lo han estudiado como una unidad o juntos.
El sistema endocrino tiene que ver con las glándulas que regulan las descargas hormonales necesarias para el apropiado crecimiento, metabolismo y funcionamiento de todo el organismo. Los órganos que tienen que ver directamente con el sistema endocrino incluyen el hipotálamo, la glándula pituitaria, las glándulas tiroideas, la glándula pineal, el timo, las glándulas adrenales, el páncreas, las glándulas exocrinas, los ovarios y los testículos. Estas glándulas asisten en la regulación de los procesos metabólicos por medio del control de las reacciones químicas, la ayuda en la transportación de sustancias por las membranas celulares, la contribución en el mantenimiento del balance de electrolitos, la coordinación del crecimiento, la activación de la reproducción y la estabilidad del estado del ánimo.
Las glándulas vierten las hormonas directamente al torrente sanguíneo en tanto no tienen ductos. Estas sustancias químicas complejas que se llaman hormonas, son liberadas en el organismo en cantidades minúsculas y por lo general se conectan con células específicas que tienen un tipo de receptor que las recibe. Las hormonas tienden a clasificarse por su origen. Existen las hormonas que se derivan de las proteínas, péptidos y aminoácidos como la insulina, la oxitocina y la vasopresina; así como también, las hormonas que se originan de las grasas o lípidos. A estas últimas se les conoce como esteroides tales como la testosterona, el estrógeno, la progesterona y la cortisona. A estas hormonas lipídicas también se les llama esteroles, porque la grasa específica que les da el origen es el colesterol. Gracias a las minúsculas cantidades de hormonas que las glándulas liberan en el organismo uno puede moverse, la digestión puede tomar lugar, es posible pensar, es concebible sentir, es factible la toma de decisiones y, en fin, la vida es posible. De igual manera, cualquier mínima alteración de las mismas puede causar muchas enfermedades físicas o mentales.
El sistema nervioso consiste del encéfalo (cerebro, el cerebelo, el tallo cerebral), la médula espinal y la red de nervios presente en todo el organismo, desde donde se capta la información para ser procesada por el cerebro. Aunque el sistema nervioso trabaja como una unidad indivisible, por razones pedagógicas, se ha dividido en Sistema Nervioso Central que tiene que ver con el encéfalo y la médula espinal; y, el Sistema Nervioso Periférico, el cual se refiere a la red de nervios o cableado periférico. Las células encargadas de todos los procesos en el sistema nervioso son las neuroglias; éstas sirven de soporte, nutrición y protección para el sistema y las neuronas. Las neuronas tienen como función principal la transmisión de mensajes o impulsos nerviosos de una parte del organismo a otra.
Las neuronas se comunican entre sí y con células efectoras (glándulas) por medio de impulsos eléctricos y trasmisores químicos. Por la forma como estos compuestos químicos son liberados en el organismo se les llama neurotransmisores. Es decir, la liberación ocurre gracias a que una terminación nerviosa es activada por un impulso eléctrico. El sistema nervioso tiene varias funciones; entre ellas, mantener el equilibrio u homeostasis del organismo que hace la vida posible, hacer un manejo eficiente de la energía disponible, resguardar el bienestar del individuo al liberarlo de dolor y la optimización del potencial humano. Esta labor reguladora, coordinadora e integradora toma lugar debido a los impulsos eléctricos que actúan a velocidades muy elevadas generando respuestas casi instantáneas. Es así que, gracias a estos impulsos nerviosos es posible percibir, pensar, sentir, aspirar, tomar decisiones, actuar, recordar y moverse.
Las metáforas para referirse al ser humano
Las narrativas y los relatos constituyen una de las maneras más efectivas de comunicar las ideas, aspiraciones y pesares. Es por esto que se recurre a las figuras literarias como metáforas y parábolas; y así, partiendo de lo conocido, podamos captar o fijar nuevas enseñanzas. Las metáforas por lo general comparan algo concreto que uno conoce y maneja bien con un concepto más abstracto o desconocido. El uso de las metáforas permite moverse de lo tangible a lo intangible, de lo literal a lo figurado, de un significado concreto a un sinnúmero de posibilidades. Ciertamente, el uso de comparaciones puede hacer las cosas complejas más simples. Sin embargo, si uno está desconectado de la realidad contextual del creador de la metáfora, fácilmente puede confundir o malinterpretar el significado inicial del autor.
Los filósofos y sabios griegos eran personas expertas en el uso de las metáforas y las parábolas. Una de estas metáforas, es la idea de conectar las emociones con el cuerpo, y los pensamientos con la mente. Es así como, ellos sugirieron la metáfora de mente y cuerpo, la cual ha sido usada a través de las edades; al punto de que la convertimos en una realidad. Es decir, hoy día la mayoría de los seres humanos se refieren al cuerpo como algo real que tiene existencia en sí mismo. No ven el cuerpo como una metáfora que se refiere a los sentidos y emociones, sino como la realidad misma. Lo mismo con la mente, por lo general, hay muchas personas que creen que ésta existe en realidad y no se reconoce que, simplemente, se trata de una comparación para hacer referencia a los pensamientos, ideas y creencias.
Las interpretaciones que uno hace de una metáfora fuera de su contexto, pueden ser peligrosas, en tanto, tienen implicaciones concretas que pueden hacer daño. Por ejemplo, el convertir la metáfora mente y cuerpo en una realidad ontológica, ha llevado a muchas sociedades a considerar que las enfermedades que afectan el pensamiento no tienen nada que ver con el funcionamiento biológico del organismo humano. Es por esto, que en muchas culturas no consideran las enfermedades relacionadas con la razón como realmente afecciones y, por lo tanto, los seguros de salud no cubren estas dolencias. En otros contextos, se le ha atribuido un valor jerárquico superior a la capacidad de pensar (mente) en detrimento de las habilidades de sentir (cuerpo). Al punto que, el sentir o las emociones se consideran como destructivas, engañosas y dañinas. Las implicaciones negativas fueron tan lejos hasta indicar que las emociones estaban conectadas con la mujer y, por lo tanto, eran inferiores. Ese razonamiento, entonces, sugería que el varón era más capaz intelectualmente que la mujer. En otros contextos culturales, la conversión de esta metáfora mente y cuerpo en realidad ha llevado a ciertas personas a despreciar todo lo que tiene que ver con sus sentidos y emociones; y, así preferir todo lo que tiene que ver solo con la razón.
Otra metáfora muy conocida es referirnos al ser humano como una persona. La palabra persona tiene que ver con las máscaras que usaban los artistas griegos para amplificar el volumen de sus voces y así, de esta manera, el mayor número del público pudiera escucharles. Es así que una persona [ per (intensificar), sona (sonar, sonido)] es un ser que tiene una voz y algo que decir. Esta rica metáfora hace un llamado también a valorar el poder que cada ser humano tiene para influir su propia conducta y la de las demás personas. Esta metáfora invita a respetar los derechos del ser humano y a promover la dignidad que le corresponde como persona. Una persona entonces tiene el derecho a elegir qué es lo mejor para sí misma, cómo y con quien relacionarse, y cuándo hablar y cómo hablar. Como toda metáfora ésta tiene sus limitaciones, ¿Cuándo se comienza a ser persona? ¿Cómo diferenciar los derechos de una persona natural con los derechos de una persona jurídica?
La salud integral
La palabra salud se usa para referirse al funcionamiento regular y armonioso de los órganos vitales y los sistemas del organismo humano. La idea detrás de la palabra salud tiene que ver con una paz interior que permite el sano convivir con los semejantes, los animales, las plantas, los minerales y las estrellas. Entonces, la salud tiene que ver con el bienestar integral que facilita la adaptación a las realidades del contexto sociocultural y a un buen relacionarse con el ambiente por medio de la autorregulación. De allí que, hablar de salud integral es hablar de un buen vivir, de un adecuado funcionamiento del organismo humano, de un buen pensar, un buen sentir y de un buen actuar. Este aspecto de salud es muy dinámico, en tanto, implica un constante esfuerzo del organismo humano de mantener un estado armonioso que conduzca a la sobrevivencia y al florecimiento existencial.
El anhelo de tener salud representa una de las grandes búsquedas del ser humano. La mayoría de las personas hacen lo mejor de sí para mantener o recuperar la salud. La consideración de la salud ha llevado al ser humano a implementar dietas alimentarias balanceadas, usar precauciones de salud, incorporar prácticas generales de higiene, aplicar vacunas para fortalecer el sistema inmunitario, hacer uso de las ciencias médicas, tecnologías biomédicas; y, en general, vivir más consciente de la importancia del bienestar integral. Las incorporaciones de estas prácticas del cuidado se han traducido en un aumento de la expectativa de vida; y, en lograr una vida con mayor dignidad hasta los últimos días. En muchas sociedades, al encontrarse con otra persona la primera expresión que se espera es el deseo de salud para la otra persona y sus allegados. La salud integral, entonces, involucra las diferentes dimensiones existenciales como la biológica, la psicológica, la sociológica y la espiritual.
La salud integral, como una realidad multidimensional, requiere del trabajo concatenado entre la persona buscando la salud, sus allegados, el personal médico profesional, la institución social del sistema de salud y las demás estructuras sociales como el sistema educativo y económico de la sociedad. Es así que, para tener salud es necesario considerar no simplemente los esfuerzos aislados de un ser humano, sino la participación activa de los diferentes actores involucrados en el bienestar social. Es menester unir la voz de la persona en busca de salud con las agencias de la comunidad, las instituciones religiosas, las fuerzas políticas, los medios de comunicación y las organizaciones involucradas con el entrenamiento. La salud integral es un esfuerzo de todos.
Las enfermedades mentales
El impacto de la metáfora se puede aún ver en la categorización que se les da a las enfermedades que afectan el pensamiento y los sentimientos, y, por ende, la manera como el ser humano se comporta en el mundo. Es peligroso seguir tratando la metáfora mente-cuerpo como si fuese algo real. Hasta hace poco se seguía pensando que las enfermedades relacionadas a la dimensión cognitiva, afectiva y conductual no tenían bases biológicas. Finalmente, se ha comenzado a contemplar la relación que tiene la alimentación y el funcionamiento general del organismo humano con la conducta. Es probable que, en pocos años, a lo que hoy se haga referencia como enfermedad mental, se clasifique de otra manera como enfermedades del sistema nervioso, enfermedades del cerebro, enfermedades cognitivas, enfermedades afectivas, enfermedades psicológicas, enfermedades conductuales o enfermedades psiquiátricas. Una nueva clasificación evitaría el continuar viendo la metáfora mente-cuerpo como algo real y se pudieran ofrecer mejores intervenciones.
Las enfermedades psicológicas tienen orígenes muy diversos. Hay enfermedades que afectan el pensamiento, las emociones y las conductas humanas que ocurren gracias a patógenos como los virus, los parásitos, las bacterias y los priones. Otras enfermedades mentales, tienen que ver con las alteraciones metabólicas, el malfuncionamiento vascular, el déficit o exceso de vitaminas y minerales, las lesiones cerebrales y los efectos secundarios de otros tratamientos médicos. Los nuevos saberes científicos relacionados con estas enfermedades psicológicas, incluyendo el uso de exámenes por imágenes como las resonancias magnéticas y las tomografías por emisión de positrones, han contribuido en gran manera a un mejor entendimiento de la etiología y el desarrollo de estas enfermedades.
Estos avances de las ciencias médicas y psicológicas, han abierto las puertas para una mejor evaluación, el diagnóstico temprano y el tratamiento oportuno. Sin embargo, estas enfermedades que afectan al ser como un todo: sus pensamientos, sus emociones, sus conductas, sus aspiraciones y sus relaciones, siguen siendo un misterio para muchas personas. A pesar de que se tiene un mejor entendimiento de la neurobiología de estas enfermedades, todavía hoy en día, abundan las supersticiones y las actitudes negativas para con las mismas. Es menester continuar con una campaña de educación a fin de que se tenga un abordaje centrado en la ciencia, la caridad, la solidaridad y la dignificación humana.
La Organización Mundial de la Salud (2016) sugiere que entre los factores que previenen el tratamiento oportuno de estas enfermedades se encuentran la falta de conocimiento científico acerca de ellas, el estigma negativo y la discriminación para con personas afectadas por estas dolencias. El estereotipo, de que las personas con enfermedades mentales carecen de inteligencia, no son capaces de decidir por ellas mismas o de que están enfermos porque quieren, puede promover abusos de los derechos humanos, la exclusión de los servicios provistos en la sociedad y el abandono social. Además, la ignorancia presente en las agencias sociales de mayor influencia como la política, la religiosa y la económica, ha contribuido a la falta de una disposición para colocar estas enfermedades como parte del cuidado primario de salud y, por ello, se prevé una minúscula designación de fondos para el tratamiento de las mismas.
Clasificación de las enfermedades mentales
Las enfermedades psicológicas o mentales son en esencia afecciones biológicas que alteran la capacidad cognitiva, afectiva y conductual del ser humano. Estas alteraciones de la paz integral, afectan el funcionamiento del individuo, su relación con el medio y su bienestar general. Los síntomas pueden estar conectados con lo intelectual, lo emocional o el comportamiento. En ocasiones se puede notar la desorganización en más de una de estas dimensiones existenciales. La taxonomía o clasificación de las enfermedades asiste a los profesionales de la salud en la elaboración de diagnósticos más precisos y la implementación de tratamientos adecuados. Las guías de las clasificaciones de las enfermedades mentales más usadas entre los profesionales de este campo son: El capítulo seis, “Trastornos mentales, del comportamiento y del neurodesarrollo”, de la Clasificación International de Enfermedades (CIE-11, 2022) publicada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Manual Diagnostico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM 5-TR, 2022) publicado por la Asociación Norteamericana de Psiquiatría (APA). Esta última guía de enfermedades mentales, sugiere una agrupación de 20 tipos de enfermedades mentales. En este artículo sólo se hará referencia a cinco de ellas por ser las más estudiadas; y, en algunos casos, las más comunes.
Los trastornos de ansiedad son enfermedades que afectan la dimensión emocional en tanto están ligadas a las preocupaciones y los miedos excesivos presente en una persona. Es natural que uno sienta miedo frente a una amenaza del momento o se ponga ansioso por un desafío que pudiera venir. Estas respuestas emocionales pueden preparan al ser humano para que tome decisiones adaptativas y actúe en protección de su bienestar integral. Sin embargo, cuando estas sensaciones dejan de ser transitorias y perduran, por lo menos seis meses o más, entonces, puede ser indicativo de un trastorno al que hay que prestarle atención. Estos síntomas persistentes de ansiedad pueden causar deterioro en las relaciones personales, en el rendimiento laboral o académico y en el funcionamiento regular del organismo.
Por ejemplo, una persona que muestre preocupación excesiva, inquietud generalizada, dificultad para concentrarse y problemas para conciliar el sueño la mayoría del tiempo, puede estar frente a la enfermedad que se conoce como Trastorno de Ansiedad Generalizada. Si un individuo tiene de manera súbita miedos intensos acompañados de la aceleración de la frecuencia cardiaca, la sensación de dificultad respiratoria, la sudoración excesiva, el entumecimiento muscular, la presencia de escalofríos y los miedos a perder la mente, entonces, es probable que sea la enfermedad conocida como Trastorno de Pánico. La Organización Mundial de la Salud (2017) estima que a nivel mundial un 3.6% de las personas sufren de trastornos de ansiedad. En los EEUU el 3.1% de la población adulta sufre del Trastorno de Ansiedad Generalizada y un 2.7% padece de Trastorno de Pánico (NIMH, 2015). Otras enfermedades de ansiedad incluyen el trastorno de ansiedad social, el trastorno de ansiedad por separación, las fobias específicas y el mutismo selectivo.
Los trastornos depresivos representan un grupo de enfermedades caracterizadas por la presencia excesiva de tristeza, desgano general, pérdida de interés en las actividades placenteras, falta de energía inexplicable, sentido de vacío existencial, desesperanza, sentimiento de inutilidad, sentido de culpabilidad inapropiado, pensamientos recurrentes acerca de la muerte, alteraciones del ciclo del sueño y perturbación de los patrones alimentarios. Esta alteración significativa del estado de ánimo tiene repercusiones negativas en las conductas adaptativas esperadas, en las relaciones humanas, en las actividades laborales o académicas y en la toma de decisiones en la vida diaria.
Es común y esperado que un ser humano experimente momentos de tristeza, seria introspección y disminución del ánimo, pero, cuando la frecuencia de los síntomas depresivos es recurrente, persisten por dos o más semanas, toman lugar casi a diario y durante todo el día y alteran de manera significativa la mayoría de las actividades de la vida diaria, entonces, se puede estar frente a una enfermedad depresiva. Estos trastornos del estado ánimo, por lo tanto, ameritan una intervención médica profesional la cual incluye la debida evaluación integral y la apropiada intervención. Las enfermedades depresivas incluyen el Trastorno Depresivo Mayor, el Trastorno Depresivo Persistente (Distimia) y Trastornos Depresivos no Especificados.
Los trastornos bipolares son enfermedades del sistema nervioso que se caracterizan por los cambios súbitos, persistentes y prolongados en el estado del ánimo que terminan impactando de manera negativa y significativa el funcionamiento diario del individuo. Una persona puede mostrar los síntomas de esta enfermedad bipolar si experimenta episodios maniacos o de alta energía donde puede emprender varias tareas a la vez, sentir niveles muy altos de entusiasmo, sobrevaloración de las competencias o grandiosidad, participación en actividades auto derrotistas y destructivas, agitación psicomotora, fuga de ideas, una necesidad de conversar de manera ininterrumpida, vigilias prolongadas y facilidad para distraerse de la meta a cumplir. Estos síntomas de elevado ánimo se exhiben por lo menos durante una semana y en la mayoría de los días y casi a través del día.
En las ocasiones donde los síntomas de aceleración o euforia solo duran cuatro días se le llama episodios hipomaniacos. Si en el mismo periodo o por dos semanas concurren experiencias depresivas como la falta de energía, la pérdida de interés por actividades placenteras, los sentimientos de vacío existencial, el cuestionamiento de las capacidades, la dificultad para concentrarse, una tristeza que está al fondo, las alteraciones en los patrones del sueño y la adopción de perspectivas pesimistas; entonces, se puede estar ante la enfermedad conocida como Trastorno Bipolar I. En los casos donde la persona solo experimenta un episodio hipomaniaco, sin la presencia de un episodio maniaco, alternado con un episodio de depresión mayor entonces esa enfermedad se conoce como Trastorno Bipolar II. Si un individuo ha mostrado por lo menos por dos años síntomas hipomaniacos sin llegar a ser episodios y ha experimentado síntomas depresivos sin llegar a ser episodios de depresión mayor entonces es probable que sea el Trastorno Ciclotímico.
Los trastornos psicóticos representan un grupo de enfermedades del sistema nervioso que alteran de manera significativa el estado de alerta, la capacidad de pensar, la habilidad de análisis, la percepción y la conducta. Una persona con una enfermedad psicótica se le hace difícil distinguir entre la realidad y la fantasía, puede tener una apreciación de sí mismo que no concuerda con la realidad, y, es posible, que adopte conductas atípicas en el habla, así como también descuidar su higiene personal. En así que, las enfermedades psicóticas se caracterizan por la presencia recurrentes de delirios, alucinaciones, pensamiento desorganizado, conductas anómalas y expresiones emotivas disminuidas.
El delirio hace referencia al hecho de que alguien crea que algo es real aun cuando las evidencias muestran lo contrario. Los delirios pueden incluir el creer que alguien o una institución estén interesados en perjudicarlo, o el creer que las palabras o gestos que hace una persona están dirigidos hacia él; o, también, asumir que ciertos símbolos y eventos naturales tienen un mensaje específico para la persona. Otro delirio, es de la grandeza o el pensar que se es famoso, excepcional o que posee riquezas en ausencia de las evidencias. La creencia errónea de que otra persona está enamorada de ella, la idea equivocada de que se avecina catástrofes y la creencia de que fuerzas externas controlan su organismo, constituyen también delirios. Las alucinaciones son experiencias perceptivas que no concuerdan con la realidad. Es así que, una persona pueda escuchar, oler, sentir u olfatear algo en ausencia de un estímulo externo real. Por ejemplo, las alucinaciones auditivas cuando una persona escucha voces que interpreta como distinta a sus pensamientos. El pensamiento desorganizado implica el tener dificultad para mantener el hilo de una conversación, el responder con expresiones completamente distintas al dialogo que estaba tomando lugar y la incoherencia de las ideas. Las conductas motoras desorganizadas como las agitaciones impredecibles y los comportamientos catatónicos donde hay ausencia de una respuesta motora, pueden representar también síntomas psicóticos.
Las experiencias psicóticas pueden ocurrir como parte de otras enfermedades, pero estas presentan síntomas muy característicos que se usan para la diferenciación de las mismas. En estas enfermedades se encuentran el Trastorno Delirante, el Trastorno Psicótico Breve, el Trastorno Esquizofreniforme, la Esquizofrenia y el Trastorno Esquizoafectivo. El origen de las enfermedades psicóticas es multifactorial, incluyendo la deficiencia de minerales y vitaminas, la presencia de ciertos virus que afectan las estructuras neurales, la acción de bacterias que alteran los intercambios bioquímicos y las descargas eléctricas del cerebro, el efecto negativo de ciertos parásitos que afectan el metabolismo, alteraciones considerables en los sistemas que componen el organismo humano, condiciones de opresión social y preocupaciones existenciales.
Los trastornos disociativos hacen referencias a un grupo de enfermedades caracterizadas por la dificultad persistente de conectar los pensamientos, las emociones y las conductas con la identidad subjetiva consciente de la persona. Esta discontinuidad, en el sentido de alerta o conciencia, afecta de manera marcada el funcionamiento cotidiano de la persona. Las experiencias disociativas se pueden notar en las respuestas emocionales que no corresponden al evento. Por ejemplo, al relatar una experiencia traumática no se muestra una reacción afectiva que corresponda con la situación estresante expresada. La disociación se puede notar también cuando, por ejemplo, una persona se encuentra haciendo cosas que normalmente sería incapaz de llevarlas a cabo hasta llegar a creer que hay fuerzas internas que están controlando su voluntad. Las diferentes enfermedades disociativas incluyen el Trastorno de Identidad Disociativo, la Amnesia Disociativa y el Trastorno de Despersonalización/Desrealización. Las razones que precipitan estas enfermedades son muy variadas incluyendo la influencia genética, las alteraciones metabólicas, la presencia de patógenos que afectan la homeostasis del organismo, las experiencias traumáticas, la opresión social y el estrés exagerado en el presente.
Las enfermedades mentales y los demonios
En un documento antiguo titulado, “Sobre la enfermedad sagrada”, que data de unos 2300 años y atribuido al gran médico griego Hipócrates (460-337 a.C.), se sugiere que las enfermedades mentales se deben a las alteraciones del cerebro. “Los hombres deben saber que los placeres, las alegrías, la risa y las diversiones, así como también las penas, las aflicciones y las inquietudes no se localizan en ningún otro órgano sino en el cerebro. Gracias especialmente a él, pensamos, vemos, oímos y distinguimos lo feo de lo hermoso, lo malo de lo bueno, lo agradable de lo desagradable, discerniendo unas cualidades por la costumbre, percibiendo las otras por su utilidad. También por obra suya deliramos, enloquecemos, sufrimos la presencia de pesadillas, terrores, unas veces de noche, otras incluso durante el día, insomnios, extravíos injustificados, preocupaciones infundadas, desconocemos cosas habituales y realizamos actos insólitos. Todos estos fenómenos son producidos por el cerebro, cuando no está sano…La verdadera causa de todos estos fenómenos es el cerebro…Por lo tanto afirmo que al cerebro le atacan las enfermedades más agudas, más graves, mas mortales y más difíciles de reconocer para los inexpertos” (pp. 94-96).
Este médico griego, Hipócrates, estaba invitando a la sociedad de ese entonces a considerar la posibilidad de que las enfermedades mentales eran causadas por alteraciones del cerebro y no por las fuerzas espirituales o divinidades. Ciertamente, fue una invitación optimista, progresista y avanzada para esa época, pero, llama la atención que hoy en Siglo XXI se tenga que repetir el mismo llamado antiguo de ese gran sabio. Desde el trabajo inicial de Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) titulado “La textura del sistema nervioso del hombre y los vertebrados” (1899) hasta nuestros días, se avanzado de manera vertiginosa en la comprensión del protagonismo del sistema nervioso central (cerebro, cerebelo y medula espinal) en las enfermedades mentales o psicológicas, en tanto, cualquier alteración estructural o funcional del mismo se traduce en desequilibrios y cambios conductuales.
Las enfermedades mentales son muy complejas e involucran muchos factores tales como la biología, la personalidad, las condiciones sociales, los patrones alimentarios y las experiencias cotidianas. Esta complejidad también ha contribuido a la dificultad en el estudio de las mismas; así como también, al desarrollo de posturas estigmáticas que han causado mucho daño a las personas afectadas por estas enfermedades. Este tipo de afecciones en el organismo humano pueden causar considerables niveles de dolor, sufrimientos inimaginables y alteraciones radicales en las relaciones humanas. De manera que, la presencia de un trastorno mental promueve la búsqueda de sentido tanto en la persona que la experimenta como en la comunidad donde existe y se mueve. Hoy día se avanzado mucho en el campo de la neurociencia y se conoce con mayor precisión la etiología, desarrollo e influencia de muchas enfermedades mentales. Sin embargo, queda un camino muy largo para comprender de manera amplia este complejo sistema nervioso que caracteriza a los seres humanos. Los tratamientos alivian y, en algunos casos, curan estas enfermedades mentales, pero, una parte considerable de las personas afligidas con estas enfermedades, no responden bien a las intervenciones tradicionales o conocidas.
Sigue en pie la búsqueda de significado a estas enfermedades mentales. Una de las herramientas que los seres humanos tienen para darle sentido a sus experiencias de dolor, sufrimiento y miseria es la religión. Por lo general, los paradigmas brindados por los sistemas religiosos ayudan de buena manera al manejo y afrontamiento de las diferentes enfermedades que aquejan a la humanidad. No obstante, en algunos casos las creencias religiosas pueden contribuir al maltrato, discriminación y descuido para con las personas con enfermedades mentales. Por ejemplo, en el pasado las personas que sufrían de Epilepsia eran golpeadas, encadenadas y sometidas a tratamientos inhumanos; porque se creía que esta enfermedad era el resultado de posesiones demoníacas.
Las religiones ofrecen a los seres humanos un marco intelectual para darle sentido al mundo y a la vida. Además, le proveen rituales necesarios para el bienestar espiritual y una red social para el apoyo humano. Una herramienta central que se encuentran en las religiones, son las teodiceas o creencias que intentan reconciliar la idea de un Dios de amor y poderoso con la presencia del pesar y la maldad. Por ejemplo, la perspectiva judía sugiere que Dios es el autor de la salud como de la enfermedad y del bien como del mal. “Yo soy el Señor, el que los sana a ustedes…El Señor te hará sufrir con llagas, como a los egipcios, y con tumores, sarna y tiña, y no podrás curarte de estas enfermedades. También te hará padecer locura, ceguera y confusión, y andarás a tientas, como el ciego en la oscuridad” (Éxodo. 15:26; Deuteronomio 28:27-29, DHH). De manera que en esta creencia hebrea no hay lugar para un Dios que hace el bien y otro Dios que hace el mal. Simplemente hay un Dios quien es responsable o está consciente del bien y del mal. Esa teodicea les asiste en la búsqueda de sentido y en el poder alcanzar la paz.
En la religión cristiana se recurrió a los documentos apocalípticos escritos por judíos disidentes para así sugerir que las enfermedades eran causadas por un ser extraterrestre o ángel caído llamado diablo o satanás que después de perder una pelea con Dios fue enviado al planeta tierra como castigo por su rebelión. Esta concepción de un dios malo llamado Satanás como se presenta en el cristianismo, está ausente en el judaísmo. En la Biblia Hebrea o Antiguo Testamento, se usa el verbo satán para hacer referencia a la acción de adversar, y, el sustantivo satán, para señalar a alguien como enemigo o adversario. Este texto sagrado también usa cuatro veces el nombre propio Satanás o el Satán donde se presenta a un ser sobrehumano o ángel como adversario de una persona (Job 1:6-12; 2:1-7).
En este contexto, Satanás representa a un ángel o criatura de Dios que trabaja para él cumpliendo funciones de fiscal o abogado acusador. Lo mismo se puede notar en el libro de Zacarías donde el ángel acusador (Satanás), quien estaba listo para cuestionar las calificaciones del sumo sacerdote llamado Josué -quien recién había regresado del exilio- (Zacarias 3:1-3); y, la otra ocasión, se encuentra donde Satanás (ángel acusador) persuade a David a que lleve a cabo un censo que más tarde el consideró como erróneo (1 Crónicas 21:1, 8). Es interesante que en otra referencia bíblica acerca de este evento, se menciona que fue Dios mismo quien instigó a David para que llevara a cabo dicho censo (2 Samuel 24:1). Es así como, en el Antiguo Testamento, la figura de Satanás tiene que ver con un ángel de Dios que cumple una función de adversario en el sistema de justicia divina y en ninguna parte de este texto canónico se asocia a Satanás con la maldad o como enemigo de Dios.
A partir del año 200 a.C. el imperio seléucida (heleno-griego), quien controlaba una región bastante amplia incluyendo a Palestina-Israel, se desestabilizó, en gran parte debido a la guerra civil y la lucha de poderes entre familiares. En palestina gracias a la acción de los macabeos se logró la independencia religiosa y política de este imperio griego. Sin embargo, en la ausencia de un enemigo con quien pelear el espíritu guerrero se transfirió a lo interno en tanto se atacaban entre los partidos religiosos judíos (Elaine Pagels, 1996).
Las acusaciones incluían casos de corrupción, explotación religiosa, desvalorización del judaísmo, secularismo y falta de pasión por la fe hebrea. Los conflictos entre saduceos, fariseos y otros grupos judíos minoritarios cada vez se recrudecieron más preparando así el ambiente ideal para el surgimiento de posturas religiosas apocalípticas. Este enfoque señalaba que había una guerra cósmica entre el bien y el mal, que había una clara diferenciación de los hijos de la luz (judíos que siguen la Torá al pie de la letra) y los hijos de la oscuridad (judíos percibidos como menos piadosos). En ese contexto, fue cuando se comenzó a usar la figura de Satanás como un ángel que se rebeló contra Dios, dando origen así a una guerra cósmica que se inició en los lugares celestiales, pero que ésta se había trasladado al planeta Tierra porque Satanás y sus seguidores habían sido desterrados a este lugar (Libro de la Vida de Adán y Eva, c. 150 a.C.). Los seres humanos ahora eran parte de esa guerra y necesitaban decidir de qué bando estaban; del bien con Dios o del mal con Satanás.
Es así que, los grupos judíos minoritarios y disidentes del sistema de poder dominante por allí cerca del 165 a.C. presentaron a Satanás no como un fiscal de Dios, sino como un ser malevolente quien, después de un fallido intento de golpe de estado celestial, se convirtió en enemigo de Dios. Esto se puede ver en los libros escritos entre 200 y 100 a. C. tales como el Libro de Enoc, el Libro de Adán y Eva, el Libro de los Jubileos y el Libro la Ascensión de Moisés. Estos libros sugieren que después de la batalla entre Satanás y Miguel, donde éste último salió triunfante, los ángeles (144 mil) que habían unidos al príncipe de la maldad también fueron condenados juntos con él a vivir en este planeta.
Estos escritos religiosos además mencionan que Satanás se ocupa de tentar a las personas para que se desvíen del camino del bien, de coaccionar a los religiosos para que no le presten atención al plan salvífico de Dios y de promocionar un modelo de vivir distinto al mostrado por Dios. Entonces, a los dirigentes judíos que no eran tan piadosos se les acusaban de ser hijos y seguidores de Satanás y estos acusaban al otro bando de ser peores en tanto era hijos del Príncipe de la Oscuridad. Este aspecto de satanizar a los miembros de otro grupo religioso judío, llegó a ser tan habitual que dominaba las conversaciones de día a día. Era común escuchar la idea de que, así como Satanás, quien era un ángel muy especial y cercano a Dios, se había revelado contra Él así también la traición y la mayor amenaza para la fe judía provenía de las mismas filas de aquellos que pretendían ser fiel a Dios.
Mas tarde algunos grupos cristianos comenzaron a rebuscar textos de la Biblia Hebrea que pudieran apoyar esta propuesta apocalíptica como el de Isaías 14:2-23 donde se relata la arrogancia de un rey de Babilonia que en vida se caracterizó por oprimir y pisotear a los pueblos. Ahora después de muerto la tierra estaba tranquila. Este rey quien se creía tan grande como Dios, ahora simplemente dormía entre los gusanos. Se había caído de esa nube a la cual se había subido. Aquel rey que se creía la estrella de la mañana ahora se había apagado y vivía en el sepulcro. Aunque no tiene nada que ver con el tema de demonios, los grupos judíos apocalípticos o disidentes y más tarde los cristianos, convirtieron esta sátira, que se comentaba para burlarse de este soberbio rey de Babilonia, en un símbolo de Satanás.
Es interesante que en el cristianismo a partir del año 1200 después de Cristo un poeta cristiano haciendo uso de su creatividad propusiera la idea de que hubo un Arcángel llamado Lucifer, haciendo referencia a este texto de Isaías donde se dice que el rey era como el lucero de la mañana. Esta era una expresión poética muy común entre los escritores judíos para indicar importancia y grandeza, la cual usaron para referirse a una palabra segura o a un personaje importante como el mismo Jesucristo (2 Pedro 1:19; Apocalipsis 2:28; 22:16). A partir de allí, y sin cuestionar, se comenzó a manejar la idea entre los cristianos de que tal arcángel existió aun cuando fue una creación literaria. No existe en la Biblia Hebrea, ni en otros libros sagrados de los judíos, ni tampoco en el Nuevo Testamento mención a un arcángel llamado Lucifer.
Es así como en el cristianismo se comienza a usar Lucifer como un sustantivo gracias a la obra del gran poeta italiano Dante Alighierise (c. 1265 – 1321) titulada la Divina Comedia (1304, 1320), quien en su creatividad literaria propone un protagonista de su poema llamado Lucifer—un arcángel que se rebeló contra Dios y tenía la misión de tentar las personas con los excesos, la avaricia y la maldad. Cabe notar que en la tradicion judía apocalíptica y cristiana los ángeles o arcángeles llevan nombres que terminan en el (Dios), como por ejemplo Gabriel–la fuerza de Dios (Daniel 8:15; Lucas 1:26-35); Miguel–¿Quién como Dios? (Daniel 10:21; Judas 1:9), Rafael–Dios te sana (Tobías 5:4).
Los primeros cristianos les daban el nombre Lucifer (luz brillante, luz primaria, estrella mañanera) para sus hijos como se ve en el caso del Obispo Lucifer Calaritanus de Cagliari (c. 370). La influencia de los escritos de Dante Alighierise se puede ver en el famoso poema de John Milton (1608-1674) titulado El paraíso perdido (1667), quien siguió usando la figura literaria de un Arcángel caído llamado Lucifer. Lo mismo se puede ver en la afamada traducción inglesa de la Biblia llamada King James Version (1611) donde los traductores decidieron usar el sustantivo Lucifer para traducir la expresión “lucero de la mañana” en Isaías 14:12. Pese a que las traducciones de la Biblia de hoy corrigieron ese error de traducción de la Version King James la idea de que hubo un Arcángel llamado Lucifer se sigue usando hasta esta época. Aún más, aunque no existe en la Biblia Hebrea, ni en otros libros sagrados de los judíos, ni tampoco en el Nuevo Testamento mención a un arcángel llamado Lucifer hoy día forma parte de las creencias cristianas.
El texto de Ezequiel 28:11-19 también se usó por los judíos apocalípticos y más tarde por los cristianos quienes tenían una perspectiva de guerra cósmica entre el bien y el mal para hacer referencia a este archienemigo de Dios. Sin embargo, este texto simplemente hace referencia a un rey de Tiro quien según Dios había llegado a ser un modelo de perfección por la manera como aplicaba la sabiduría y la justicia. Este rey era como un querubín protector, alguien muy cerca de Dios y con una conducta irreprochable. Pero, luego se convirtió en un tirano, corrupto, violento, arrogante y blasfemo. Por eso, este rey al final terminó reducido a cenizas y sin posibilidad de volver a vivir. Es una hermenéutica o interpretación muy atrevida el pasar del señalamiento a este ser humano que fungía como rey de Tiro a la figura de Satanás. Es probable que los que sugirieron esa lectura echaron mano de este lenguaje de guerra y enfrentamiento ilustrado en la soberbia y crueldad del rey de Tiro para representar al Príncipe de la Maldad. No es serio el tratar de sugerir de que la creencia en un ángel llamado Lucifer se encuentra en la Biblia Hebrea o Antiguo Testamento canónico y mucho menos decir que en esos textos se hace referencia a Satanás como un Archienemigo de Dios.
Jesús de Nazaret y sus seguidores adoptaron la postura apocalíptica de ver a Satanás como un ser malevolente dedicado a contrarrestar las fuerzas del bien. En los escritos evangélicos o Nuevo Testamento Satanás es presentado como el diablo (Mateo 25:41; Marcos 4:15; Juan 8:44; Hechos 10:38), Satanás (Marcos 1:13; Lucas 10:18; Hechos 26:18), dios de este mundo (2 Corintios 4:4), príncipe de este mundo (Juan 12:31; 14:30), gobernante de las tinieblas y de las fuerzas invisibles del mal (Efesios 2:2), el maligno (Efesios 6:16; 1 Juan 3:12), gran dragón y serpiente antigua (Apocalipsis 12:9; 20:2). Bajo la perspectiva cristiana este ser sobrehumano o angelical entonces está empeñado en apartar a los creyentes cristianos de su fe en Dios, en que dejen a un lado el dominio propio (1 Corintios 7:5; 1 Pedro 5:8) e intimidándolos para que no practiquen la hospitalidad (1 Tesalonicenses 2:18).
Entonces, en los Escritos Cristianos o Nuevo Testamento, se sugiere una teodicea que indica que la salud y el bien vienen de Dios, pero, que la enfermedad y el mal están conectados con el dios de este mundo. En el tiempo de Jesús de Nazaret y los Apóstoles, los dirigentes judíos no reconocían el estudio científico, no promovían la formación de médicos y no ofrecían los servicios de centros de atención médica. De manera que, lo común era recurrir a los poderes mágicos de curanderos y a las sanidades milagrosas. Solo las personas de la aristocracia podían gozar de cuidados médicos al viajar a otros países o contratar médicos entrenados en el extranjero para que vinieran a tratarles sus enfermedades. Es así que enfermedades como la epilepsia, las enfermedades psicóticas, los trastornos bipolares y los desórdenes disociativos se entendían como el resultado de fuerzas malignas o diabólicas que tomaban el control de la persona. Hoy día estas enfermedades se tratan desde una perspectiva integral echando mano de intervenciones que ocupan lo biológico, lo psicológico, lo sociocultural y lo espiritual. Bajo este enfoque integral no se abandona o se rechaza la dimensión espiritual, sino que se le da valor junto a lo biológico, psicológico y social.
Conclusión
Las enfermedades mentales o psicológicas ameritan, como cualquier otra afección al organismo humano, de un tratamiento integral que involucre de manera concatenada los factores biológicos, psicológicos, socioculturales y espirituales. El punto de partida ha de ser una evaluación exhaustiva donde se usen herramientas como la valoración clínica, la entrevista psicológica, la exploración sociocultural, el avalúo espiritual, los exámenes de sangre, el análisis de orina, el electroencefalograma y el diagnóstico por imágenes. Una vez que se tenga un cuadro completo de la afección mental o psicológica, entonces, se puede, en un espíritu de colaboración entre: paciente, profesional de la salud, red familiar y agente religioso; y, dentro de un marco ético, ofrecer una intervención integrando diversas opciones tales como: prácticas alimentarias, programas de ejercicio aeróbico y anaeróbico, participación social, incorporación de actividades recreativas, involucrarse en proyectos de servicio a la comunidad, incorporar ejercicios espirituales cónsonos con la fe, el consumo de medicamentos debidamente facultados, la búsqueda psicoterapéutica y las prácticas de salud complementarias.
El mensaje del escritor bíblico del libro de Eclesiástico quien cerca del año 200 antes de Cristo invitó a sus lectores judíos a que consideraran la importancia de buscar la asistencia médica integral también invita a los creyentes de hoy a que consideran la importancia de una buena evaluación, del diagnóstico acertado y de un buen tratamiento. “Respeta al médico por sus servicios, pues también a él lo instituyó Dios. El médico recibe de Dios su ciencia, y del rey recibe su sustento. Gracias a sus conocimientos, el médico goza de prestigio y puede presentarse ante los nobles. Dios hace que la tierra produzca sustancias medicinales, y el hombre inteligente no debe despreciarlas. Dios endulzó el agua con un tronco para mostrar a todo su poder. Él dio la inteligencia a los hombres, para que lo alaben por sus obras poderosas. Con esas sustancias, el médico calma los dolores y el boticario prepara sus remedios. Así no desaparecen los seres creados por Dios, ni falta a los hombres la salud. Hijo mío, cuando estés enfermo no seas impaciente; pídele a Dios, y él te dará la salud. Huye del mal y de la injusticia, y purifica tu corazón de todo pecado. Ofrece a Dios sacrificios agradables y ofrendas generosas de acuerdo con tus recursos. Pero llama también al médico; no lo rechaces, pues también a él lo necesitas. Hay momentos en que el éxito depende de él, y él también se encomienda a Dios, para poder acertar en el diagnóstico y aplicar los remedios eficaces. Así que un hombre peca contra su Creador, cuando se niega a que el médico lo trate” (Eclesiástico 38: 1-15, DHH).