Lo que hace la diferencia: Las fortalezas cardinales

Esteban Montilla | 12 junio, 2015

En los llanos de Venezuela aprendí, de mis familiares, que al final del peregrinaje por esta vida la huella que queda es el carácter y la reputación. El carácter, en tanto expresión de la totalidad de nuestro ser, representa lo que somos, lo que sentimos, lo que pensamos y lo que hacemos con nuestro comportamiento. Constituye, según comprendemos,   ese legado, lo que hemos sido, y estará representado por esas características eternas que brindamos a la humanidad. Ahora bien,  el carácter incluye la realidad de nuestras limitaciones, así como también, nuestras fortalezas. Estas últimas, hacen referencia a las fuerzas que nos mueven y nos sostienen a través de nuestro caminar por este mundo. Las fortalezas, como el producto tanto de nuestras atribuciones biológicas como ambientales, nos permiten enfrentar con determinación y espíritu resiliente los desafíos de la vida y, con ellos, el sentido retador para avanzar sintiéndonos integralmente dotados de plenitud existencial.

A través de las edades los seres humanos nos hemos referido a estas fortalezas de muchas formas incluyendo virtudes, fortitudes y atributos. En sí lo que intentamos es describir y categorizar esas capacidades, actitudes, motivaciones, conductas, emociones, cogniciones, conexiones y maneras de ser que nos permiten, además de sobrevivir, también poder movernos hacia el florecimiento existencial. Desde un abordaje pedagógico, sistemático y relacional, he considerado dividir el estudio de estas fortalezas en ocho categorías: 1) Las fortalezas cardinales, 2) las fortalezas teologales, 3) las fortalezas ético-morales, 4) las fortalezas sociales, 5) las fortalezas corporales,   6) las fortalezas liberadoras, 7) las fortalezas afectivas, y 8) las fortalezas ecológicas. En esta reflexión dialogaremos sobre la primera de estas fortalezas.

Las fortalezas o virtudes cardinales, como le llamaban los filósofos griegos, los rabinos del primer siglo y los primeros padres cristianos, incluyen la sabiduría, la justicia, la temperancia y la fortitud.  El primer elemento es la sabiduría, una de esas bondades universales mas anhelada por los seres humanos. Ésta ha sido comparada con lo más sublime y en algunos casos con la misma deidad. La Biblia menciona que las personas que alcanzan la sabiduría viven “tranquilas,  sosegadas…y  felices” (Proverbios 8:33; Sabiduría 8: 1-21). La sabiduría, está conectada con la adquisición y buen uso del conocimiento, con la creatividad, la prudencia y el buen vivir. De manera que, una persona sabia es alguien que ha aprendido a incorporar en su vida la información que percibe a través de sus sentidos; ello, le permite adaptarse de manera saludable a las exigencias y demandas existenciales. En tal caso, una persona sabia será también aquella que, movida por su curiosidad y creatividad, decide explorar nuevos caminos y nuevos paradigmas. Vale decir,  será una persona que valora la tradición, pero, como entiende que siempre hay lugar para crecer y mejorar,  estará  también en condiciones de mantener su mente  abierta a las nuevas posibilidades. Una persona sabia es una persona prudente en el sentido de que, antes de tomar una decisión, hace uso de su juicio y pensamiento crítico al analizar detalladamente cada situación y dilema que enfrenta. Esta prudencia implica también que  la persona tiene la capacidad de visualizar las consecuencias antes de que estas ocurran. Entonces, una persona sabia toma riesgos pero al mismo tiempo ejerce suma precaución a fin de minimizar los resultados negativos y maximizar los positivos. Según las sagradas escrituras una persona sabia es aquella que movido por el amor y el respeto a Dios decide vivir de manera digna al servir a su prójimo con humildad y compasión (Santiago 3:13,17).

Hubo una vez un rey que murió demasiado joven cuando su hijo sucesor solo tenía ocho años. El joven rey solo era un muchacho de 8 años cuando le tocó asumir el reino. Su madre le recomendó que invitara a los más sabios del reino para que le ayudaran a desarrollar su plan de gobierno y para que lo entrenaran de manera expedita en todas las ciencias. Después de seleccionar a las personas sabias que le ayudarían a gobernar el joven rey envió a un grupo de ellos a recorrer el mundo a fin de que le trajeran la sabiduría recopilada en las demás naciones. Después de 24 años estas personas enviadas en busca del conocimiento regresaron con miles de libros los cuales no cupieron en la biblioteca real, por lo tanto, fue necesario crear un nuevo edificio. Tres años mas tarde, para el día de la inauguración de esta nueva biblioteca, el rey tuvo la oportunidad de recorrerla y, fue así,  como se dio cuenta que a él le sería imposible leer toda esta literatura.  Entonces, el rey le pidió a la comisión de sabios a sus servicios que leyeran todos estos libros y le trajeran un artículo con lo esencial de cada ciencia.  Doce años más tardes los eruditos, algunos de ellos nuevos quienes reemplazaron a los sabios que se habían muerto, le trajeron al rey una colección de varios volúmenes. Al mirar el tamaño de estos volúmenes el rey, quien ya no era un joven, consideró que debido a sus diversas ocupaciones él tampoco tendría tiempo de leer todos estos volúmenes. Así que él les pidió a los sabios que le resumieran un poco más la sabiduría contenida en estos volúmenes. Ellos entonces 8 años más tarde le trajeron un libro que contenía la sabiduría del mundo.  El rey como estaba agotado, avanzado en edad y enfermo les pidió a los sabios que simplemente le dijeran en una frase en qué consistía el conocimiento. Uno de los sabios se atrevió a responder y le dijo: su majestad toda la sabiduría del mundo se contiene en tres palabras: “Vivir el momento”.

El segundo elemento de las fortalezas cardinales o principales es la justicia. Ésta,  es una palabra con un significado muy amplio y, además, muy contextual. En nuestro medio hispano la justicia va mas allá del dicto suum cuique tribuere (dar a cada quien lo suyo o lo que se merece). Este tipo de justicia distributiva y proporcional, aunque valida, representa un desafío para los grupos que históricamente han sido marginados por los sistemas de poder de la sociedad. Por lo tanto, la justicia también ha de verse en su aspecto de solidaridad donde se hace un esfuerzo para entender la situación desde la perspectiva de los oprimidos. Hablar de justicia implica también hacer énfasis en la igualdad, la libertad y el respeto a los derechos humanos. Así que una justicia justa es aquella que libera, sana, reivindica y transforma tanto a las personas como a la comunidad. La justicia parece ser un principio tan importante para los escritores de la Biblia que la usan más de 1060 veces. Jesus de Nazaret dijo que los seres humanos han de invertir su tiempo en esta tierra en la búsqueda y practica de la justicia (Mateo 6:33). Para Jesucristo, la justicia era más que un concepto, fundamentalmente, porque hace referencia a un modelo de vida marcado por la compasión, la lealtad y el amor (Mateo 23:23). Una persona que practica la justicia es aquella que renuncia a cualquier acto discriminatorio por razones de nacionalidad, color, etnicidad, orientación sexual, género, edad, educación, sistemas de creencias y estatus social; al mismo tiempo,  lucha para que los derechos básicos de los seres humanos sean resguardados. Una persona que practica la justicia trabaja hacia la construcción de un mundo donde el trato a los demás se caracterice por la equidad y por la consideración a los afligidos (Isaías 1:17; 11:1-4; Miqueas 6:8). Una persona que practica la justicia lucha por un mundo inclusivo, compasivo, comprometido con la paz y enlazado con la libertad.

La temperancia, entendida como la capacidad que tienen los seres humanos para regular sus pensamientos y conductas, constituye el tercer elemento de las fortalezas cardinales. En un mundo marcado por las campañas de publicidad y mercadeo, las cuales nos hacen ver productos vanos como necesidad;  en un mundo donde abundan las pseudo-oportunidades y el mínimo esfuerzo, se necesita, más que nunca,  el uso del dominio propio. La vida de los excesos está llevando a muchas personas a la ruina biológica, psicológica, sociológica y espiritual. El no establecer límites en la cantidad de calorías que se consume a diario está convirtiendo a la obesidad en una pandemia moderna. El libertinaje placentero, así como también, la rigidez religiosa están contribuyendo a la decadencia espiritual y psicológica de nuestra era. La temperancia o templanza como fortaleza, implica un sentido relacional entre el pensar, el decir y el hacer; por lo tanto, tomar decisiones y obrar en consecuencia exige temperamento. Es una fortaleza que mueve a la persona a vivir una vida moderada en todas las dimensiones existenciales.  En el contexto latino el dominio propio implica el colocar las necesidades de los demás por encima de las nuestras. Es decir, la preocupación no es tanto en la satisfacción de nuestras necesidades sino en la búsqueda del bienestar integral de nuestra familia y comunidad. En el entendido de que nuestras necesidades son posibles de satisfacer en la medida en que éstas se integran con nuestras realidades relacionales de valor familiar y en comunidad. La Biblia habla del dominio propio como una de las características de las personas que han alcanzado la madurez espiritual (Romanos 12; Gálatas 5; 2 Pedro 1).  Una persona que practica la temperancia  es aquella que reconoce la importancia de los límites en la vida y decide actuar con moderación en cada aspecto  de su existencia.

El último componente de las fortalezas cardinales es la fortitud o valentía.  En un mundo pluralista y globalizado como el actual, se necesita ser valiente para vivir con responsabilidad ética y social. Se necesita ser valiente para enfrentar las injusticias que los sistemas de poderes quieren perpetuar en la sociedad. Es importante diferenciar que ser valiente no significa ser agresivo y violento. El ser asertivo al expresar las ideas y los sentimientos de uno es demostración de esta valentía. Pero, bajo ninguna circunstancia la asertividad puede ser una excusa para ofender o agredir a los demás. El ser valiente implica el estar dispuesto a luchar por los derechos de los demás y los nuestros. Una persona valiente no busca la neutralidad o se mantiene en silencio cuando sabe que está frente a la injusticia. Una persona valiente persevera e insiste en terminar lo que comienza.  En las sagradas escrituras el llamado a ser valiente es una constante desde el Génesis hasta el Apocalipsis.  Una persona valiente es aquella que sin miedo lucha por un mundo donde abunde la justicia, el dominio propio y la sabiduría.  Una persona valiente es que aquella que “persevera hasta el fin”, que no se rinde y resiste la búsqueda de las salidas fáciles (Josue 1:9; Mateo 11:12; 1 Corintios 16:13). Es una persona que no solo renuncia a comportarse de manera ilícita sino que lucha contra cualquier viso de corrupción. Una persona valiente es aquella que busca el “camino angosto” que conduce a la vida plena (Mateo 7:14).  Una persona sabia, que practica la justicia, equilibrada y valiente, como dice el salmista, es feliz y hace la diferencia porque busca hacer el bien y rehúsa hacer el mal (Salmo 34). Hoy es el día de la sabiduría, la justicia, el dominio propio y la valentía. Gracias por hacer la diferencia.