Un amanecer que transformó a la humanidad

Esteban Montilla | 26 marzo, 2016

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El Sol es solo una de las cien mil millones de estrellas que componen nuestra Galaxia Vía Láctea, y, esta galaxia, es solo una de las cien millardos que conforman a este universo. Sin embargo, esta estrella es la fuente casi exclusiva de luz, calor y energía para este planeta sin la cual la vida no sería posible. Diariamente la Tierra gira (del oeste al este) alrededor de su propio eje, en consecuencia, el Sol y las demás estrellas salen por el este y se meten por el oeste. Pero, al mismo tiempo que la Tierra gira alrededor de su propio eje también orbita alrededor del Sol necesitando de 365 días para completar la vuelta o cada una de sus órbitas. Coloqué esta pequeña referencia a las ciencias astronómicas para resaltar la importancia del Sol para el sustento y mantenimiento de la vida. De allí, que en muchas culturas antiguas en reconocimiento al papel tan vital del Sol para sus vidas lo adoraban como a un dios. Los escritos bíblicos utilizan la figura del Sol para referirse al Creador y Sustentador de este universo y se refieren a Jesús de Nazaret como la Luz del mundo. En la tradición Judea-cristiana nos referimos a Dios como nuestro sol quien nos concede la vida y las oportunidades para brillar y florecer (Salmos 84:11; Isaías 60:19).

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Dios ha prometido un nuevo amanecer para la humanidad. Esta nueva realidad humana será posible cuando los seres humanos permitamos que el Creador escriba en nuestras mentes y corazones su sueño para nosotros: el vivir en amor y en justicia. Un vivir que se caracterice por la compasión, la humildad, el gozo, el perdón y la paz. Esto es a lo que nos invita Él que “estableció el sol para alumbrar el día y la luna y las estrellas para alumbrar la noche” (Jeremías 31:33-38). Este amanecer es posible cuando los seres humanos decidimos unir fuerzas con nuestro Dios para combatir el mal en todas sus dimensiones: política, social, psicológica, religiosa y moral. Luchar contra el mal se puede hacer de muchas maneras, comenzando por rechazarlo en nuestros corazones, luego denunciarlo con nuestras palabras y, en algunos casos, hasta con nuestras vidas. Jesús de Nazaret vino con la intención de exponernos al nuevo modelo de vida de su reino. Él enseñó, sanó y predicó acerca de este nuevo reino con todas sus energías y fuerzas. Él denunció la arrogancia del liderazgo del imperio romano y la corrupción del liderazgo religioso judío quienes habían unido esfuerzos para explotar a los miembros de esa sociedad. Jesús de Nazaret se atrevió a proponer que los líderes del imperio romano y los líderes religiosos judíos se habían unido a las fuerzas supra-personales del mal para perpetuar el reino de la maldad, de la destrucción y de la oscuridad (Lucas 22:53).

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El teólogo y erudito del Nuevo Testamento N. T. Wright (2006), señala que la muerte de Jesús fue el resultado de las fuerzas políticas maliciosas de ese mundo y de las fuerzas malignas existentes detrás de las estructuras sociales dirigidas por seres humanos corruptos y cortos de visión. Ese “reino de la oscuridad” finalmente buscó una manera de eliminar al profeta que anunciaba el real evangelio o las buenas nuevas de liberación y mediante un juicio injusto, lo condenaron a la pena de muerte por crucifixión. Al llevar a cabo esta ejecución el “reino de la oscuridad” demostró cuán lejos puede llegar el ser humano cuando se compromete con la maldad hasta el punto de querer eliminar la fuente de todo bien. Ese “reino”, por un corto tiempo, celebró su victoria, pero, más allá de ese hecho, una nueva aurora esperaba a la humanidad. El Sol saldría otra vez y las tinieblas se disiparían. La resurrección trajo este nuevo amanecer. La cruz y la tumba le abrirían paso a esa nueva vida. Jesús puso su vida y la volvió a tomar tal cual lo había prometido (Juan 10:17).

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Es interesante notar que Jesús siguiendo la tradición de Moisés, quien tomó a tres de sus seguidores Aarón, Nadab y Abiú (Éxodos 24:1-11), decidió tomar a tres de sus discípulos; Pedro, Santiago y Juan (Mateo 17: 1-12) y los llevó a una montaña alta donde se les confirmó las verdades del nuevo reino y la realidad de la resurrección como un nuevo comienzo, una nueva creación, una nueva semana. Así también tres mujeres, Maria Magdalena, Maria la madre de Jacobo y a Salomé (Marcos 16; Mateo 28; Lucas 24), el primer día de la semana como el relato de la creación de Génesis, fueron comisionadas como apóstoles al ser enviadas a anunciar las buenas de la resurrección de Jesucristo a los demás discípulos. Cabe también acotar que, en ese contexto cultural, las mujeres no podían servir como “testigos” (para ser testigos había que tener testi); así que, el hecho de haber comisionado a estas mujeres para que anuncien este evento tan trascendental, da cuenta de la misma naturaleza de este nuevo sistema de gobierno y liderazgo que estaba promoviendo Jesús de Nazaret. El evangelio como una nueva creación, una nueva realidad donde “el reino de la muerte”, el cual las políticas del imperio romano, no tendría la última palabra. Precisamente, el imperio romano llamaba a su política de gobierno “el evangelio o buena nueva”, pero era un evangelio donde imperaba la muerte: la muerte de ideas y la muerte física. De manera que hace mayor sentido el hecho de que Jesús de Nazaret decidió llamar a su proyecto de liberación Evangelio o Buenas Nuevas. En ese marco, los discípulos y las discípulas, fueron nombrados los embajadores de las Buenas Nuevas de la resurrección del Maestro Jesús de Nazaret.

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El nuevo amanecer descansa sobre el fundamento del Mesías resucitado, del Mesías que enfrentó a la muerte y la venció, del Mesías que era y es “el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6). Esta cultura de vida y de paz, contagia toda la historia de la salvación e intervención de Dios en este planeta. Entonces, afirmar a la resurrección es decir sí a la vida, es abrir las puertas de nuestras mentes y nuestros corazones para que el poder del Espíritu Santo pueda imbuir nuestro ser interior y así podamos vivir de manera abundante y florecer en este mundo. Afirmar la resurrección, implica un compromiso a llevar una vida casada con la justicia, con la misericordia y con la humildad (Miqueas 6:8). Una vida que refleje la naturaleza divina que nos caracteriza (2 Pedro 1) y nos potencia para vivir a la altura de la excelencia del Cristo Resucitado. Afirmar la resurrección, significa luchar contra el mal en todas sus dimensiones. Afirmar la resurrección, es compartir con el mundo la Luz, el Sol de Justicia que ha vencido al “reino de la oscuridad” y le ha dado paso al Nuevo Reino donde no hay lugar para la injusticia, para la opresión, para la calumnia, para la corrupción, para la exclusión, para la explotación de los pobres y un Reino, donde no hay espacio para la iniquidad (Salmos 15).

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El nuevo amanecer que transformó y sigue transformando a la humanidad nos compromete a una vida que irradie la luz, el calor y la energía que Jesús de Nazaret compartió con sus enseñanzas, su muerte y su resurrección. De manera que, una vez más, la resurrección nos invita a vivir como nuevas creaciones, a renovarnos a través del amor. A vivir como un pueblo que ha sido, es y será liberado de la esclavitud del imperio de la muerte, de la exclusión y de la maldad. Un nuevo amanecer hacia el reino de la vida y de la libertad plena (Gálatas 3:28; 5:1, 22-25). Un nuevo amanecer donde el ser humano además de vivir de la Palabra de Dios también tenga el pan nuestro de cada día. Señor Jesús líbranos del mal y permite que brille tu aurora en nuestras vidas. ¡Aleluya!

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Referencia
Wright, N. T. (2006). Evil and the Justice of God. Downers Grove, IL: InterVarsity Press.