Una entrada pacifica: Jesús de Nazaret en Jerusalén
Esteban Montilla | 9 abril, 2017
Jesús de Nazaret (5 a.C. —29 d.C.) concentró su ministerio en Galilea y Samaria. Sin embargo, al final de éste él decidió una vez más ir a Jerusalén para compartir, allí en la ciudad más importante de Israel donde estaba el Templo y el corazón del judaísmo, su mensaje liberador. Jesús escoge ir a esta ciudad durante una de las fiestas más importante que se celebraba en ese lugar: la Pascua. Para esa ocasión festiva especial se reunía una gran multitud de personas provenientes de las diferentes regiones del país con la intención de hacer memoria de cómo el pueblo de Israel, gracias a la intervención divina y por medio de Moisés, había salido de la esclavitud y la opresión egipcia.
Se desconocen las razones específicas detrás de la decisión estratégica de Jesús de Nazaret de salir de su territorio conocido para ir a Jerusalén. No obstante, tiene sentido la idea de partir a esa ciudad durante esta fiesta tan importante donde las personas que participaban en ella abrazaban la esperanza que Dios eventualmente haría lo mismo que hizo a través de la persona de Moisés: liberar a su pueblo oprimido. La situación socioeconómica, política y religiosa del pueblo de Israel de ese entonces no era muy esperanzadora. Abundaba el desempleo, la inseguridad, la opresión por parte de los sistemas de poder, la corrupción a todo nivel, las injusticias cometidas por un liderazgo religioso en complicidad con el imperio, la intolerancia de un gobierno opresor que condenaba cualquier disidencia política, los niveles de inflación eran tan altos que los más pobres no podían comprar ni vender y unos impuestos tan elevados que ahogaban cualquier entrada económica que tuvieran las personas. De manera que la gente anhelaba que se levantara un líder quien al ser guiado por Dios les liberara de la opresión de un gobierno político y un sistema religioso que intentaba desmenuzar sus sueños y esperanzas de un mañana mejor.
Se puede notar en los mensajes que Jesús de Nazaret predicó durante ese viaje a Jerusalén, que, él estaba conectando su proclamación a las buenas nuevas de liberación que tanto anhelaba ese pueblo. En el Evangelio según Marcos se señala que Jesús al llegar a Jerusalén fue al templo, y, al ver que hasta ese lugar sagrado donde las personas creyentes asistían para adorar a Dios en paz y tranquilidad, se había convertido en un instrumento de explotación financiera. Él se molestó tanto que decidió físicamente voltear las mesas de los cambistas religiosos quienes se aprovechaban de la fe de las personas al cambiarles las monedas imperiales que ellos traían por cupones aceptados por los vendedores de productos religiosos del templo. Este cambio lo exigían los religiosos porque supuestamente la moneda del imperio tenía grabada la imagen del Emperador y una lectura inscrita que decía que él era dios.
Por lo tanto, esa moneda no podía usarse en el templo en cuanto el mandamiento de la Torá prohibía el uso de las imágenes. De manera que los cambistas la canjeaban por una “moneda santificada” que solo tenía valor en el templo. Con ese cupón las personas podrían comprar los animales y demás artículos religiosos necesarios para la adoración. La narrativa de este Evangelio también indica que Jesús abrió las puertas de los corrales donde tenían los animales y los dejó ir libres. El autor deja claro que Jesús condena el mercantilismo y comercialismo religioso que tomaba lugar en el Templo. Los líderes religiosos habían convertido los programas de adoración en una oportunidad para hacer dinero (Marco 11: 15-16). Ellos enfatizaban que el favor de Dios estaba conectado con el tipo y calidad de ofrenda que se entregara en el templo Este grupo les decía a los feligreses que si querían la bendición y protección de Dios tendrían que dar la ofrenda correcta y sugerida por ellos.
Sin duda este acto valioso y atrevido de Jesús de Nazaret fue una declaración muy contundente del mensaje que ocuparía toda su visita en esa ciudad. Los profetas tales como Jeremías, Isaías y Ezequiel habían señalado la importancia de que el Templo estuviese limpio a fin de que Dios pudiera enviar otro liberador que los sacaría de la esclavitud política, económica y religiosa en la cual se encontraban. “¡Éste es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor! Si en verdad enmiendan su conducta y sus acciones, si en verdad practican la justicia los unos con los otros, si no oprimen al extranjero ni al huérfano ni a la viuda, si no derraman sangre inocente en este lugar, ni siguen a otros dioses para su propio mal, entonces los dejaré seguir viviendo en este país, en la tierra que di a sus antepasados para siempre. ¡Pero ustedes confían en palabras engañosas, que no tienen validez alguna! Roban, matan, cometen adulterio, juran en falso, queman incienso a Baal, siguen a otros dioses que jamás conocieron, ¡y vienen y se presentan ante mí en esta casa que lleva mi nombre, y dicen: ¡Estamos a salvo, para luego seguir cometiendo todas estas abominaciones! ¿Creen acaso que esta casa que lleva mi nombre es una cueva de ladrones?” (Jeremías 7:4-11, NVI). El liderazgo religioso al ver esta acción profética y amenazante de Jesús se preocuparon sobremanera y decidieron explorar la forma más sabia para eliminarlo (Marco 11:18).
El Evangelio según Juan señala que Jesús antes de entrar a Jerusalén había decidido pasar un tiempo en Betania en casa de sus amistades Marta, Maria y Lázaro, a quienes apreciaba mucho y les tenía en alta estima. Esta familia, para celebrar la visita de este amigo tan especial, decide preparar una cena para él y sus compañeros. En esa cena, Maria “tomó entonces como medio litro de nardo puro, que era un perfume muy caro, y lo derramó sobre los pies de Jesús, secándoselos luego con sus cabellos. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume” (Juan 12: 18). Este acto de “ungimiento” por parte de su amiga fue muy significativo en tanto le prepararía para la semana más difícil y decisiva de su ministerio. El Evangelio según Lucas sugiere que esta misma amiga Maria le escuchó atentamente mientras él le comentaba quizá sus preocupaciones, miedos, así como también sus esperanzas. Jesús había intentado comunicarles a sus discípulos más cercanos de su plan de ir a Jerusalén y del peligro que esta visita representaba para su ministerio y para su vida. Sin embargo, parece que sus seguidores no estaban dispuestos a escuchar estas palabras que ellos consideraban pesimistas. “Iban de camino subiendo a Jerusalén, Los discípulos estaban asombrados, y los otros que venían detrás tenían miedo. De nuevo tomó aparte a los doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder” (Marcos 10:32-34). Pero los discípulos se negaban a escucharle hasta el punto de decirle que se callara (Mateo 16:22).
Con una gran necesidad de ser escuchado, “Jesús se hizo el firme propósito de ir a Jerusalén… y mientras iba de camino con sus discípulos, entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba lo que él decía” (Lucas 9:51; 10:38-41). Al final de la visita Jesús le dice a Marta que su hermana María había escogido lo mejor: el escuchar a un ser humano que pronto experimentaría la crisis más importante de su vida. Que privilegio tan gran grande tuvo esta mujer. Ministrar a Jesús de Nazaret antes de que saliera para Jerusalén. Además, que interesante que fue una mujer, una persona que en ese contexto no contaba, quien no tuvo miedo de escuchar con atención y de manera activa a un ser humano en necesidad.
El autor del Evangelio según Marcos indica que Jesús hizo de Betania, este pequeño pueblo que quedaba a dos kilómetros y medio de Jerusalén y donde vivían sus amistades, su lugar de estadía y refugio para esos días festivos. Desde Betania Jesús decide preparar su entrada a Jerusalén y les pide a sus discípulos que le consigan un “burrito en el que nunca se ha montado nadie” (Marcos 11:1-11). Este gesto de entrada en un burrito está lleno de símbolos que apuntan a la estrategia de transformación de la mente de las personas que lo presenciaran. Jesús decide ilustrar con esta acción su modelo pacífico de resistencia política, pero, al mismo tiempo les recordaba que finalmente Dios actuaría para liberar a su pueblo de las manos de los malvados.
Este símbolo del burrito traía a memoria las palabras del Profeta Zacarías: “¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de alegría, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene hacia ti, justo, salvador y humilde. Viene montado en un asno, en un pollino, cría de asna” (Zacarías 9:9, NVI). Esta entrada humilde y en son de paz contrasta la declaración de intervención violenta que este Profeta señala más tarde, “¡Jerusalén! Viene un día para el Señor cuando tus despojos serán repartidos en tus propias calles. Movilizaré a todas las naciones para que peleen contra ti. Te conquistarán, saquearán tus casas y violarán a tus mujeres. La mitad de tus habitantes irá al exilio, pero el resto del pueblo se quedará contigo. Entonces saldrá el Señor y peleará contra aquellas naciones, como cuando pelea en el día de la batalla. En aquel día pondrá el Señor sus pies en el monte de los Olivos, que se encuentra al este de Jerusalén, y el monte de los Olivos se partirá en dos de este a oeste, y formará un gran valle, con una mitad del monte desplazándose al norte y la otra mitad al sur. Ustedes huirán por el valle de mi monte, porque se extenderá hasta Asal. Huirán como huyeron del terremoto en los días de Uzías, rey de Judá. Entonces vendrá el Señor mi Dios, acompañado de todos sus fieles” (Zacarías 14: 1-5, NVI). Al usar la figura de entrar en un asno que nunca había sido montado y especialmente separado para una misión sagrada, Jesús intenta señalar que su entrada triunfante a Jerusalén no es la de un guerrero sino la de un liberador pacífico. Es una entrada valiente al mismo sufrimiento y a la muerte.
“Le llevaron, pues, el burrito a Jesús. Luego pusieron encima sus mantos, y él se montó. Muchos tendieron sus mantos sobre el camino; otros usaron ramas que habían cortado en los campos. Tanto los que iban delante como los que iban detrás, gritaban: — ¡Hosanna! — ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! — ¡Bendito el reino venidero de nuestro padre David! —¡Hosanna en las alturas!” (Marcos 11:8-10, NVI). El ritual de colocar mantos y ramas apuntaba a un homenaje real donde el pueblo le pedía al rey justo que los liberara. La expresión hebrea hosanna era una súplica de auxilio que significaba “danos la salvación o liberación” pero también era un grito de alegría y celebración por el triunfo recibido. “Éste es el día en que el Señor actuó; regocijémonos y alegrémonos en él. Señor, ¡danos la salvación! Señor, ¡concédenos la victoria! Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Salmos 118: 25-26). El colocar los mantos y las ramas era un reconocimiento de la realeza y del ungimiento divino que acompañaba al liberador (2 Reyes 9:13). Este gesto también indicaba que el clamor por una vida más justa, libre y digna venia tanto por parte de las personas con capacidad adquisitiva como de los pobres. Las injusticias, la corrupción y la falta de libertad que afectaba tanto a los ricos como a los pobres unían a la mayoría de la gente en el clamor de liberación.
Los niños, las niñas, los jóvenes, los adultos y los adultos mayores anhelaban un mundo donde se pudiera vivir mejor. Ellos estaban desilusionados por muchos líderes que habían surgido, pero que, al final terminaban uniéndose a los sistemas de poder para explotarles. Esta vez las personas añoraban un enviado de Dios que estuviese comprometido con los principios de un reino basado en la justicia, la compasión, la humildad, la paz y el amor. Un ungido que actuara según los dictados del corazón de Dios. Es muy importante notar que el Evangelio según Marcos señala que precisamente fue una persona discapacitada quien antes de que Jesús de Nazaret entrara a Jerusalén lo había declarado rey en la misma línea de David. Este mendigo ciego llamado Bartimeo después de hacer esa declaración profética recibe la sanidad plena y partir de allí decide seguir a Jesús (Marcos 11: 46-52). Una vez más es una mujer quien escucha a Jesús de Nazaret cuando el más lo necesitaba y es una persona discapacitada quien lo declara rey. Su reino sin embargo es un proyecto mucho más amplio del que sus seguidores anticipan. Él está promoviendo un reino basados en principios los cuales traspasan las culturas, los tiempos y los espacios. El sistema de gobierno, las instituciones sociales, el modelo de educación, la estructura económica y el programa religioso de este nuevo reino estaría basado en el amor, la fe y la esperanza. Según este Evangelio, Jesús permaneció callado mientras sus seguidores lo aclamaban como el Mesías o Ungido Liberador. Su silencio tal vez decía, si soy liberador, pero no en la manera que ustedes esperan. El ser humano necesita primero liberarse de las ataduras cognitivas las cuales aprisionan con paradigmas y creencias derrotistas, colonizadoras, agresivas y destructivas.
Jesús de Nazaret vino a introducir un modelo de existir y de convivir basado en la amistad y en la mutualidad. En su reino no habrá siervo ni amo sino simplemente relaciones humanas basadas en la amistad y en el respeto (Juan 15: 12-17). De manera que las personas que decidan seguir las enseñanzas de Jesús de Nazaret están comprometidas a vivir, hablar, actuar, pensar, sentir y relacionarse de forma distinta. En el sistema tradicional de manejar las cosas (o mundo) un grupo oprime a otro, una persona domina a la otra, un jefe impone su voluntad, “pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande ha de estar siempre dispuesto a ayudar a las demás personas” (Marcos 10:43). Hosanna. Este es un reino que viene pero que también ya está entre nosotros (Lucas 17:21). Vivamos como hombres y mujeres que pertenecen a ese reino de justicia y de bondad. Oremos para que en esta pascua nuestro Dios nos dé un corazón nuevo, nos infunda un espíritu renovado, nos alcance con su sabiduría, nos levante del letargo, nos quite la pesadumbre, nos libre de la indiferencia, nos guarde del mal, nos quite todo espíritu de venganza, nos llene de su paz y nos cobije en su soberana presencia (Ezequiel 36:24-28; Salmos 86:15).
Paz,
Esteban Montilla, Ph.D.
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