La adoración en la Biblia y en el Siglo XXI

Esteban Montilla | 17 noviembre, 2021

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Introducción

El adorar a Dios hace referencia a colocarlo como prioridad en ese momento y en la vida. La etimología u origen de la palabra adoración (ad-orare-cion) apunta al hablar y al actuar de la misma manera que Dios actuaría. Es decir, el identificarse con los pensamientos, sentimientos y conducta de Dios a fin de reproducir e imitar ese modelo de existir. Esta alineación con la voluntad de Dios (practicar la justicia, actuar en amor y vivir con humildad—Miqueas 6:8) representa la esencia de la adoración.

En el cristianismo actual es fácil confundir la adulación (el alabar o hablar bien de alguien de manera excesiva) con la adoración a Dios. Entonces las personas confunden el reunirse para cantar (alabanzas o himnos) con la adoración a Dios. Esa idea de que Dios es un ser que le gusta que le adulen, que le digan cuan bueno es, cuán extraordinario es y cuan hermoso es, puede representar una proyección de nosotros que hemos aprendido de los lideres políticos, religiosos y empresarios de nuestro contexto.

Es decir, esta percepción de Dios parece muy enfermiza, es sugerir que Dios sufre de un trastorno narcisista e histriónico. Estos desordenes psicológicos se notan en personas que muestran una necesidad excesiva que le alaben, que hablen bien de ellos, que lo consideren como lo mejor, que le admiren incondicionalmente y que le cumplan todas sus demandas. Los reyes y los líderes religiosos se suscribían a esa idea de Dios porque así se les hacía fácil persuadir a los súbditos y seguidores que hicieran lo mismo para con ellos.

Además, el confundir la adoración con el cantar en un lugar (templo, iglesia, santuario) representa un escondite seguro para los líderes religiosos desentenderse de las necesidades concretas de las personas de su comunidad. Además, el no tener que lidiar con las personas que viven en pobreza extrema y pobreza ahorra dinero y representa mayor ingreso económico a la institución religiosa. De esta manera se les hace fácil a las personas o miembros de la comunidad religiosa contagiarse de esa apatía al pensar que si te reúnes y cantas entonces no tienes que incomodarte para asistir al ser humano en su necesidad.

El ser humano canta para expresar alegría, “¿Está alguno alegre? Cante” (Santiago 5:13); para mostrar gratitud, “canten salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón” (Colosenses 3:16); para dialogar con nuestros semejantes y expresar nuestro sentir, “Háblense unos a otros con salmos, himnos y cantos espirituales” (Efesios 5:19); para manejar nuestra ansiedad y preocupaciones, “A eso de la medianoche, Pablo y Silas se pusieron a orar y a cantar himnos a Dios” (Hechos 16:25). Entonces el cantar solo o en comunidad nos puede asistir a regular nuestro estado de ánimo, sincronizarnos con su voluntad y disponernos a reflejar su misma cultura (culto). Entonces el cantar nos puede animar para salir de la reunión (iglesia) con ánimo y buena disposición para servir a las personas en sus diversas necesidades. El creer que en el edificio donde toma lugar la reunión (iglesia) habita Dios o se adora a Dios representa el ignorar una enseñanza central de Jesús de Nazaret y sus discípulos iniciales, Dios “No vive en templos construidos por los seres humanos” (Hechos 17:24-25).

La adoración en concreto

En el Evangelio de San Juan se encuentra una narrativa donde de manera irónica Jesús de Nazaret señala el peligro de confundir la adoración con las actividades que se hacen en un santuario o templo. Este relato cuenta que había un hombre paralítico o con discapacidad motriz que había estado en esa condición por 38 años (toda una generación. Esa era la expectativa de vida de las personas de ese tiempo). En el camino hacia el templo había un estanque que tenía varios pórticos donde iban muchas personas con enfermedades crónicas y discapacidades. Había una creencia que si las personas lograban entrar al estanque al momento que se moviera el agua (movida por un ángel) entonces serian sanados.

“Cuando Jesús lo vio allí acostado y se enteró del mucho tiempo que llevaba así, le preguntó: —¿Quieres recobrar la salud? El enfermo le contestó: —Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se remueve el agua. Cada vez que quiero meterme, otro lo hace primero” (Juan 5:6-7). Esta declaración de este hombre sufriente es muy triste en tanto refleja cuán fácil es pasar de largo y no detenerse para asistir a un ser humano en necesidad. El relato comienza diciendo que este encuentro de Jesús de Nazaret con este hombre enfermo tomó lugar durante una de las grandes fiestas que tenían los judíos. Esta observación se coloca probablemente para hacer énfasis de que durante ese tiempo muchas personas pasaban por allí para “adorar” en el templo. Sin embargo, por estar ocupados en el llegar a las afueras del templo para “adorar” dejaron pasar la oportunidad de “adorar en espíritu y en verdad”.

Este relato muestra que en la vida se requiere, además, del querer y el decidir de una persona, el apoyo de otros individuos que nos provean la oportunidad. Este hombre quería recobrar su salud, cada día con extremo esfuerzo llegaba al lugar para esperar el momento de lanzarse al estanque cuando el agua se moviera. Pero por su discapacidad y la altura del estanque no podía entrar al agua y tener la oportunidad de ser sano. Sus palabras, “no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se remueve el agua”, refleja la importancia de contar con el apoyo de otras personas aliadas que se interesen por nuestro bienestar. Es así como para incrementar el desarrollo humano se amerita de que la persona desee, tome la decisión, pero también de oportunidades que otros seres humanos o agencias puedan brindar. Cuántas personas hoy quieren estar sanos, pero no tienen seguro médico, no cuentan con los recursos para los exámenes, no tienen manera de transporte para llegar a los centros médicos o simplemente estén solos en este mundo.

Es muy curioso que el relato también señale que los líderes religiosos, en vez de celebrar la sanidad que este hombre finalmente recibió después de 38 años de espera, decidieron más bien molestarse porque había ocurrido en el día sagrado y porque este hombre estaba cargando su camilla en sábado. Claramente, como hoy, los lideres religiosos y sus seguidores habían confundido el medio con el fin. Las reuniones, las cuales pueden llevarse a cabo en cualquier lugar, tienen como función el animarse para salir a servir, el educarse para asistir a las personas necesitadas de manera más eficiente y el organizarse para hacer el uso apropiado de los recursos con que se cuentan a fin de alcanzar a los grupos más necesitados de la comunidad. La adoración toma lugar cuando nos disponemos a asistir a las personas en sus diversas necesidades.

Se adora a Dios al crear oportunidades de sanidad, al darle de comer al hambriento, al proveer un refugio a las personas desamparadas. “Los justos preguntarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y te dimos de comer? ¿O cuándo te vimos con sed, y te dimos de beber? ¿O cuándo te vimos como forastero, y te dimos alojamiento, o sin ropa, y te la dimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” El Rey les contestará: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron” (Mateo 25:37-40, DHH).

Se adora a Dios para parecerse a Él

Es claro que Jesús de Nazaret, en su misión de mostrar una manera distinta de entender a Dios y de vivir una vida plena, ofrece puntos de vistas alternos. Por ejemplo, su propuesta incluía un rito de iniciación distinto que fuera más inclusivo como lo es el Bautismo (en contraste con la circuncisión que era un rito que sólo los varones podían llevar a cabo), el adorar a Dios en la vida cotidiana y no en los templos, el leer las escrituras sagradas para liberar y no para condenar, el creer en el más allá y no solamente en el aquí. Así fue como para cada creencia o práctica judía tradicional ofreció un camino alternativo.

La propuesta de referirse a Dios como papá (Abbá) es atrevida también en tanto las personas pudieran confundir la metáfora con la realidad. Sí hay referencia en la Torá o Pentateuco a Dios como padre: “¿Así es como le pagan al Señor? Pueblo necio y sin sabiduría, ¿no es él tu padre, tu creador? ¡Él te creó y te dio el ser!” (Deuteronomio 32:6, DHH). En la sección de los Profetas también se menciona: “A pesar de todo, Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro, y tú el alfarero. Todos somos obra de tu mano” (Isaías 64:8, NVI). “¿Acaso no tenemos todos un mismo Padre, que es el Dios que a todos nos ha creado? ¿Por qué, pues, nos engañamos los unos a los otros, violando así la alianza que hizo Dios con nuestros antepasados?” (Malaquías 2:10, DHH). En la última parte de la Biblia Hebrea o Ketuvim también se menciona a Dios como padre: “Tan compasivo es el Señor con los que le temen como lo es un padre con sus hijos. Él conoce nuestra condición; sabe que somos de barro (Salmos 103:13-14, NVI). Estas referencias a Dios como padre estaban enmarcadas más bien en verlo en términos de ser padre de una nación, padre de Israel. Quizá se evitaba referirse a Dios como “padre mío” por el respeto y el mandamiento de no comparar a Dios con nada de lo creado.

Jesús de Nazaret llama a Dios papá (Abbá), y además dijo a sus discípulos que hicieran lo mismo. El Apóstol Pablo siguiendo esa tradición les dice a los creyentes que se dirijan a Dios como Abbá. “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud que los lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que los hace hijos de Dios. Por este Espíritu nos dirigimos a Dios, diciendo: «¡Abbá! ¡Padre!»” (Romanos 8:14, DHH). Ciertamente implicaba riesgo usar una metáfora tan común como la del padre, en tanto en ese momento, en la institución familiar, sobre todo la imagen del padre estaba manchada por la corrupción y la explotación.

El padre se veía como el amo o señor de la familia/esclavos (mujer e hijos/hijas) y ellos tenían que someterse en obediencia a él. El padre podía vender a sus hijas al mejor postor, usar a sus hijos como obreros sin salario y desechar a la madre cuando ya no la necesitaba. Entonces esa institución estaba muy corrupta; y Jesús de Nazaret mismo propuso que evitaran decirle padre/señor a los padres terrenales porque éstos eran simplemente explotadores. Un buen padre protege, cuida, nutre, provee de afecto y de oportunidades: “Y no llamen “padre” a nadie en la tierra, porque ustedes tienen un sólo Padre, y él está en el cielo” (Mateo 23:9, NVI). Con el uso de esta metáfora es también probable que Jesús de Nazaret quiso mostrar el lado positivo de lo que significa una paternidad responsable y comprometida con el bienestar de sus hijos e hijas.

Esta imagen de Dios como un papá (Abbá) habla de la intención de Jesús de Nazaret de mostrar una perspectiva de la deidad como alguien cercano, como alguien personal con quien se pudiera tener una relación estrecha, presentándolo, además, como un ejemplo ideal de lo que significa ser padre; nos da un enfoque acerca de Dios como un ser con quien se puede dialogar, con quién se puede pasar un tiempo agradable y en quien se puede confiar.

Nos muestra al padre celestial o padre del cielo como un ser muy atento a lo que ocurre a sus hijos e hijas (Lucas 11:13). Nuestro padre (Mateo 5:45, 6:8) a quién le podemos compartir nuestras alegrías, pesares, necesidades y anhelos: “No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis” (Mateo 6:8). Jesús de Nazaret nos habla de un padre que nos conoce de verdad y que sabe nuestro color favorito, nuestra comida preferida y la música que más nos gusta.

Es así como Jesús de Nazaret y sus discípulos se referían a Dios como Abbá, o Padre querido, como una manera de reflejar el nivel de intimidad que se puede alcanzar con Él. Esta nueva propuesta de entender lo que significa Dios tiene implicaciones en lo que se conoce como adoración. El propósito de estar cerca de Dios, de conocerle a fondo es para así poder imitar su carácter tanto como sea posible: pensar, sentir y actuar como Dios lo hace. Esto quiere decir ser como lo es Él: “Por consiguiente, sed buenos del todo como es bueno vuestro Padre celestial” (Mateo 5:48). “Sed compasivo como vuestro Padre es compasivo’ (Lucas 6:36).

Es posible llegar a decir Padre querido (Abbá) cuando se le conoce bien, cuando se le confía, cuando sale del corazón: “Y porque ya somos sus hijos, Dios mandó el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones; y el Espíritu clama: «¡Abbá! ¡Padre!” (Gálatas 4:6, DHH). Así, la invitación a orar comenzado con “Padre querido” (Abbá) habla de la calidad de relación que se tenga con Él. “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, más líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén” (Mateo 6:9-13, RV).

Jesús de Nazaret, dándonos el ejemplo, nos motiva a que nuestra relación con Dios sea tan estrecha como la que él tenía con su Padre. “En su oración decía: Abbá, Padre, para ti todo es posible: líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Marcos 14:36, DHH). Esta manera de presentar a Dios revela claramente sus planes. “En aquel tiempo, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mateo 11:25-26, DHH).

La adoración como una manera de darle sentido a nuestra existencia

La meta existencial, en resumen, es llegar a ser una persona de bien, para así vivir a plenitud acá en este mundo y con la esperanza de continuar esa vida de paz por la eternidad. Una persona de bien aprecia la diversidad humana, y no excluye por razones de nacionalidad, religión, estilo de vida, condición social, identidad sexual, sexo o género sino por las conductas antisociales e ilegales: “En esta nueva naturaleza no hay griego ni judío, circunciso ni incircunciso, culto ni inculto, esclavo ni libre, sino que Cristo es todo y está en todos” (Colosenses 3:11, NVI). Los discípulos de la iglesia inicial tomaron esta postura de inclusión muy en serio: “Así que no importa si son judíos o no lo son, si son esclavos o libres, o si son hombres o mujeres. Si están unidos a Jesucristo, todos son iguales” (Gálatas 3:28, TLA).

Una persona de bien es compasiva, es amable, es humilde, es mansa y es paciente: “Dios los ama a ustedes y los ha escogido para que pertenezcan al pueblo santo. Revístanse de sentimientos de compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia” (Colosenses 3:12, DHH). Una persona de bien actúa de manera justa, íntegra y recta: “Pero ustedes no conocieron a Cristo para vivir así, pues ciertamente oyeron el mensaje acerca de él y aprendieron a vivir como él lo quiere, según la verdad que está en Jesús. Por eso, deben ustedes renunciar a su antigua manera de vivir y despojarse de lo que antes eran, ya que todo eso se ha corrompido, a causa de los deseos engañosos. Deben renovarse espiritualmente en su manera de juzgar, y revestirse de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios y que se distingue por una vida recta y pura, basada en la verdad” (Efesios 4:20-24, DHH). Una persona de bien se muestra alegre, vive en paz, hace bien a las demás personas, tiene dominio propio y es leal: “En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gálatas 5:22, NVI).

Es así como Jesús de Nazaret introduce un concepto muy distinto sobre Dios y la debida adoración. Él, además de considerar obsoleta la idea de ir al templo para adorar, propuso que Dios no necesitaba de regalos como la comida y la bebida para poder ser movido a bendecir a las personas. Es por lo que el sacrificio de animales para dar sangre de beber y carne para comer a Dios ya no tenía sentido. Además, la idea de un templo donde las personas, excepto el sacerdote pudiera entrar, no reflejaba la concepción que Jesús de Nazaret tenía acerca de Dios: “El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él es Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos construidos por hombres, ni se deja servir por manos humanas, como si necesitara de algo. Por el contrario, él es quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas” (Hechos 17:24-25, DHH).

Esto es por lo que en el proyecto de Jesús de Nazaret no había cabida a un templo ni tampoco a sacerdotes. El sacerdocio era necesario para los sacrificios de animales y los demás quehaceres del templo relacionados con el ofrecimiento de animales. En lugar de un sacerdocio, él designó seguidores para que educaran, sanaran, sirvieran y liberaran a la comunidad de las opresiones físicas, sociales, psicológicas y religiosas que les ataban e impedían desarrollar sus potenciales: “Les respondió Jesús: Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas” (Mateo 11:4-5, NVI).

El templo en la religión judía era un lugar básicamente para el sacrificio de animales. En el templo no había lectura de la Biblia, no había oraciones de los creyentes, y no había participación en ninguna acción de alabanza. Solamente los sacerdotes y sus asistentes podían entrar al templo, y con mucho cuidado, porque se creía que si ellos hacían algo impropio pudieran ser fulminados por Dios. De manera que Jesús de Nazaret propone una forma distinta de adorar al decir a sus discípulos que lo importante es acercarse a Dios para parecerse más a él, y, que esto puede hacerse en cualquier lugar.

El mejor laboratorio o lugar para adorar a Dios son las interacciones que se llevan a diario con las demás personas, los animales, las plantas y el resto de la creación: “Al oír esto, la mujer le dijo: —Señor, ya veo que eres un profeta. Nuestros antepasados, los samaritanos, adoraron a Dios aquí, en este monte; pero ustedes los de Judea dicen que Jerusalén es el lugar donde debemos adorarlo. Jesús le contestó: —Créeme, mujer, que llega la hora en que ustedes adorarán al Padre sin tener que venir a este monte ni ir a Jerusalén… Pero llega la hora, y es ahora mismo, cuando los que de veras adoran al Padre lo harán de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios. Pues el Padre quiere que así lo hagan los que lo adoran. Dios es Espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios” (Juan 4:19-24, NVI).

Esta perspectiva acerca de la adoración fue el motivo por el cual en la iglesia cristiana de los primeros 300 años nunca se construyeron edificios. En el cristianismo inicial no se iba a un lugar para adorar, simplemente se vivía para adorar. El vivir como una persona de bien era la manera de adorar a Dios. Los creyentes cristianos se reunían en casa no para adorar a Dios sino para motivarse a seguir adorando a Dios por su forma de actuar y vivir. En esos hogares donde se llevaba a cabo la comunión, las personas se animaban unos a otros al cantar, leer las Sagradas Escrituras, orar, escuchar testimonios y compartir la comida, para así salir luego a continuar adorando en y con sus vidas a Dios.

En esas reuniones (iglesias) las personas se contagiaban de la pasión y el deseo para ser personas de bien, al ser compasivos, amables, humildes, mansos, pacientes y estar prestos para asistir a las personas más necesitadas. En esas reuniones se aprendía acerca de Dios y acerca de cómo mejor reflejarlo en la vida diaria: “Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo, a la cual fueron llamados en un solo cuerpo. Y sean agradecidos. Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza: instrúyanse y aconséjense unos a otros con toda sabiduría; canten salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón. Y todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él” (Colosenses 3:15-17, NVI).

El hablar bien de Dios (alabarle) se hace al vivir como personas de bien. La idea de reunirse para estar diciéndole a Dios cuán grande y bueno es, puede reflejar nuestra compresión enfermiza acerca del poder. Es común que una persona con visos dictatoriales espere que sus súbditos o subalternos le digan a menudo cuán extraordinario es, a fin de que él los pueda recompensar. Estos dictadores dispensan la bendición o recompensa en función de cuánto se le adule. Es así como esta otra manera de ver la adoración y la alabanza puede servir como un antídoto contra el abuso del poder.

La adoración a Dios es muy práctica, y tiene que ver con la conducta humana: “Por lo tanto, cuiden mucho su comportamiento. No vivan neciamente, sino con sabiduría. Aprovechen bien este momento decisivo, porque los días son malos. No actúen tontamente; procuren entender cuál es la voluntad del Señor. No se emborrachen, pues eso lleva al desenfreno; al contrario, llénense del Espíritu Santo. Háblense unos a otros con salmos, himnos y cantos espirituales, y canten y alaben de todo corazón al Señor. Den siempre gracias a Dios el Padre por todas las cosas, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5:15-20, DHH).

El autor de la Carta de Santiago se refiere al hablar bien (alabar) de las demás personas como el punto central de los ejercicios espirituales: “Si alguien se cree religioso, pero no le pone freno a su lengua, se engaña a sí mismo, y su religión no sirve para nada. La religión pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre es ésta: atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y conservarse limpio de la corrupción del mundo” (Santiago 1:26-27, NVI).

Conclusión

La presentación que Jesús de Nazaret hace de Dios como un papá querido (Abbá) quien se preocupa y le interesa el bienestar de todas sus criaturas, hace toda la diferencia. Una relación estrecha con este ser que en esencia es bondad y justicia, simplemente nos transforma, nos puede llevar a ser personas de bien. Una conexión con este Dios que nos busca con paciencia y determinación a fin de que estemos bien, nos llena de esperanza: “Entonces Jesús les dijo esta parábola: ¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el campo y va en busca de la oveja perdida, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, contento la pone sobre sus hombros, y al llegar a casa junta a sus amigos y vecinos, y les dice: Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido” (Lucas 15: 3-6, DHH).

Esta perspectiva de Jesús de Nazaret sobre el adorar (el hacer a Dios una prioridad en la vida de uno), representa una manera novedosa de entender lo que significa conocer a Dios. Entonces, una conexión con Dios, que viene a nuestro encuentro, que no se rinde hasta encontrarnos y que celebra cuando somos liberados para vivir a plenitud, nos llena de paz: “O bien, ¿qué mujer que tiene diez monedas y pierde una de ellas, no enciende una lámpara y barre la casa buscando con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice: “Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que había perdido” (Lucas 15: 8-9, DHH).

La imagen liberadora de Dios como un papá amoroso (Abbá), quien movido por su compasión perdona, quien cree en sus hijos e hijas, quien espera sin desesperación, quien corre para alcanzarnos con su bondad, quien nos abraza como reflejo de su alegría por habernos visto otra vez, nos besa con aceptación y pasión, nos limpia y nos viste para que luzcamos bien y quien nos ayuda a recuperar nuestra dignidad humana, simplemente transforma.

“Jesús contó esto también: Un hombre tenía dos hijos, y el más joven le dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me toca.” Entonces el padre repartió los bienes entre ellos. Pocos días después el hijo menor vendió su parte de la propiedad, y con ese dinero se fue lejos, a otro país, donde todo lo derrochó llevando una vida desenfrenada. Pero cuando ya se lo había gastado todo, hubo una gran escasez de comida en aquel país, y él comenzó a pasar hambre. Fue a pedir trabajo a un hombre del lugar, que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Y tenía ganas de llenarse con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Al fin se puso a pensar: “¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! Regresaré a casa de mi padre, y le diré: Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo; trátame como a uno de tus trabajadores.” Así que se puso en camino y regresó a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión de él. Corrió a su encuentro, y lo recibió con abrazos y besos. El hijo le dijo: “Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo.” Pero el padre ordenó a sus criados: “Saquen pronto la mejor ropa y vístanlo; pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el becerro más gordo y mátenlo. ¡Vamos a celebrar esto con un banquete! Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado.” Comenzaron la fiesta” (Lucas 15:11-24, DHH).

Adorar para ser transformado implica honrar y darle el debido lugar a Dios en nuestras vidas. En esa relación con un papá querido (Abbá) que ofrece el cuidado paternal y maternal, que protege, y que provee afecto, se crean las condiciones ideales para el desarrollo integral de todos los potenciales humanos. Abbá es un papá que respeta la autonomía de sus criaturas, es un papá que no asfixia, es un papá que nos acompaña en el riesgo, y es un papá que está disponible, pero sin dominar; es un Abbá que anhela que le representamos bien. Es así como el propósito último de adorar a Dios es conocerlo, y el fin de conocerlo es imitarle. En esta clase de relación íntima con Dios, podemos entonces dejar ver lo que somos: hombres y mujeres a su semejanza; hombres y mujeres compasivos, amables, humildes, mansos y pacientes como es él.: “Por consiguiente, sed buenos del todo como es bueno vuestro Padre celestial” (Mateo 5:48). Y “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lucas 6:36).

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