La perspectiva cristiana acerca del dolor y del sufrimiento

Esteban Montilla | 14 febrero, 2016

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El dolor es una sensación y percepción de inconformidad que ocurre en el organismo humano; se trata de una señal, como una advertencia de que algo en el mismo fue alterado y que se debe tomar una acción para recuperar la paz o equilibrio. A este tipo de dolor de corta duración, el cual tiene una función de aviso, se le conoce como dolor agudo. Éste, puede originarse por una infección, una ruptura de una parte del organismo humano, una quemadura, una inflamación, una deficiencia de agua o una alteración del estado del ánimo. Una vez que ocurre la sanidad o se restaura la tranquilidad, el dolor tiende a desaparecer. En ocasiones, el dolor sigue aún después de haberse corregido el problema inicial; en tal caso, se está en presencia del llamado dolor crónico o persistente. Entre las dolencias de condición crónica se tiene, por ejemplo, ciertos dolores de cabeza (migrañas), dolores de las articulaciones (artritis) y daño a los nervios (cableado eléctrico humano).

El dolor entonces es parte de un mecanismo de defensa para la sobrevivencia y el florecimiento humano. De allí que, un ser humano sin problemas neurológicos está en capacidad de experimentar dolor desde su mismo comienzo hasta el final de su vida. El ser humano no es único con este don del dolor o capacidad de sobrevivencia, en tanto los animales y las plantas también lo experimentan. Sin embargo, el ser humano es quien está en condiciones de darle mayor significado o sentido y a esa interpretación que le haga al dolor se conoce como sufrimiento. Es por esto, que el nivel de tolerancia o umbral de dolor, cambia de persona a persona y es altamente subjetivo. El umbral del dolor tiene que ver con muchos factores incluyendo la genética, el estado de salud general, la alimentación, la edad y el contexto socio-cultural.

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El sistema nervioso (cerebro, médula espinal y los nervios periféricos), tiene como una de sus funciones principales el mantener a la persona en paz o sólo con el nivel necesario de dolor. Pero, si bien es cierto que el cerebro junto al resto del sistema nervioso es el principal administrador del dolor, sucede que es una realidad experimentada por todo el organismo e involucra a cada sistema incluyendo la piel, el sistema endocrino u hormonal, el sistema auto inmunitario o linfático, el digestivo o gastrointestinal y el cardiovascular; todos tienen su parte. Por ejemplo, si una persona se llevó un golpe eso puede generar un dolor que estimula al cerebro para que le dé la orden al sistema hormonal que segregue sustancias sedativas como los opioides o dopamina, esto permite aliviar el dolor y recuperar la paz. Es así que, el dolor altera la fisiología del organismo humano, el estado de ánimo, la calidad de las relaciones sociales y las aspiraciones. En consecuencia, es de advertir que no se habla de dolor físico, dolor psicológico, dolor social o dolor espiritual; sino de un sólo dolor que influye al ser humano como un todo. Razón por la cual, el abordaje o tratamiento del dolor ha de hacerse desde una perspectiva holística.

El dolor crónico (el que persiste y no tiene propósito), constituye uno de los mayores perturbadores de la paz humana. De hecho, ese tipo de dolor, en ocasiones, constituye en sí mismo una enfermedad o alteración de la armonía orgánica, ameritando un tratamiento específico y particular. En tales circunstancias, el dolor no es parte de otra enfermedad, sino que es una enfermedad; ejemplo de ello, se tiene en el caso de las migrañas y de la fibromialgia. En ambos casos, se hace mención a tipos de dolores crónicos; porque, además de causarles muchos pesares a las personas que lo sufren, también, los hacen más vulnerables a la presencia de otras enfermedades.

Un manejo inadecuado, tanto del dolor agudo como del crónico, puede alterar de manera negativa la calidad de vida de la persona, e incidir en el grupo familiar, en la comunidad y, en ocasiones, hasta en la sociedad. El tratamiento del dolor humano, entonces, ha de realizarse desde un abordaje multidisciplinario; abarca el aspecto médico, la atención psicológica, las condiciones socio-culturales y la dimensión espiritual. Es de capital importancia prestarle atención al significado que cada persona le dé a su experiencia del dolor. Las construcciones que un ser humano haga con respecto al dolor, tendrán una influencia directa en el desenlace del mismo; en tanto, una interpretación puede acrecentar el dolor o disminuirlo. Por ejemplo, si la persona entiende el dolor como una advertencia de Dios, un castigo del Diablo, una prueba de fe, una señal religiosa o, simplemente, una alteración orgánica, entonces, esto tendrá un impacto directo en la intensidad del dolor, la sanidad del dolor y las secuelas del dolor.

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El ser humano en su deseo de alcanzar una vida plena o llena de paz, ha descubierto y creado diferentes estrategias para el manejo del dolor. La mayoría de estos métodos para aliviar el dolor han sido muy eficientes y se han usados con sabiduría. Entre los diversos tratamientos se incluyen el grito, el lamento, el uso del agua (interna y externa), los masajes, el ejercicio físico, los rituales religiosos, la música, el arte, la danza, la actividad sexual, la ingesta de alimentos; o, también, mediante el uso de bebidas estimulantes tales como el té o el café, la ingesta de sustancias depresoras como la cerveza, el vino y el aguardiente, la aplicación de aceites con hierbas, la utilización de plantas reguladoras del ánimo, el uso de fármacos, las intervenciones quirúrgicas y la muerte. Un grupo minoritario de seres humanos, quizá por predisposiciones genéticas, condicionamientos sociales y aspectos psicológicos, suelen hacer un uso inapropiado de estas medidas de intervención para el manejo del dolor. Para estas personas, la medicina en sí misma se transforma en una enfermedad, en tanto que, tratando de curar el dolor se pueden crean más dolores y pesares.

La interpretación que los seres humanos hacen acerca del dolor es muy particular y afecta todo el ser incluyendo la dimensión biológica, psicológica, relacional social y espiritual de cada persona. El aspecto cognitivo (como se entiende) y emocional (como se siente) del dolor, representa la base para comprender lo referente al sufrimiento humano. Una vez que se sobrepasan los umbrales del dolor en una persona se comienza a experimentar un estado de desequilibrio o distrés; tal condición de no ser tratada, daría paso a lo que se conoce como miseria. Este nivel del dolor representa una amenaza para la integridad del ser. De allí, que la persona es movida a tomar acciones para aliviarlo o eliminarlo.

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En el contexto judeocristiano Dios se presenta como un Ser Misericordioso. Es decir, un Dios comprometido de corazón a quitar la miseria en el ser humano (miseri-cardia). Jesús de Nazaret invitó a sus discípulos a que imitaran a Dios y practicaran la compasión: “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6:36, RV). De manera que, el cristianismo acepta la función de aviso y sanación que puede tener el dolor. Sin embargo, la invitación es a manejar el dolor de manera sabia, con la finalidad de que no se convierta en miseria alterando así la paz y el bienestar de la persona y comunidad.

El cristianismo, entonces, parte de que el ser humano en este mundo experimenta dolores y sufrimientos desde su mismo comienzo hasta el final del curso de la vida. La promesa de Dios es que les acompañará en los dolores, en las tribulaciones y en las dificultades (Salmos 23:4; Mateo 28:20; Juan 16:33). Los dolores tienen diversas fuentes incluyendo las enfermedades físicas y mentales, los accidentes, las hambrunas, los desastres naturales, las pérdidas, la opresión por parte de personas y de instituciones, la humillación por otras personas, la explotación por medio de entes depredadores, la crueldad por parte de los demás, la exclusión social, las privaciones de oportunidades de desarrollo, los enfrentamientos bélicos y el abuso religioso. En ocasiones los seres humanos se infligen dolor como parte de rituales religiosos o búsquedas de placer. En otros contextos el ser humano hasta puede llegar a hacerse cortes en su piel para experimentar el dolor. Independientemente del origen del dolor el cristianismo señala que el ser humano bajo la dirección de Dios es capaz de darle una interpretación positiva y transformadora. “Dios está cerca de los afligidos, salva a los que están tristes. Muchas son las aflicciones del justo, pero el Señor lo librará de todas ellas; protege cada uno de sus huesos y ni uno de ellos se ha roto” (Salmos 34:18-19; Isaías 51:12). Jesús de Nazaret asintió que en el mundo el ser humano experimentaría dolores pero les invitó a que tomarán valor para que al sobreponerse a estas aflicciones estuvieran en una mejor situación en la vida (Juan 16:33).

La fe cristiana ofrece una variedad de interpretaciones al dolor incluyendo la idea de verlo como una estrategia de disciplina por parte de Dios (Proverbios 3:11-12; Hebreos 12:7-11), como una manera que Dios usa para purificar el carácter de una persona (Salmos 66:10; Santiago 1:2-4; 1 Pedro 1:7), como un plan para desarrollar principios de vida como la perseverancia y la esperanza (Romanos 5:3-5), como un método para estar más cerca de Dios (Salmo 119:67, 71), como una experiencia que lleva al arrepentimiento genuino (2 Corintios 7:8-10), como una oportunidad para solidarizarse con el que sufre (Lucas 10:30-37; Mateo 25:31-46), como un recordatorio del sufrimiento que experimentó Jesús de Nazaret (Marcos 10:39; Romanos 8:17) y como preparación para entender la verdad y para ser parte del reino de Dios (Hechos 14:22).

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Dentro de ese contexto, la perspectiva cristiana acerca del dolor y del sufrimiento, se entiende como una realidad en la vida del ser humano. Ambos son fieles acompañantes de la existencia humana, toda vez que, forman parte de condiciones para garantizar modos de sobrevivencia, búsqueda hacia el bienestar integral y aprendizajes para el despliegue de las potencialidades. Las buenas nuevas es que en los dolores y en el sufrimiento Dios acompaña a sus criaturas. La narrativa de Génesis 3 sugiere que tanto el hombre como la mujer al salir del cuidado paternal se enfrentarían a dolores mayores. Al salir del “jardín” o protección directa del Creador el incremento de la intensidad de estos dolores se notaría en varios aspectos de la vida incluyendo la crianza de los hijos e hijas, en la responsabilidad laboral y en las relaciones con las demás personas. Es importante notar que el relato sagrado menciona que antes de que salieran a enfrentar los desafíos y dificultades de la vida Dios les equipó con vestidos de mayor durabilidad y protección. Este acto apunta a que el ser humano está equipado con las herramientas necesarias para enfrentar con sabiduría los dolores y sufrimientos de la vida (Génesis 3:16-21). Dios diseño al ser humano con esa capacidad de sobreponerse aun a los más difíciles desafíos que le presente la vida. Esa habilidad para rebotar o resiliencia le permite el desarrollo integral.

Las interpretaciones que cada persona hace del dolor pueden tener un poder liberador u oprimente. De allí que el significado que se le dé a la experiencia dolorosa determina en gran parte si la persona crece, se estanca o avanza hacia una vida de bienestar integral. El cristianismo tiene como norte el recordarle al ser humano, de que, junto a Dios, puede encontrar paz y por medio de esa compañía divina puede darle sentido aún al más difícil dolor. El énfasis cristiano no es en la ausencia y mucho menos en la negación del dolor y sufrimiento sino que pregona que mientras lo experimenta el ser humano es acompañado por nuestro Dios solidario. En la mayoría de los casos la certeza del acompañamiento divino ayuda a las personas a enfrentar las experiencias dolorosas traumáticas con esperanza y a salir como mejores personas al final de éstas (Romanos 8:37). Los Escritos Sagrados claramente muestran que el Dios Todopoderoso y Consolador se une en el sufrimiento con el ser humano a fin de asistirle en evitar que éste se convierta en miseria, y, a su vez implantarle su paz (Isaías 63:7-10; 1 Corintios 1:25).

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La invitación cristiana es a mirar más allá del dolor y el sufrimiento, mirar hacia arriba de donde viene el socorro (Salmos 121: 1-8). Esto se puede ver en otro relato bíblico donde un grupo de migrantes judíos quienes iban de regreso a palestina, después de que los nuevos líderes del país anfitrión se tornaron hostiles, y fueron mordidos por serpientes venenosas y muchos de ellos murieron. En medio del dolor ellos recurrieron a Dios para que les quitara las serpientes. Sin embargo, Dios no quita las serpientes o fuentes del dolor sino que le instruye a Moisés que construya una serpiente de bronce y la colocara en un asta para que toda persona que la mirara pudiera ser sanada. Es importante aclarar que en las culturas del medio oriente la serpiente era un símbolo de cambio, transformación y salud. La buena noticia de la salida creada por Dios se compartió en el campamento y fue así como toda persona que dejó de enfocarse en su dolor y en su lugar decidió mirar hacia arriba recibió sanidad (Números 21:8-9). Este relato refleja la importancia de dirigir la mirada de esperanza más allá del dolor y así tomar ventajas de las puertas a la paz que Dios ha preparado de antemano. El dolor no tiene la última palabra ni dura para siempre. Hay una salida.

Las interpretaciones que una persona haga sobre el dolor, influyen mucho en el tipo de decisión que se tome al momento de seguir un tratamiento para calmar o quitar el dolor. Una persona haciendo uso de su fe, puede interpretar que el dolor como una oportunidad para el desarrollo integral (Romanos 8:28); en tal caso, se comprende que en el sufrimiento también Dios está presente para dar liberación de las aflicciones (Isaías 63:7-9). Esta compañía del Creador es permanente hasta tanto se llegue a esa era donde el dolor ya no será más. “¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir” (Apocalipsis 21:3-4, NVI).

Para bajar el estudio bíblico sobre el dolor y el sufrimiento haga click aqui

 

Referencias para profundizar

1.- C.S. Lewis (2006). Problemas del dolor. New York, NY: Harper Collins.
2.- Harold Kushner (2006). Cuando a la gente buena le pasan cosas malas. New York, NY: Vintage Español.
3.- Abraham Heschel (1997). Between God and Man: An Interpretation of Judaism. New York, NY: Free Press.
4.- Luis Fernando Cardona Suárez (2012). Mal y sufrimiento humano: Un acercamiento filosófico a un problema clásico. Bogota, Colombia: Editorial Pontificia Universidad Javeriana.